Una de las escasas formas de participación que tenemos los ciudadanos en una democracia parlamentaria es el sufragio universal que, salvo excepciones, solo se nos brinda cada cuatro años. De ahí la importancia de intentar, con nuestro voto, incidir en las políticas que puedan favorecer nuestro bienestar presente y despejar incertidumbres futuras.
En circunstancias tan particulares de pesimismo político, económico y social, las elecciones del 26-J adquieren una dimensión política capital que, como ciudadanos responsables, no deberíamos desaprovechar. Por ello, apelando a dicha responsabilidad y a nuestra capacidad de reflexión, animo a que recordemos todo aquello que tanto nos ha indignado y nos indigna como, por ejemplo, los innumerables casos de corrupción, el vergonzante fraude fiscal, la falta de equidad en nuestro sistema fiscal, el trabajo precario, la merma de derechos, la pérdida de libertades democráticas, el riego de pobreza o exclusión social de 13,6 millones de ciudadanos mientras crece el número de ricos y tantas y tantas cuestiones que en este espacio me es imposible enumerar.
A la hora de votar, acordémonos de todo cuanto nos desasosiega y, cuando lo hayamos hecho, tal vez nuestras manos sepan elegir la papeleta que mejor represente la solución a nuestros anhelos y tribulaciones. Acordémonos de que una legislatura puede resultarnos eterna y que, una vez emitido el voto, de nada servirán los lamentos y el arrepentimiento. Y, por último, intentemos que la ideología no perturbe nuestra razón e impida perseguir el objetivo que más nos conviene como sociedad: el bien común.
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