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miércoles, 28 de diciembre de 2016

Otras dos intervenciones de la CEE que no vendrían mal (II)

Jesús Mª Urio Ruiz de Vergara

La 2ª) intervención que solicitaba ayer de la CEE era para subsanar, arreglar, solucionar, curar, un asunto de delimitación eclesiástica que lleva años enquistado en las cranes de la Iglesia extremeña. Se trata de la incomprensible apropiación del santuario de la patrona de Extremadura, la Virgen de Guadalupe, por parte de la diócesis de Toledo. Todos sabemos que a la diócesis toledana, hasta hace dos días, como quien dice, le han pertenecido casi todas las tierras, desde el Tajo hasta el mar, por el sur. Y por el norte, también, que se lo digan a Madrid, y a tantas y tantas feligresías de Guadalajara. Todos sabemos, también, y reconocemos, que muy probablemente, en la Iglesia occidental, Toledo haya compartido con Roma y Milán la excelsa dignidad de haber sido las Iglesias con más historia, con más influencia, con más patrimonio teológico, canónico, litúrgico, y hasta pre-dogmático, o casi. No hay más que recordar los Concilios de Toledo, a los que nadie osa, en los años medievales, denominar sínodos. Y no hace falta apelar a la que lio uno de esos concilios con la cuestión del “filioque”, que acabó provocando el cisma de Constantinopla, con la Iglesia oriental, después, hasta hoy, Iglesia ortodoxa.


Pero esa historia gloriosa no habilita a la sede toledana a perpetrar el atropello que sigue manteniendo contra la Iglesia extremeña. Me decía un miembro muy lúcido de esta iglesia local española que la única razón que podía encontrar, para tamaño desvarío, no era otra que “la ingente cantidad de dinero que el Santuario guadalupano produce todos los años”. A mí, bastante más ingenuo de lo que sería de desear para mi propia seguridad, me cuesta creer que esa sea la razón principal de la falta de ganas de dejar el Santuario.
Alguien se podrá extrañar de mi intención de provocar la actuación del la CEE, porque etas cosas se suelen resolver acudiendo a la autoridad ¿neutral? del Vaticano. En el Vaticano hay un organismo del que se puede asegurar, prácticamente, la neutralidad. Se trata del tribunal de la “Signatura Apostólica”, que es el Tribunal Supremo de la Iglesia, y que no suele casarse con nadie. Pero acudir a ese alto tribunal significa una demanda en toda regla, y, normalmente, solo en graves litigios administrativos, o, eventualmente, penales, se cuenta con él. Pero las diócesis procuran no contar con este organismo, a no ser de la estricta necesidad, o de la gravedad de la injusticia, o de la persistencia en el incumplimiento de un deber canónico, o a la resistencia a cumplir una sentencia, aunque sea de tribunales locales, diocesanos o metropolitanos.

El tener que recurrir al Vaticano para un caso como el del Santuario de Guadalupe demuestra que muchos obispos, y diócesis, se han olvidado del Vaticano II, y no hacen nada por caminar hacia la descentralización de la Iglesia, y de su Colegialidad. El Concilio pretendió, pretensión que fue obstaculizada, primero, hasta ser después imposibilitada, por el aparato de la Curia vaticana, y el grueso de los obispos italianos. Porque los padres conciliares, en una buena mayoría, pero no suficiente, prefería que los asuntos internos de las Iglesias particulares fueran solucionados por las instancias de esas mismas Iglesias. Y si no las había, era fundamental, y casi prioritario, que fuesen creadas para una mayor diligencia en la resolución de los litigios y problemas que fueran apareciendo.
Pero, además de esa predisposición del episcopado a la tortícolis, de tanto mirar a Roma, como afirmó en su día, con gran enfado episcopal, el cardenal Tarancón, nuestros prelados parecen tener serios problemas en discutir, y argumentar en contra, con otros obispos, como si tuvieran miedo de perder la comunión. No se los ve con la disposición que tantas veces descubrimos en los Hechos delos Apóstoles, de oponerse enérgicamente a alguno de sus pares, cuando sus pareces, o actitudes, son, en opinión propia, reprobables. Este temor a la discusión, a la polémica, y a quedar mal con un compañero denota dos fallos de madurez, human, y, sobre todo, cristiana: miedo a que mi hermano no tenga suficiente estructura psicológica y evangélica, para aceptar con provecho la corrección evangélica que pretendo aplicarle con respeto, y hasta amor, y, por otro lado, y desde la propia personalidad, sospecha de que no sepa estar a la altura de las circunstancias, y acabe indisponiéndome con los demás. Es hora, sin embargo, de que nuestros jerarcas se dejen de esas prevenciones, y comuniquen claramente al arzobispo de Toledo, el escándalo que su actitud puede estar provocando en todo el pueblo de Dios, quien tiene argumentos, tal vez por falta de la información que le debería proporcionar el obispado de la sede toledana, para sentirse escandalizado y pensar mal de la relación fraterna y evangélica que imagina ser la que existente entre dos pastores de la Iglesia, siendo ambos sucesores de los apóstoles.

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