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lunes, 29 de agosto de 2016

“El Burkini”



Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


Viva la libertad y la variedad
Desde que se levantó la polémica sobre el uso, su admisión o su rechazo, hasta llegar a la prohibición administrativa de su uso, la polémica del “burkini” en Francia me ha parecido, en el mejor de los casos, de un ridículo subido. ¿Qué lesión de los valores constitucionales, o de las costumbres morales, o del peligro de un mal contra terceros, o qué otro tipo de criterios podrían esgrimir las autoridades municipales para prohibir esa inocente, ingenua y hasta infantil prenda para el uso de las mujeres en las piscinas públicas, playas , ríos, parques o arenales de la dulce Francia? Desde que me enteré de las primeras trabas administrativas ya me pareció mala cosa, como una medida disparatada. Y cuando algunos municipios franceses de la costa de oro llegaron hasta la prohibición yo pensé que algo andaba muy mal.


Y no digamos nada desde el momento en que se publicó la noticia que la policía había obligado a una mujer, no sabemos si musulmana o no, a quitarse esa ropa sobrante, no para la mujer, sino para la policía. Así que acabamos de entender que se estaba fraguando una intervención administrativa de las autoridades que, dejando atrás la ridícula insensatez, podrían acabar en el atropello, y en una flagrantes falta de respeto a los derechos humanos, comenzando por la autonomía de los ciudadanos en su vida privada, y en su intimidad. Por eso se entiende de alguna manera la insólita prisa del Consejo de Estado de Francia, anulando, con decisión inapelable, las prohibiciones municipales contra una simple prenda de vestir.
Que una mujer proteja su cuerpo de las miradas, indiscretas o no, limpias o no, claras o turbias, no puede constituir ningún motivo de rechazo, de incomodidad para el resto de la ciudadanía, o mucho menos de peligro para la misma. Solo las mentes tortuosas, obsesionadas o maniáticas pueden pensar que el burkini puede facilitar la ocultación de un mecanismo peligroso o explosivo más que un vestido normal o un chándal, o una prenda respetable del que baja a la playa con cierta elegancia. El mal que habría que desterrar, si tuviéramos medios, y el Estado fuera siempre de fiar, es que se cumpliera la sospecha de que la ciudadana musulmana se viste de esa guisa obligada y vigilada por instancias que de ninguna manera pueden pretender ese poder, o esa autoridad. Sabemos que hay mujeres, y todos conocemos alguna joven musulmana, que viste libremente, y acude a la playa con la libertad que las leyes de nuestra época permiten a varones y hembras. El Estado tiene como uno de sus objetivos, garantizar los derechos y las libertades de todos sus miembros, no de limitarlos. y mucho menos anularlos. Que la autoridad tiene la sospecha, con suficientes indicios, de que una persona viste, de la manera que sea, obligada por alguien, institución, grupo social o religioso, que investigue, y tome las medidas para liberar a esa persona de una injusta y opresiva imposición. Y no que, directamente, quebrantando el más mínimo derecho a la libre circulación y a la libertad de apariencia y vestido, sea molestado en el cumplimento de ese derecho fundamental.
Es una pena que alguien actúe motivado por fuertes presiones, o porque, como decimos castizamente, le hayan comido el coco. Todos sabemos el poder de la publicidad, de las enormes campañas de propaganda, del poder de convicción, hasta llegar a implicar a la intimidad de la conciencia, de grupos, sectas, religiones con ministros obsesivos y nada equilibrados ni objetivos. Pero fundamental y decisivo, algo que siempre hay que salvaguardar, es la igualdad de trato, y no tomar medidas coercitivas mirando previamente la matrícula de los grupos a controlar. Todos recordamos, sin necesitar de dar ningún nombre, las tragedias individuales, familiares y hasta sociales que ciertos desvíos religiosos, o exageraciones, o comeduras de coco, han provocado en ciertos ámbitos, y en épocas no tan remotas, y en algunos casos bien actuales, de nuestra población. Así que “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. 

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