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martes, 29 de noviembre de 2016

Sorprendentes declaraciones del Papa sobre el CLERICALISMO

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

El clericalismo es uno de los males más serios que tiene la Iglesia, se aparta de la pobreza”, fue una de las declaraciones más explosivas de Francisco en la visita que realizó a la Congregación General de la Compañía de Jesús el pasado 24 de octubre, y que la revista la Civiltá Cattolica ha hecho púbica un mes después. A mí me gustan estos “desplantes” anticlericales” del que, para las mentes de corta visión, debería ser, y actuar, y parecer siempre, como el gran jefe de los clérigos. si leemos el Evangelio sin prejuicios comprobaremos que Jesús se comportó como un anticlerical, metiéndose siempre, y discutiendo, y polemizando, y denunciando, a los Sumos Sacerdotes, a los Escribas, a los Letrados, y a los jefes de los Fariseos, es decir, a la crema de la jerarquía religioso-social; a los que, con frecuencia, sumaba a los senadores, y a los saduceos, para abarcar a todo el ámbito dirigente de su tierra en su tiempo. Mi opinión es que el Papa tiene este tipo de salidas y comportamientos porque su sensibilidad de creyente es lo más parecida posible a la de Jesús.

Lo primero que hay que saber, y es preciso afirmar muy alto es que en el Nuevo Testamento (NT) no hay ni rastro de lo que hoy llamamos clero. Ni siquiera podríamos hablar de Jerarquía propiamente dicha, sino tan solo de una cierta organización de los carismas, es decir, de los diversos ministerios, al servicio de la comunidad, sin destacar ninguno de ellos por encima de los otros. No hay más que recordar la multitud de textos paulinos que nos dejan bien claro, hasta desechar toda duda de que, igual que en el cuerpo humano, en el que la cabeza no puede decir a los pies no os necesito, ni la mano a la nariz, así en el cuerpo eclesial ningún miembro sobra, ni, por otro lado, tampoco otro de ellos puede ser destacado. Hay varias listas de ministerios importantes en la comunidad, y en dos de las más famosas, el carisma de Gobierno aparece, en una, en el quinto lugar, y en la otra, en el séptimo. Ahora no se trata de que os agobie a textos, porque se encuentran muy fácilmente en las cartas de Pablo, sobre todo en los días actuales en que el Google nos pone delante de los ojos la respuesta a cualquier pregunta.
De lo que no queda ninguna duda de que los primeros de las primeras comunidades eran los apóstoles, que habían recibido directamente de Jesús el mandato apostólico. Si bien es necesario añadir que la fórmula del mandato universal del final de Evangelio de Mateo, (Mt 28, 18b-20), aunque parezca que se refiere solo a los apóstoles, no así en el paralelo de Mc 16, 15-16, que perfectamente se puede entender dirigido a todos los que acompañaban a Jesús. Lo que es totalmente cierto y seguro es que el Maestro de Nazaret no era levita, ni de la casta sacerdotal, y que es muy arriesgado suponer que su deseo fiera el dejar organizada su comunidad, la que iba vivir y dar testimonio en el mundo del Reino de Dios, como un grupo religioso, con su casta sacerdotal, él que en el transcurso de su vida tanto había denunciado los abusos de los poderosos en todos los ordenes, también en el ámbito religioso. Su advertencia de que “entre vosotros no sea así” es, también, perfectamente aplicable, a la falta de “profesionales clérigos” en su comunidad.
No cabe en este sencillo artículo un estudio largo y serio del clericalismo en la Historia de la Iglesia, yo no pretendo tanto. Solo dar una pinceladas para poder entender la declaración del Papa que comento. En la Edad Media el clero fue creciendo, hasta llegar a dividir a la comunidad eclesial en dos partes totalmente diferenciadas, desiguales, y enfrentadas, en una mentalidad feudal, en la que los clérigos eran los únicos que tenían voz, y los seglares, o laicos, cuyo principal obligación era seguir la indicaciones clericales. En el concilio de Trento, con la casi definitiva organización de la promoción, preparación y estudios profesionales de los clérigos, a partir de la instauración de los seminarios, la brecha que se abrió clero-laicado fue todavía mayor, lo que provocó, por una parte la Reforma luterana, porque resultaba irrespirable es sujeción a un cuerpo clerical poco preparado, a pesar de los seminarios, y dueños de la verdad, no solo Revelada, sino de la aplicación de los dictámenes de la conciencia; y, por otra parte, el alejamiento progresivo e imparable del Pueblo, cada vez más ignorante, más sumiso, y más alejado de los auténticos valores del Evangelio. La Revolución francesa, desde una perspectiva civil, intentó dar un vuelco a la situación, pero siguió, en los siglos de mayor decadencia eclesial, XVIII, XIX y XX, la situación monstruosa, literal, de un cuerpo con enorme cabeza, mastodóntica, y resto del cuerpo, enano.
Eso lo quiso resolver el Vaticano II, y en esas estamos, porque hay una fuerte rémora por parte de los que anhelan una Iglesia de Cristiandad, en la que el Papa, como feje supremo del cuerpo más preparado, culto, y, se supone, santo, que forma la pirámide jerárquica de la Iglesia, esté por encima de cualquier autoridad mundanal, no solo en lo externo de las normas y leyes que regulen la vida de los hombres, sino, sobre todo, en el interior de las conciencias. Por eso es tan importante que el veo tenga una visibilidad clara, diáfana, porque el mundo ve todos los que somos, y la fuerza que tenemos. NO le veo otro sentido al empeño de las vestiduras clericales de sotanas y clergymans en la calle. Y todo eso significa, evidentemente, poder, y solo los mal intencionados, y los incautos, lo pueden negar. Y o no lo quieren ver, o no lo ven de hecho, en una disonancia increíble con la progresión de la Historia. Por ahí veo yo la intención de las palabras del Papa, de que “el clericalismo es uno de los mayores males de la Iglesia”, si no el mayor, porque se convierte en una garantía de poder, económico, y de dominio de la gente.

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