Pedro Serrano
Son muchos los que alaban con fervor la inteligencia humana. Y tal vez no les falte razón. Sin embargo, pocos elogiarían con tanto entusiasmo la lucidez de alguien que sorprendieran tirando piedras a su propio tejado. Pues bien, en términos medioambientales, los humanos actuales, no hacemos sino apedrear nuestro planeta que, al fin y al cabo, no deja de ser la casa y el sustento de todos nosotros y de la generaciones venideras.
Nos comportamos como el tonto que escupe hacia arriba y acaba siendo el receptor de su propio salivazo. Y es que, ¿acaso no escupimos para arriba cuando enmerdamos el agua que luego hemos de beber, la tierra y el mar que crían los alimentos que luego hemos de comer o el aire que luego hemos de respirar? ¿Acaso no estamos sembrando vientos cuando arrasamos bosques y selvas, cuando derretimos las reservas de hielo o alteramos la capa de ozono?
De seguir así, llegará el día en que lamentemos haber nacido y pertenecer a la especie humana. Y ese día llegará cuando la tierra se vuelva hostil e improductiva; cuando los ríos se trasformen en cloacas infectas; cuando el mar se convierta en un pozo negro desbordado y enfurecido; cuando el aire esté completamente envenenado y las flores y los inocentes animales se extingan. Las agresiones a la madre Tierra no quedaran impunes. La estupidez humana hará que un día la poderosa naturaleza se revuelva contra nosotros y nos aplaste como a bichos fastidiosos e inmundos.
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