José Carlos García Fajardo, Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Somos seres naturalmente sociables que podemos mejorar el bienestar de la comunidad y el propio. La mutua solidaridad incrementa lo mejor de cada uno para el servicio de los demás.
No queremos compartir la pobreza, la miseria, la enfermedad, la riqueza ni la injusticia en cualquiera de sus formas. No es admisible que unos tengan tanto como para poder comprar el trabajo de millones de seres humanos ni que estos tengan tan poco como para tener que venderse a otros para alcanzar ese mínimo de sobriedad que haga efectivos el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Todos vivimos por encima o por debajo de las necesidades para llevar una vida en sobriedad, equidad y sosiego como fruto de la justicia.
La situación de millones de seres humanos se hace insoportable y, con la complicidad de los medios de comunicación, nos sabemos vagabundos de Internet capaces de hacer realidad lo que soñamos. Por eso queremos una sociedad de sobriedad compartida.
Junto a las amenazas de grupos terroristas, se alza la esperanza de una sociedad más justa y solidaria, más consciente de que forma parte del medio ambiente y que constituye una fraternidad en la que nos sabemos “bandada de hermanos”. Admiramos a las personas capaces de comprometerse con ideales generosos y de superar ideologías que hacen del ser humano un objeto de mercado, de fascinación o de intercambio. No queremos ser considerados como “recursos” pues no somos objetos para fin alguno porque todo ser humano es un fin en sí mismo, y por lo tanto, de valor inconmensurable.
Los jóvenes rechazan la guerra de invasión y pillaje en países fallidos por la codicia ajena, los paraísos fiscales, los grupos de poder que controlan un modelo de desarrollo inhumano e injusto en el que se confunde valor con precio. Se alzan cada día más numerosos contra la explotación del hombre por el hombre, y de los nuevos imperialismos sin imperios sobre el resto de la humanidad que habita tierras ricas en lo que ellos denominan “recursos”, buenos para ser explotados. Se alzan y protestan ante esta gestión financiera y mercantilista de una globalización para que los condenados del mundo hagan escuchar su grito contra la injusticia y construir unas formas de convivencia más cordiales y más humanas.
Desean participar en la cosa pública, sabiéndose cada uno igual a los demás y que, todos juntos, pueden más que los mandatarios que los gobiernan. En la sociedad de la comunicación ya no se puede engañar a muchos durante demasiado tiempo. Y los jóvenes lo saben y cada vez convocan a más personas mayores que corrían el riesgo de resignarse. Ni unos ni otros desean que sus descendientes sientan vergüenza de ellos porque, habiendo podido tanto, se hayan atrevido a tan poco. Ya es común la conciencia de que no nos juzgarán tanto por nuestros fallos como por silencios que nos hacen cómplices de crímenes contra la humanidad. Pero también rechazan cantos de sirenas de populismos asamblearios y contradictorios una vez “tocan” poder.
No es de extrañar que el trabajo social en la comunidad se plantee como plataforma de reivindicación de justicia para que la solidaridad sea algo real. Como ser joven es mantener la capacidad de asombrarse y de comprometerse en una actividad que supere nuestra contingencia, el auge de los servicios sociales comunitarios ha encontrado entre los jóvenes un apoyo solidario y generoso. Pero son capaces de imaginar escenarios que ellos harán posibles, porque son necesarios. Toda Utopía comenzó siendo una verdad prematura.
Saben que es posible la esperanza porque es posible decir no y ponernos en camino junto a millones de personas que no quieren resignarse. No se alzan contra la autoridad sino contra la prepotencia de oligarcas, de fanáticos y de demagogos. Nadie nos había prometido que fuera fácil y, si nadie tiene que mandarnos, ¿a qué esperamos?
Vivimos tiempos hermosos en los que somos conscientes de que el ejercicio exclusivo del desarrollo integral de la persona y de la sociedad no compete ni al Estado ni a los partidos políticos ni a las diversas confesiones religiosas. Es el ser humano y sus opciones libres quienes deben ser los protagonistas de su desarrollo integral y el derecho a buscar la felicidad, pues el ser humano ha nacido para ser feliz.
La acción social de los ciudadanos siempre será necesaria porque aporta un plus de humanidad. La compasión no basta: es imprescindible el compromiso para que hagamos posible una sociedad de sobriedad compartida. Nos movemos acuciados por la pasión por la justicia y, en nuestra tarea aportamos la delicadeza en el modo y la firmeza en los fines.
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