Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Muchos aseguran que el papa Francisco no tiene gran nivel intelectual, y que su pontificado se reduce, principalmente, y casi solo, a cambios de índole y contenido pastoral. Esto ya sería una gran noticia, porque ni Jesús, ni el Antiguo (AT) ni el Nuevo Testamento (NT) se refieren con frecuencia a una comunidad de estudiosos, profesores y alumnos, o, por lo menos, con mucha menos frecuencia, que a descripciones de pastoreo, donde los protagonistas son pastores y ovejas. Además de que en el inicio de la Historia de Salvación la práctica itinerante y de pastoreo del pueblo de Israel fue la que marcó la idiosincrasia de su Dios, “un dios de pastores”, condicionó también su culto, y, sobre todo, la celebración que iría a plasmar la condición inquebrantable del pueblo de Israel, la Pascua, fiesta y celebración absolutamente relacionadas y ligadas a la tierra, a las vicisitudes del tiempo, y al aroma, y el brillo y el verde frescor de la Primavera. Así que soy de la opinión de que el Pueblo de Dios, sujeto y protagonista de la marcha de la Iglesia está más preocupado en el estilo, el acierto y la cercanía de sus pastores, que a las elucubraciones abstractas en las que, con demasiada frecuencia, ha caído la solemne Teología, y ha hecho trillar caminos estériles, tantas veces sin salida, a los fieles sedientos de alimento sólido, y de orientaciones para el camino.
No; de ninguna manera la preminencia de lo pastoral, si es que la hubiera, no es un mácula, o una disminución de categoría del Pontificado de Francisco, sino un acierto no solo pedagógico, sino estratégico, para unos fieles que, insertos en el mundo moderno, están ahítos de ideologías, que ha sido, desgraciadamente, en lo que se han convertido tantas teologías sin fuste, ni fundamento bíblico, sin estructura filosófica adaptada a los tiempos y desafíos contemporáneos. Sobre todo llama la atención, y ya nos lo hacía ver nuestro profesor de Biblia, el padre Jesús Luis Cunchillos, ss.cc., una de las mayores eminencias mundiales en “ugarítico”, e idiomas semíticos derivados del mismo o emparentados con él. (Aprovecho el tema para recordar que la muerte de Jesús Luis provocó una sección de obituarios verdaderamente sorprendente, desde el País y los principales diarios españoles, a las más prestigiosas revistas especializadas en filología de lenguas orientales, y en historia de las religiones y de las literaturas religiosas antiguas. No hay más que entrar en Google y comprobar el impacto que Cunchillos dejó en todos los terrenos bíblico-filológicos que trilló, y como serios y entendidos comentaristas recuerdan cómo fue tratado, mejor maltratado, por las autoridades eclesiásticas, no de la Congregación ss.cc., que fue siempre exquisita con él, y cómo aquellas le hicieron la vida imposible).
Que sirva este largo paréntesis para recordar una idea que el gran profesor de Novallas, pueblecito de Zaragoza que le concedió el título que más le apetecía a su vecino más ilustre, el de “hijo predilecto”, -a él que tenía varios doctorados, y uno de ellos concedido a contadas personas, el de Docteur da France, en reconocimiento a los varios doctorados en filología de lenguas semíticas conseguido en Francia-; pues bin, esta idea era que los teólogos, sobre todo los españoles, -los que se escandalizaron de él, por ejemplo, en la Pontificia de Salamanca-, que esa Teología, generalmente, era más literatura semi fantástica que una seria disciplina concorde con el título, “Teología”, es decir, theos-logos. Y el reproche del gran filólogo aragonés de los Sagrados Corazones, que suscribo por completo, es que los teólogos bebían más de las fuentes de la Filosofía, de una Filosofía rancia, envejecida y muerta, o mejor, asesinada con los infantiles y muchas veces infames comentarios sobre la obra tomista, por poner un ejemplo bastante sangrante, que de la fuente apropiada conde podrían descubrir al Dios vivo, es decir, la Biblia. No quiero, ni pretendo, ni me gustaría que mis palabras se entendiesen como un menoscabo del maravilloso legado tomista, sino como una lamentación de la poca valentía y adaptación a nuevos tiempos, problemas y desafíos que se podían haber tenido en cuenta, y que los comentaristas, incluso los más famosos de Tomás de Aquino, obviaron.
ES decir, se puede hacer una Teología, evidentemente mala, sin tener demasiado en cuenta la Palabra de Dios, porque así se ha hecho, y se sigue haciendo, desgraciadamente, en nuestra tierra, dejando bien claro que hay teólogos magníficos españoles estupendamente pertrechados con un formidable bagaje bíblico, que aprovechan, y del que se enriquecen, mejorando sus elucubraciones bíblicas, pensemos en Arregui, Castillo, Pagola, Picaza, Torres Queiruga, y un largo etcétera. Pero se da la inquietante coincidencia, que no lo es, sino algo con una clara y explícita causa eficiente, de que estos teólogos, que para entendernos, voy a llamar “bíblicos”, son los más zaheridos, desconsiderados, y hasta perseguidos por las autoridades eclesiásticas. Y sospecho que son justamente esos teólogos que he definido como cultivadores de rancias filosofías, y poco atentos a una verdadera y fundamentada Teología Bíblica, los que pontifican calificando el Pontificado de Francisco más pastoral que teológico. ¡Pues qué bien!
Y vuelvo a una idea que he apuntado más arriba, la de que no se puede hacer una verdadera Pastoral sin tener en cuenta la Palabra de Dios, es decir, la Sagrada Escritura, sobre todo, y en la inmediatez del día a día de la Iglesia, sin tener en cuenta, y mucho, y sobre todo, y fundamentalmente, el Evangelio. Por eso la pastoral de la Iglesia de los últimos 500 años antes del Vaticano II, y desde mucho antes. Tomemos como ejemplo el Concilio Lateranense IV, con sus mandatos obligatorios de “oír misa los Domingos y fiestas de guardar”, y “comulgar por lo menos una vez al año, con preferencia por Pascua”. Si esa pastoral elemental se hubiera basado en el Evangelio, y no en prácticas eclesiásticas y clericales, habrían tenido en cuenta la verdadera esencia de la Eucaristía, y así hubieran evitado caer en la contradicción flagrante de ordenar, bajo pena de pecado mortal (¡¡¡¿¿¿-!!!???), celebrar todos los domingos la Eucaristía, pero sin comulgar, cosa que no estaba ni ordenada si señalada, para después sí hacerlo, a bombo y platillo, como para obtener un nivel de mínimos, una vez al año. Si los padres conciliares se inspirasen en el evangelio no habrían ordenado nunca a los fieles ir todos los Domingos a un banquete para no comer, y no hubiesen organizado esa monstruosidad de misas de comunión, sencillas y rezadas, y misas solemnes, cantadas y con fausto, para comulgar solo el presidente de la asamblea. Es decir, un banquetazo por todo lo alto, para comer un solo comensal. Si en un tema tan claro y evidente se desbarraba de tal modo, ¿Qué pensar de otros menos claros y discutibles?
Así que nos congratulamos, por lo menos yo lo hago, de que la revolución de Francisco sea de índole pastoral, es decir, de Teología bíblica y evangélica, más que teológico-filosófica. ¡Menos mal!
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