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jueves, 15 de diciembre de 2016

Cristianismo y la Revolución

Alonso Ignacio Salinas Garcia (Chile)


Reflexión sobre las dos identidades del cristianismo –la construida por los hombres y la de Jesucristo- y el deber revolucionario que tienen los cristianos militantes.
Clotario Blest fundó en 1928 el grupo Germen, que buscaba difundir principios cristianos distintos a los del sector conservador de la Iglesia Católica, además de apoyar la lucha de los trabajadores. Germen tuvo una revista homónima, en la cual Blest escribía las editoriales y algunos artículos. La agrupación se consideraba católica y abogaba por la unión de la clase trabajadora, criticó el rol de la Iglesia en la sociedad, especialmente su actitud con las clases más desposeídas. En la declaración de principios de Germen se establecía:
“Se ha desfigurado a Cristo ante las masas hasta el extremo de hacerlo odioso. Silencio alrededor del obrero que es Cristo: mucha palabrería alrededor del Dios que es rey. Se ha desfigurado a Jesús, mirándole sólo como Dios, y no como hombre y obrero, verdadero hermano nuestro según la carne, donde Él quiere y desea y pide ser imitado y amado” (Salinas, M. 1991, p. 10)1.



Siendo una realidad que se ha impuesto desde que Roma oficializo al Catolicismo como la fe del imperio de los Césares, la alianza de la casta sacerdotal con la cuna de la civilización occidental encontró su continuación en los nuevos señores germanos que desmembraron aquel imperio, volviendo la fe cristiana en un instrumento para la dominación de una clase sobre otra.
Los nuevos señores –quienes construirían el mundo feudal- junto a sus amigos sacerdotes se dedicaron a construir una identidad más hereje que los pecadores que torturaba la Iglesia en la inquisición, una fe que habla más de sexo que de justicia social, una fe que se dedica a denigrar a la mujer y mantener el status quo, ¿pero es esta fe la convicción de cristo?

Mientras los Reyes Católicos se dedicaban a perseguir a los judíos y al Vaticano le preocupaba quemar libros, el Evangelio Jesús decía: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos”2. El Jesucristo rubio con ojos azules, con vestimentas lujosas es el señor de los Papas en silla de oro y anillos de lujo, es el señor de las mentiras y falsedades, más no el señor de los cristianos. La larga historia de la fe y Europa –entrelazada para mal- es una historia de vejaciones e injusticias; la inquisición, las guerras religiosas (1524 hasta 1697), las cruzadas, e incluso el mismo Holocausto3, una historia que hace llorar sangre al Carpintero, es una historia producto de la manipulación de los hombres sobre la fe, no de la fe sobre los hombres.
El verdadero y más sincero Jesucristo es precisamente aquel pecador, ese obrero y campesino hijo de Dios, y su historia no sería contada hasta la Teología de la Liberación, la cual perdió su batalla ante la Santa Sede, pero aun así logro cambiar el rostro de la fe cristiana, recuperando ese mensaje revolucionario dado por el verdadero cristo. Y es justamente ese mensaje el que debe recuperarse por parte de los cristianos militantes.
El deber que queda a los creyentes es justamente el devenir de una Sociedad Distinta, pues el deber de los cristianos no es ser; monógamos, vírgenes hasta el matrimonio ni heterosexuales, no es seguir las ridiculeces de personajes como Henry Boys, sino más bien, el deber de los creyentes es revolucionarse a sí mismos –abandonando todos los prejuicios que les impuso- como Jesús camino por cuarenta días y cuarenta noches por el desierto, y buscar la revolución social, crear un mundo distinto, construir el Reino de Dios en la tierra.
Hay una cosa mucho más importante que; rezar, mucho más importante que confesarse y más importante que ir a misa, eso es lo que el cantante Atahualpa Yupanqui dijo en Preguntitas sobre Dios: “Hay un asunto en la Tierra, más importante que Dios, y es que naide escupa sangre pa que otro viva mejor”4. Apena pensar que a pesar de que la historia y la cultura popular construida por la izquierda condena a la fe cristiana por los actos en los que se ha visto envuelta, es más miserable aun que aquellos que la han tomado como símbolo y parte de una identidad político –me refiero específicamente a la Derecha política- sean agentes que continúen perpetuando la falsa figura de Cristo y las injustas doctrinas nacida del sucio pacto entre casta sacerdotal y la extinta nobleza, estos agentes de la moral cuando niegan los derechos reproductivos de la mujer –ayer el derecho a los anticonceptivos, hoy el aborto- niegan a Jesús, niegan que él fue y se paró ante otros agentes de la moral –como hoy la UDI- que iban a apedrear a una mujer por adultera, niegan que la primera apóstol de él fue una mujer, niegan que todos somos hijos de Dios. Y peor aún, cuando estos mismos agentes morales, son a la vez privilegiados que han usado históricamente el miedo al “infierno” y el poder de los sacerdotes sobre el pueblo –en especial sobre el campesinado-, como ocurrió en Guatemala donde se movilizo a la Iglesia Católica para desestabilizar el gobierno de Jacobo Arbenz –el cual atacaba directamente los intereses económicos de la burguesía guatemalteca y al imperialismo estadounidense-.
Los cristianos deben comprender que el infierno solo existe aquí en la tierra, es un estado individual y colectivo, del cual la humanidad es esclava, y siempre será así mientras haya Patrón, siempre será así mientras la Sociedad Civil no controle el poder político y económico. Aquí el desafío de los cristianos militante y los que aún no lo son, las contradicciones de clase y la explotación del hombre por el hombre son antagónicas con el evangelio, los creyentes deben entender que Jesucristo es Revolución. 

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