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domingo, 30 de octubre de 2016

Sobre los restos y la instrucción del Cardenal Müller

Jesús Mª URIO RUIZ DE VERGARA
¿Es más fácil la resurrección del cuerpo sepultado que cremado?
Yo no he entendido la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 15 de agosto de 2016, en Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, y dado a conocer al público justamente unos días antes del la conmemoración de los fieles difuntos. Para mí que se trata de una de las jugadas menos clásicas del prefecto de la Congregación de la Fe, cardenal Müller, gran antagonista de Francisco. Es decir, dicho en términos populares y malpensados, se trata de un gol que ha pretendido meter al Papa el ínclito cardenal. Pero la paciencia del papa argentino es muy capaz de sorprender al díclolo cardenal; eso si no lo asusta con una salida inesperada, porque el papa es todo menos cobarde.
Y ahora, entrando en el mérito de la cuestión, ¿alguien puede pensar en nuestro tiempo de tantas pretensiones científicas que la cremación del cuerpo deja a éste más inhabilitado para la magnífica aventura de la Resurrección? Hay quien piensa así, y lo único que demuestra es una mala percepción de la cosmología corporal del ser humano. Es muy interesante que exploremos esta línea de pensamiento. Me guiaré en ella más por la antropología filosófica moderna al estilo existencialista y fenomenológico, que por el pensamiento hilemórfico, aquél que considera como principios fundamentales del mundo físico la materia y forma, de Aristóteles. Procuraré, sin embargo, no cansar con términos y conceptos demasiado filosóficos y técnicos.
1ª) Una idea previa es fundamental: el ser humano tiene materia y forma, como todo ser de la naturaleza. Pero con una característica fundamental y exclusiva que lo hace brillar sobre todos los otros seres, pero que lo complica todo. Es lo que el pensamiento tradicional ha llamado “alma”, y la moderna reflexión filosófica prefiere llamar conciencia, o según que tipo de sensibilidad, espíritu. Ambos elementos, y para lo que sigue, da lo mismo cómo los llamemos, no forman parte del ser humano al 50%, como si juntando los dos ya tuviéramos al hombre. Cada uno, por separado, no son nada. Nada el cuerpo si no está marcado y animado, o, si preferimos, “formado” al estilo aristotélico, por su conciencia, o espíritu, y nada estos, si no animan y formatean, usando un término de informática, al cuerpo. Somos, 100% cuerpo, y 100% conciencia, o espíritu, es decir, como diría Heidegger, 200%: el ser humano excede, se sale, transciende. Y esta trascendencia es, en mi opinión, el soporte filosófico de la Resurrección de los cuerpos, en doctrina que proclamamos siempre que recitamos el Credo de la Iglesia. Así que ese destino final del hombre no es una fantasía trasnochada y acientífica, sino la conclusión de un estudio profundo de la naturaleza humana. Y, para los creyentes, la Revelación viene, en este caso, solo a certificar una antropología humanista, pero no descabellada, ni producto de la imaginación.
2ª) Otra idea, que será la segunda en nuestra reflexión, es fundamental: en Cosmología filosófica aprendimos algo que, a muchos, nos sorprendió en un primer momento, que el cuerpo muerto ya no es cuerpo humano. Es un resto biológico, que recuerda al ser humano que fue, y es el mejor recordatorio del mismo, ¡pero con fecha trágica de caducidad! Aunque ha habido en la Historia serias tentativas de conservación y cuidado del cuerpo después de la muerte, en esos restos se cumple esta 2ª idea, que es fundamental: esos restos ya no son cuerpo humano, sino un recuerdo. Y, en la mayoría de los casos, en el 99,99% de ellos, solo perduran los huesos, por su especial composición química.
3ª) Idea: el cuerpo no es la colección de materia físico-química, que sabemos cambia cada siete años, más o menos, excepto una células del cerebro, sino la especial relación (transcendental, dirían lo escolásticos) que esa materia orgánica guarda con una determinada conciencia, o espíritu, -o alma, diríamos antiguamente-, relación que es exclusiva, excluyente, específica y determinante. De lo que deducimos que lo que hace que mi cuerpo sea el siempre el mismo, aunque haya sido protagonista de múltiples trasplantes, es mi conciencia, mi espíritu.
Espero que, después de esta pequeña exposición, que deseo no haya sido muy aburrida, poco importa cómo se traten los restos biológicos que formaron el cuerpo de un ser humano, para que éste, en la Resurrección, que, por cierto, no tiene por qué esperar hasta el fin de los tiempos, sea el mismo, y en el que mi conciencia, o espíritu, se reconozca. Otra cosa es el respeto que merezcan esos restos, que dependerá de la cultura, tradición, e idiosincrasia de los pueblos. En cualquier caso, no creo que este tema nada que ver con la Revelación, ni con la fe de los creyentes.

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