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jueves, 4 de agosto de 2016

Pokémon go


col Marta Garcia


No es inusual en estos días pasear por la calle o ir en el autobús con gente que cruzan con su móvil la realidad y de repente, ¡zas!, ¡un pokémon! A mí me pasó el otro día viajando en tren. Resulta que iba tan tranquila leyendo un artículo sin saber que a mi lado tenía un pokémon. Me llevé un buen susto cuando aquellos dos chicos que tenía en los asientos de enfrente apuntaron con su móvil a la butaca de mi lado, que yo ingenuamente veía vacía, y cazaron a Rubí Omega. Y es que según ellos hay que estar muy alerta porque en el momento y en el lugar más inesperado aparece uno.
De repente la monotonía de ir al trabajo se ha transformado en una búsqueda sorpresiva, un juego. La realidad no es la que vemos, se ha desdoblado y está llena de seres invisibles que habitan a nuestro lado. Solo hay que bajarse la aplicación para verlos. No sé si los inventores de esta franquicia son conocedores del mensaje de Jesús de Nazaret, pero el evangelio de este domingo les iría de perlas. Es más, salvando la distancia, y no solo de siglos, a su favor habría que decir que han sabido inventar una aplicación para conseguir eso a lo que hoy nos insta el evangelio: vivir preparados y mantenerse alerta porque no sabemos cuándo puede aparecer, en nuestro caso, el Hijo del Hombre. 
Probablemente las primeras comunidades cristianas pensaron que tras la Resurrección, la venida de Jesús iba a ser inminente. Sin embargo el tiempo pasó y, al ver que no sucedía nada y que incluso el mundo seguía igual, se fueron poco a poco desinflando. Es entonces cuando los evangelistas idearon esta "aplicación" para mantenerles alerta y despertarles del letargo de pensar que la realidad se circunscribe a lo que vemos y que no hay más dimensiones de la misma. La necrosis de la esperanza consiste precisamente en considerar que nuestro mundo no es capaz de generar un futuro diferente y que, por eso, no pasa nada. Creer es tener tensado el corazón hacia ese horizonte de sentido real y posible, aunque por ahora no se vea o sea para algunos invisible.
Y nada mejor que el presente para tensar las cuerdas que hacen vibrar la esperanza: el futuro está en los fundamentos, se halla aquí y ahora, no es un futuro pospuesto ni postergable, fecunda nuestro vivir cotidiano. Y es, precisamente, aquí donde la franquicia japonesa y el Evangelio ofrecen soluciones distintas. Hace varios domingos la liturgia proponía dos textos emblemáticos —el de la encina de Mambré (Gn 18,1-15) y el del Samaritano (Lc 10,29-37)— que, puestos como trasfondo del de hoy (Lc 12,35-40) genera una "aplicación" muy potente y atractiva.
De hecho, Abraham da hospitalidad a tres forasteros sin saber que está acogiendo al mismo Dios y aquel buen samaritano se hace prójimo de un hombre herido del que otros han dado un rodeo. Se trata de una categoría muy bíblica, el forastero, el vulnerable, el pagano, aquel del que menos te los esperas es portador de tu propia salvación. Es más, Dios se identifica con ellos: ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber, forastero y te acogimos, desnudo y te vestimos? (...) cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis (Mt 25,31-46)
La apelación a permanecer ceñidos y en alerta porque el Hijo del Hombre puede llegar en cualquier momento resulta muy motivadora. Pues no sabemos si nuestra salvación vendrá en patera, la encontraremos acurrucada en un banco del parque y cubierta de cartones mugrientos que improvisan una cama. Tal vez esté en unos ojos que se cruzan al salir de la iglesia mientras con una mano abren la puerta y con la otra mendigan generosidad. Quizás para encontrarnos haya tenido que cruzar varias fronteras, andar miles kilómetros con la casa a cuestas, saltar toda la serie de obstáculos que le hemos puesto: vallas de más de diez metros, protocolos eternos, visados y un largo etc. Y es que como canta Pedro Sosa:
«A ver si Europa se entera que no hay quien ponga barreras al sueño de la Esperanza. Que el alma se aferra a un sueño y el sueño mueve las barcas».
Esperemos que al volver Dios nos encuentre así, ceñidos como él con una toalla. Entonces nos preparará una mesa (Lc 12,37) y volveremos a escuchar aquellas sorprendentes palabras: venid benditos de mi Padre (Mt 25,34

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