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lunes, 24 de octubre de 2016

¿No va a haber misericordia para obispos y presbíteros casados? (III)

Rufo González


Cura casado2“Por mucho tiempo nos hemos olvidado… de andar por la vía de la misericordia” (Mv. 10)
En cuanto al celibato, el tiempo ha sido excesivo. Siglos imponiendo. A pesar de la práctica secular de la Iglesia Oriental que conservó en parte la libertad evangélica. En Occidente causa sonrojo leer la historia que no se ha podido ocultar. La ley, que vincula celibato y sacerdocio, no existió en el primer milenio. En el siglo IV surgió la ley de “continencia”, promulgada por el Papa Siricio (384-399). Prohíbe a los clérigos el uso sexual del matrimonio, y les “cierra todo camino de indulgencia”. Conviene reparar en la razón de la ley: “los que están en la carne, no pueden agradar a Dios (Rm. 8, 8). Confundiendo “carne” con “sexo”, el uso del matrimonio “no puede agradar a Dios”. Esta aberrante teología de la sexualidad y la no menos aberrante interpretación del texto de Pablo (Rm 8, 8) son la base originaria de la ley del celibato ministerial:



“Todos los levitas y sacerdotes estamos obligados por la indisoluble ley de estas sanciones, es decir que desde el día de nuestra ordenación, consagramos nuestros corazones y cuerpos a la sobriedad y castidad, para agradar en todo a nuestro Dios en los sacrificios que diariamente le ofrecemos. Mas los que están en la carne, dice el vaso de elección, no pueden agradar a Dios [Rom. 8, 8].
… En cuanto aquellos que se apoyan en la excusa de un ilícito privilegio, para afirmar que esto les está concedido por la ley antigua, sepan que por autoridad de la Sede Apostólica están depuestos de todo honor eclesiástico, del que han usado indignamente, y que nunca podrán tocar los venerandos misterios, de los que a sí mismos se privaron al anhelar obscenos placeres; y puesto que los ejemplos presentes nos enseñan a precavernos para lo futuro, en adelante, cualquier obispo, presbítero o diácono que —cosa que no deseamos— fuere hallado tal, sepa que ya desde ahora le queda por Nos cerrado todo camino de indulgencia; porque hay que cortar a hierro las heridas que no sienten la medicina de los fomentos” (H. Denzinger 185: Sobre el celibato de los clérigos).


Sigue la queja: “¿Acaso el Papa no conoce la palabra de Dios?”
En el siglo XI, por influjo de monjes (celibato opcional), Gregorio VII (1073-1085) impuso la ley del celibato actual. El decreto dice que el que desea ser ordenado debe hacer antes voto de celibato: “los sacerdotes [deben] primero escapar de las garras de sus esposas”. Para cumplir la ley, Urbano II (1088-1099) en 1095 propone vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y abandonar a los hijos. La oposición del clero en Italia, Francia y Alemania, fue casi unánime. Sólo tres obispos alemanes promulgaron el decreto papal. En ambientes eclesiásticos se oía la misma queja: “¿Acaso el Papa no conoce la palabra de Dios: ‘El que pueda con esto, que lo haga’ (Mt 19, 12)?”. A lo que se podría añadir, como me recuerda un comentarista: ¿Acaso el Papa no conoce la práctica de Jesús, “el pequeño relato evangélico de la curación de la suegra de Pedro (Mc.1,29-31 y paral. Mt. y Lc.)? ¡Qué fallo del evangelista! Con lo fácil que hubiera sido no recoger esta humilde historia que nos recuerda que el mismo Simón Pedro, el elegido por Jesús con el “Tu es Petrus”, era nada menos que un pescador casado. La elección de Jesús echa por tierra siglos de celibato obligatorio”.


“El celibato obligatorio es inmoral”
Esperemos que el Papa Francisco tenga valor para volver a la libertad de los primeros siglos. La incultura, el fanatismo y el afán de dominio hicieron que una opción evangélica quedara vinculada necesariamente al ministerio. A finales del primer milenio corrió entre el clero una carta atribuida a San Ulrico, obispo de Ausburgo (890- 973), canonizado por Juan XV, en el primer decreto de canonización. La carta aparecida cien años tras su muerte dice exponer la mente del santo. En ella se dice que para el pueblo cristiano “el celibato obligatorio es inmoral”, ya que San Ulrico, brillante por su nivel de exigencia moral en sí y en su clero, defendía el matrimonio de los curas: “Basándose en el sentido común y la Escritura, la única manera de purificar a la Iglesia de los peores excesos del celibato es permitir a los sacerdotes que se casen” (cf. “Analecta Boll.”, XXVII, 1908, 474).


“La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (Mv. 10)
Si esta “viga” fuera la base de la Iglesia, el derecho a elegir el estado de vida estaría vigente entre los clérigos. Es un derecho fundamental humano. Es de justicia. La misericordia colabora con la justicia para que las personas experimenten que nuestro Dios “se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos” (Mv. 9). Aunque en una época de su vida prometiera no casarse nunca, la evolución personal puede llegar a convencerle de que esa promesa fue equivocada. “Crece la conciencia de la dignidad de persona…, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables… El Espíritu de Dios está presente a esta evolución. El fermento evangélico en el cora­zón del hombre excitó y excita una irrefrenable exigencia de dignidad” (GS 26). El texto conciliar reconoce la historicidad, la construcción personal durante la vida, la evolución, el cambio responsable, máxime cuando cambiamos a otras decisiones buenas y mejor adaptadas a nuestra personalidad. Cualquier promesa es hija del momento cultural y psicológico personal. Darle carácter de inmutabilidad es inhumano. Sobre todo cuando la promesa no es necesaria para la salvación definitiva. Lo importante es la conciencia personal responsable.


El trato a obispos y presbíteros casados no ha sido ni es misericordioso
La Iglesia se deja llevar de la tentación del poder, y no respeta la justicia, “el primer paso, necesario e indispensable” (Mv 10). El trato a los sacerdotes casados no es “anuncio y testimonio hacia el mundo de tener misericordia” (Ibid.) Su actuación con obispos y presbíteros casados es causa evidente de pérdida de credibilidad: “La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (Ibid.). En este asunto, no “se ha hecho cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos” (Ibid.) para mantener el celibato, y les ha aplicado con rigor la ley, sin alternativa evangélica, conforme con su preparación y vocación. A veces ni siquiera opción humana. Para ello necesitaba abolir la ley. Y ha preferido la ley a la vida de las personas: “ha hecho al sacerdote para la ley, y no la ley para el sacerdote” (Mt 12, 7-8; Mc 2, 27; Lc 6,5). Esta es la triste historia del trato a los sacerdotes casados. Éstos, a pesar de su conciencia acorde con el evangelio, han sido expulsados del ministerio. No ha importado la aceptación del Pueblo de Dios, ni la débil y cuestionable fundamentación bíblica y teológica, ni el funcionamiento azaroso, ni el cumplimiento problemático, ni las razones iniciales maniqueas y luego ideológicas, económicas, o de poder…


Relean este texto papal (Mv 12) mirando a los miles de sacerdotes “desaparecidos”:
“La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno… Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo… Donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre… Cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”.


Para la Iglesia oficial no existen
No está en el programa del Jubileo Extraordinario de la Misericordia reunir a obispos y presbíteros casados para brindarles la misericordia del Buen Pastor. Son muchos. Están asociados en múltiples confederaciones. Organizan congresos internacionales. Para la Iglesia oficial no existen. ¿Olvido intencionado? ¿O seguir el camino de la Ley: “nosotros tenemos una ley, y, según esa ley, deben morir” (Jn 18, 7) los obispos y presbíteros, en cuanto tales, si se casan? Es el Código, es la Ley. Aunque el Evangelio diga que “no todos pueden con eso, sólo los que han recibido el don” (Mt 19, 11). La ley, al que dice no tener ese don, le prohíbe ejercer el otro “don”, más claro y urgente. Jesús hizo justo lo contrario: llamó a casados y solteros. Y encargó orar por las vocaciones misioneras: “La mies es abundante, los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38). Pero sin condicionar al “dueño de la mies”: que los envíe solteros.

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