Me refiero, claro, a las elecciones de ayer. La campaña del miedo le salió muy bien a Rajoy, porque el señor Pablo Iglesias constituía un peligro para España, es decir, para la ciudadanía, con la casi inminencia de convertir nuestro país en otra Grecia, y el joven e imberbe Albert Rivera era un ingenuo incauto, inexperiente, y, además, ¿para qué votar una copia, pudiendo votar al original? Ambas observaciones catastrofistas eran, como tantas veces, ¡tantas queque ya nos hemos acostumbrado!, unas clamorosas mentiras. Así como la bajada imposible de impuestos, y otras promesas, a bombo y platillo en mítines y televisiones, desmentidas el mismo día por correo. En fin, esto de las mentiras y de las promesas hechas con toda seriedad, pero que se sabe de antemano que no se pueden cumplir, han sido otras de las entrañables características del Gobierno de Rajoy.
Otras características identitarias:
No respetar las reglas del juego democrático.
A) Han sido emblemáticas las no pocas veces, sino muchas, demasiadas, en que el PP ha usado la mayoría absoluta para conformar un Gobierno absoluto y absolutista, no contando con las otras fuerzas del Congreso, olvidando que el buen gobierno suele acaecer cuando una mayoría fuerte y estable se deja aconsejar por una o varias minorías, entre otras cosas, porque sus representantes en el Congreso también representan a los ciudadanos que los han votado, y es una buena manera de congraciarse con los Gobernados. Pero los gobernantes peperos no solo no se percataron de esta realidad, o, en su engreimiento político, la despreciaron, y hasta se rieron de manera bochornosa, como cuando oí a un portavoz perdonavidas decir “a ver si se enteran de que tenemos mayoría absoluta, y lo que esto puede llegar a representar”. O tal vez la frase no es al pie de la letra, pero ese era el sentido exacto.
B) Como tuvo que recordarles en plena campaña el señor Sánchez, no todo es legítimo, ni es legitimado por el clamor de la campaña. Así como la desvalorización y el desprecio de otras formaciones, no respetando de forma flagrante las más mínimas reglas de la democracia. Una cosa es que al elector le gusten más unas políticas que otras, o unos modos de hacerlas le satisfagan más, o que considere unos programas electorales más válidos que otros, y otra es, desde os micrófonos electorales de radios y televisiones, un partido, como ha hecho abundantemente el PP en estas últimas elecciones, venga a decir que cuidado con el partido tal, o cual, que es esto o lo otro, no respetando que quien indica si un partido presenta las condiciones idóneas para presentarse a unas elecciones es la Justicia Electoral. Es decir, se trata de un partido que tiene que aprender mucho de democracia.
C) La insistencia en la lista más votada es otro atropello a las reglas del juego democrático que marca la Constitución española. Las elecciones generales no son presidenciales, como en Francia, o Estados Unidos, o Brasil, o tantas naciones que las tienen, sino estrictamente parlamentarias. En la nuestra esas elecciones para determinar la composición del Congreso, y, después, es éste, y sólo éste, el que elige al presidente del gobierno. Y si una mayoría de votos no constituye una mayoría de escaños que puedan producir la investidura por ella misma, hablar de ganar la elecciones no es otra cosa que un engaño, un fraude a los ingenuos, muy pocos, cada vez menos, ¡gracias a Dios!, de los electores. Es decir, Don Mariano, no ha ganado ninguna elección. Sus 136 escaños no podrán provocar la investidura en contra de la voluntad de los 214 restantes. Y el pasarles a los diputados por las narices, erre que erre, que Vd. ha ganado las elecciones, cuando saben que no es así, puede ser que los encrespe, y nunca consiga su buena voluntad, absolutamente necesaria, para pueda sentarse en el sillón de la Presidencia del Gobierno. Hay mentiras más fáciles de pasar que esta de la victoria electoral, que no cuela, Don. Mariano, así que no nos torture, entre la altivez de la propia fuerza, y la candidez de la fórmula literaria de petición, con la frase que ya pronunció en esta madrugada: “Este partido tiene derecho a que lo dejen gobernar”; pues no, Señor Rajoy, no tiene ese derecho, obviamente por los insuficientes 137 escaños, ni por la exhibición de corrupción y de abuso político, ni por sus modos y estilos poco democráticos, ni por el descarado desplante, por motivos de pura frivolidad personal, al jefe del Estado cuando Vd. sabe.
No aceptar la responsabilidad política en casos de corrupción. Es un principio de sentido común que quien vota a corruptos, se hace connivente, y. de alguna manera, cómplice, con ellos. En las listas del PP han ido un montón de imputados/as, o investigados/as, como se dice ahora. No se trata de la manida frase “todos los partidos en el poder roban”, sino que si alguno lo ha hecho, o hay soporte jurídico suficiente para suponerlo, no sea, obscenamente, colocado en las listas, como invitando a los electores a que lo protejan de la investigación judicial con sus votos.
No es de recibo apelar a la responsabilidad de otros partidos, como ya hizo ayer, apremiando, sobre todo al PSOE que, por responsabilidad de Estado, tiene que facilitar la gobernabilidad. Es fascinante, cómo del PP aborrece de que le digan cómo tiene que gestionarse, cómo recriminaron a Rivera que les aconsejase un relevo en la cabeza del partido, pero no se cortan un pelo al decir a los demás qué es lo que tienen qué hacer. Si yo fuera el responsable del partido socialista no me haría connivente en la acción de aupar al señor Rajoy a la presidencia del Gobierno. Dicen que en Europa han respirado tranquilos ante el resultado de las elecciones españolas.
Pero no los gobernantes de la Unión Europea, ni mucho menos sus congresistas, que están sorprendidos, casi tocados de vergüenza ajena, al contemplar la complacencia, y el flaco sentido ético muchos de los votantes del PP, e los que estaban bien informados, que no han tenido reparo en favorecer la subida al poder del partido responsable de la Gurtel, de la Púnica, de los papeles de Bárcenas, de Acuamed, del caso Noos, todos ellos casos no solo con implicaciones políticas evidentes, sino ya tramitados en el mundo judicial, con cientos de imputados-investigados, y con una cronología presente y del más inmediato pasado, es decir, todos ellos avanzando el siglo 21. Tengo informantes en Europa que me aseguran que en cualquiera de sus países serios el ultimo responsable de todos esos escándalos, que no es otro que el presidente del PP, ya habría dimitido, motu propio, o lo habrían empujado irremisiblemente.
No, a mí no me impresionan los ocho millones de votos, sino que me sorprenden, me confunden, y me inquietan e incomodan. ¿Es que en nuestro país la corrupción no solo va a resultar impone, sino va a producir más votos, más apoyos populares, como ha sucedido en la comunidad Valenciana, en Valdemoro, en Almería, en Castellón, en Galicia, en tantos y tantos puntos señalados como centros de corrupción, e impulsores de la misma? Por lo menos, en Andalucía, y eso que ya no estaban en las litas, o eso creo, los protagonistas de su red corrupta, el partido Socialista ha perdido apoyos populares, y ha sido derrotado por primera vez en unas elecciones generales. Por lo menos en algún partido la corrupción, aunque pasada, no resulta impune electoralmente. Por todo ello, los argumentos que se han dado, y que algunos ¿periodistas? recogen, de que no hay por qué marcar vetos personales, no son de recibo. ¿No va a vetar un ciudadano, o un dirigente de un partido político al partido al que todos los indicios señalan como protagonistas del deterioro democrático, y hasta del incremento “ad infinitum” de la corrupción? ¿Es que la Ética ya no cuenta, ha pasado de moda, o es un valor a la baja porque no es un camino expedito para el poder?
No hay comentarios:
Publicar un comentario