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viernes, 20 de enero de 2017

La Eucaristía como arma arrojadiza

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Hace unos días ha sido el caso del cura Miguel Palomar, párroco de San Carlos del Valle, diócesis de Ciudad Real, quien negó la Comunión a una parroquiana porque había desviado los 6.000 euros que su hermano donaba a la Iglesia, y que ella heredó, a dos ONGs, privando a la parroquia de tan pingüe beneficio. Este último domingo, después de la homilía, el cura pidió perdón públicamente al pueblo, en primer lugar a la directamente afectada, Ramona María del Pilar Álvarez; pero aún con esas, el pueblo, y su alcalde, José Torres, del PSOE, como portavoz y representante del mismo, siguen solicitando del obispado el traslado de D. Miguel. Y no solo por el gesto, considerado grave y escandaloso, de negar la Comunión a una feligresa, sino por otros desvíos en la dedicación pastoral, (“Olvida las fechas de las bodas, se queda dormido cuando ha de oficiar un funeral o se muestra reticente a celebrar la comunión de los niños si sus padres no son de su cuerda”, y, para rematar, sintetiza el alcalde, “Desde el principio hubo problemas. Es un prepotente y un soberbio. Lo único que le gusta es el dinero”.)

Y la feligresía se queja, también, de que el Obispado non les hace mucho caso, -más bien poco, o ninguno-, y que les da largas. No voy a entrar en esa pugna parroquianos-obispado, porque es un tema vidrioso, en el que, generalmente, es muy difícil conseguir un mínimo de objetividad. Así que me voy a ceñir al tema que insinúa el título de este artículo, sobre el uno, y posibles abuso, que hacemos los curas al distribuir la Eucaristía. en este tema hemos visto de todo: desde negarla porque la mujer (podía ser señora, o solo madura, o joven, o adolescente, o casi una niña, que en todas esas situaciones ha sucedido el abuso afrentoso) iba sin manguito para cubrir lad desnudez del brazo, o, “con las modas modernas que traen estas veraneantes” (sic), por vestir pantalones, y, ¡no digamos!, la minifalda cuando ésta apareció y fue campando a sus anchas. (A mí me sucedió, en la catedral de Burgos, hace ya bastantes años, que un celoso y aguerrido portero, o algo así, nos negó, por mandato no sé si dijo que del Cabildo o del Arzobispo, la entrada a la misma porque la hija de mi amiga, en ese momento con unos once o doce años, iba con una faldita que ¡solo le llegaba hasta la rodilla!, y que distaba mucho de ser una minifalda. pero estos abusos de poder no parecen tener fecha de caducidad, a pesar del Vaticano II, y de la insistencia en la Misericordia, del papa Francisco).
Pero voy a intentar centrarme en el asunto que he anunciado. Y recordaré algunas auténticas prácticas o enseñanzas escandalosas que por parte de los ministros de la Iglesia, o sus representantes en las catequesis, se han perpetrado a lo largo de los tiempos. Ya he comentado en otra entrada como, en mi opinión, y con el respeto debido a los padres conciliares, a los que les pido perdón anticipado, en el IV Concilio de Letrán, intentando frenar la progresiva ausencia de los fieles a la celebración de la Eucaristía, ordenaron, como mandamientos de la Iglesia, que los fieles cristianos acudieran a misa todos los Domingos y fiestas de guardar, y comulgaran, por lo menos, una vez al año, preferentemente, por Pascua Florida, para lo que deberían, primero, reconciliarse con Dios por el sacramento de la Penitencia. Esas disposiciones lateranenses hicieron un daño muy grande a los fieles, y hasta a los clérigos, en su percepción del sentido, y de la necesidad, y, por tanto, de la frecuencia, del Sacramento de la Eucaristía. No se puede mandar asistir a misa, es decir, a la Eucaristía, que es una comida, un banquete, todos los domingos, y disponer, al mismo tiempo, que solo una vez al año cumplieran lo que es lógico en una comida, que es comer. Ese tipo de disposiciones, más que pastorales, anti-pastorales, impidieron, durante siglos, prácticamente hasta el Concilio Vaticano II, que el pueblo fiel, y sus pastores, ¡desgraciadamente, también los pastores!, captaran la necesidad de la Eucaristía, así como la contradicción que la autoridad eclesiástica pusiera tantas trabas a lo que era no un consejo de Jesús, sino un mandato: “tomad y comed, tomad y bebed, haced esto en memoria mía”.
Toda disposición, o acción concreta, por parte de la Autoridad Eclesiástica, que coarte el derecho cierto y claro que los creyentes detentan, si continúan creyendo a pesar de sus pecados y de sus contradicciones , y que mantienen en su mente y en su corazón el anhelo, la alegría y necesidad de celebrar la Eucaristía, a celebrarla, y que impidan la celebren y, por tanto la reciban, es decir, la coman, que es la manera con la que el Señor nos dejó el ágape pascual, es un abuso intolerable, que, por desgracia, dura ya muchos siglos. Y lo mismo, o algo muy parecido hay que afirmar de los que pretenden imponer a los fieles el modo de recibir la comunión: que de rodillas, que en la boca, etc., que son actitudes que solo muestran la profunda ignorancia, en muchos casos, de lo evangélico y teológico, antes que lo canónico o eclesiástico, de la Eucaristía.

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