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miércoles, 7 de septiembre de 2016

¡Ayer vi en la televisión un Papa mohíno!

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Tengo la impresión de que el Papa no estaba a gusto en la ceremonia fastuosa de la canonización de la Madre Teresa de Calcuta. No por el ritual de la canonización, sino por el fasto vacío, ampuloso, magnífico para las cámaras dela RAI, pero alejado, distante, diferente. extraño, para uno que recuerde la íntima familiaridad, la cercanía, la sencillez y, al mismo tiempo, la sentida solemnidad con que los judíos celebraban sus ágapes familiares, sobre todo la Pascua. Con esto quiero decir, recordando algo que ya he tocado en varias entradas de este blog, la enorme, la abismal distancia que hay entre la Cena del Señor, entre una reunión eucarística sencilla y sentida, y la, para mí, aburrida y enervante, y aparente solemnidad de la ceremonia que se celebró ayer en la Plaza de San Pedro, bajo un sol sofocante, pero, eso sí, con un muy buen sistema de megafonía, que para estas cosas se las pintan de cine los italianos, y, entre ellos, todavía más, los romanos vaticanistas.

Pero yo vi a Francisco mohíno, encorsetado, nada suelto, con cara de sorpresa, cansado y ¡hasta triste!. No pienso que ese tipo de celebraciones masivas, grandilocuentes, multitudinarias, me atrevo a decir, que hasta mastodónticas, sean muy del agrado, del estilo, y de la simpatía del papa argentino. Recuerdo cuando comenzó, por parte de ¿liturgistas? supra ortodoxos, c0nservadores, medievalistas, preconciliares, y ortopédicamente ritualistas, la cantinela de que muchos curas jóvenes abusaban de la aplicación de la reforma litúrgica conciliar. Hasta que unos cuantos, entre los que me encontraba, nos hartamos, y pusimos de manifiesto los verdaderos abusos consentidos, bien vistos, y con todas las bendiciones de la Sagrada Congregación del Culto divino y de la Disciplina (¡qué palabra más horrible!) de los Sacramentos: el evidente desprecio a las líneas litúrgicas del Concilio, el abandono de la reforma de la celebración de la Eucaristía, que preveía tres momentos sucesivos en la renovación de los gestos litúrgicos, el A, el B, y el C, que serían progresivos, pero en unos pocos años, no pasando de siete u ocho, no recuerdo bien el tiempo propuesto, y, con la irrupción de Juan Pablo II se pararon abruptamente en el B, y de él no hemos pasado. Esto en el modo y estilo de la celebración cotidiana y normal. Pero el mayor abuso lo veo en aprovechar la Eucaristía para montar espectáculos que, según el pensamiento de algunos, nos ayudan a hacer publicidad de la magnificencia, riqueza, ampulosidad, hieratismo y, ¿por qué no?, hasta del lujo y la belleza estética de nuestras mastodónticas celebraciones.
Pues bien: yo acuso de irreverencia petulante, de abuso litúrgico incomparable, convertir lo que Jesús nos dejó como una cena, o comida, o ágape fraterno y familiar, en un suntuoso acontecimiento masivo para cientos de miles, y algunos fardan, que hasta para millones de personas. Por muy acostumbrados que estemos a estos excesos, solicito a los fieles, clérigos o no, de buena voluntad, y a los que sinceramente quieren ponderar objetivamente el sentido teológico, cultual y bíblico de nuestras celebraciones, y, en ellas, de nuestro respeto y lealtad a la voluntad del Señor, si para este tipo de celebraciones encontramos alguna pista, insinuación, sugerencia o incitación en las páginas de los Evangelios o de todo el Nuevo Testamento (NT). A mi me parecen, objetivamente, unan traición desmesurada a la cercanía, familiaridad, alegría, compañerismo, (compañeros, los que comen el mismo pan), y gozo sereno, que una comunidad, pequeña por el sentido mismo de la celebración del ágape, encuentra en la celebración de la Cena que nos dejó el Señor.
Y por ahí veo yo la tristeza, el sentimiento de haber sido superado por tanta multitud, el acoquinamiento y pequeñez que me pareció notar en la presidencia presbiteral de Francisco. ¿Como su gesto, su palabra, sus matices, su mirada, iban envolver, y llegar, hasta el corazón de tanto participante, que se podría convertir, mas que en un comensal a la misma mesa, con el mismo mantel, y partiendo el mimo pan, en un espectador de un espectáculo religioso, sí, pero tan alejado de la maravillosa cercanía del Maestro partiendo el pan, y mojando todos de la misma salsa? No me extraña que el Papa, según mi observación, estuviera mohíno. Porque este papa sí que está demostrando tener esa sensibilidad para llegar a sentirse naufragar en un acontecimiento masivo, multitudinario, solemne, hierático, pero frío, y dudosamente evangélico.

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