Pedro Serrano
Todos nacemos libres e iguales, pero luego nos educan”. Esta genial frase que encontré en una viñeta de El Roto tiene sustancia suficiente para un tratado filosófico, pero me daré por satisfecho si en este espacio soy capaz de esbozar alguna de las ideas que esta estupenda sentencia me sugiere.
Efectivamente, todos nacemos libres, pero básicamente brutos, naturales. Pero, siendo, como somos, seres sociales, necesitamos del orden, de la organización; necesitamos dar prevalencia a los ideales sobre los instintos; necesitamos ser educados en el respeto a las leyes y normas para poder convivir en un mundo más o menos ordenado y manejable. Pero si la educación es la solución para esa convivencia, también puede ser el problema para nuestra libertad. No son pocos los individuos, e incluso sociedades, que nunca llegan a recuperarse de una mala educación.
Por ello, la educación, en el sentido más amplio, debería estar siempre sometida a la crítica y a la revisión. Los valores, las creencias y las convenciones -inventos humanos, al fin y al cabo-, no deberían, como a menudo sucede, darse por definitivos y convertirlos en verdades absolutas. La verdadera educación ofrece más dudas que certezas y, sobre todo, debe enseñarnos a pensar por nosotros mismos, a buscar la ansiada verdad desde el punto de vista filosófico, a relativizar, a dudar, a cuestionar lo establecido, a ser espíritus libres e independientes.
Claro que, a esta educación ideal que propongo no ayudan quienes ostentan el poder, sea este del tipo que sea, pues siempre procuran imponer el pensamiento, las verdades, la ideología y el orden social más favorable a sus intereses.
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