El escándalo del cardenal Burke en la orden de Malta, en rebeldía contra el Papa

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

No voy a cansar a mis lectores con los meandros y recovecos verdaderamente rocambolescos de la crisis que está padeciendo la Orden de Malta. Y lo digo en presente porque hoy mismo aparece en Religion Digital, (RD), la noticia de que el secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolín ha anunciado el nombramiento de un comisario pontificio en la Orden para iniciar “un proceso de renovación”. Resumiré los hechos: el gran Maestre, Matthew Festing, destituyó, contra la indicación expresa del Vaticano, en este caso, personalmente del papa Francisco, al gran Canciller, Albrecht Freiherr von Boeselager. (Para abreviar y simplificar, desde ahora llamaré Albrecht al Gran canciller, y Festing, al Gran Maestre). Pero falta todavía el motivo de la destitución, y el papel que en este lío correspondió al cardenal Burke, uno de los altos curiales del Vaticano más díscolo contra Francisco, tal vez el que más.

Los motivos: mejor será que cite textualmente un párrafo de RD, que aclara bastante el panorama:

“La controversia en la cúpula de la Orden empezó con la fulminación sumaria de von Boeselager a principios del pasado diciembre. El ya ex-Gran Maestre Festing y el cardenal Patrono de la Orden, Raymond Burke, acusaron a von Boeselager de haber dejado que el brazo humanitario de la Orden distribuyera condones en países del tercer mundo, y aseguraron que el Papa Francisco quería que abandonara su cargo. Alegación que faltó a la verdad, tal y como luego se descubrió”. (RD, 27/01/ 2017).

Es impresionante, es decir, impresiona bastante, cómo dentro de la cúpula de la Iglesia hay eclesiásticos que no se conforman con el poder que tienen, y que no merecen, como demuestra hasta la saciedad el cardenal Burke. Ya llevó muy mal que fuera “rebajado”, es un decir, en su opinión, del cargo de presidente del Tribunal de la Signatura Apostólica, auténtico Tribunal Supremo de la Iglesia, a patrono de la orden de Malta. Este rebajamiento se produjo cuando muchos en la curia romana pensaban que el Papa mandaría al, más que inquieto, rebelde, desobediente y desleal cardenal Burke a un destino estrambótico, lejos del centro de poder del Vaticano. Pero Francisco demuestra, cada día, que su paciencia es mayor que la del santo Job, y todos esperamos que ha llegado el momento en que se le acabe.

En algunos usuarios de las redes sociales, entre los más conservadores y tradicionales, se ha transmitido la idea de que el papa Francisco quiso castigar a alguien por haber proporcionado preservativos en algún país africano, en contra de las directrices morales de la Iglesia. Pero nada más alejado de la realidad. El gran Maestre y el cardenal patrono, Burke, montaron una trama para descalificar al Gran Canciller, y, de paso, comprobar si el Papa era o no tan permisivo como el Gran Canciller con el reparto de preservativos a las muchedumbres desinformadas y miserables del tercer mundo. No sabemos si al Papa le hizo, o no, mucha gracia ese comportamiento de algunos responsables de la Orden de Malta bajo el mandato del gran canciller. Así que no cabe la descalificación que gente anti-Francisco querían hacer, tachando al Papa de hipócrita, que mientras se preocupaba en unas ocasiones de los pobres y desvalidos, por otra impedía que esas gentes empleasen medios para no cargarse de hijos. Porque fue, justamente, el papa argentino el que anuló la destitución de quien fue acusado de esa permisividad con ese tipo de control de natalidad, y ordenó que se le repusiera en sus funciones.

Lo del cardenal Burke está llegando a unos niveles que a nadie extrañaría que el papa Francisco, por el bien del pontificado, de la Iglesia, y el decoro del propio colegio de cardenales actuase enérgicamente contra el levantisco y desobediente cardenal, y cortase en seco sus intemperancias. Y muchos lo esperan porque todos, o casi, están ya hartos, escandalizados y asqueados de un comportamiento tan desleal, tan poco o nada evangélico, y con muy poco del respeto y del amor cristiano que se le puede exigir a un cardenal, por lo menos en público.