El papa Francisco le dijo a un periodista, en el avión que le traía de uno de sus viajes a América: “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?”. Nadie sabe cómo se ha gestionado en el Vaticano el rechazo al embajador gay propuesto por el gobierno de Francia. ¿Ha sido el papa el que ha rechazado a ese embajador? ¿Lo ha rechazado la “mano negra” que, según dicen, se opone a Francisco? Sea quien sea el que ha decidido rechazar a un homosexual, el hecho es que, en este caso, el embajador propuesto ha sido juzgado y rechazado. Entonces, ¿quién manda realmente en la Iglesia? ¿El papa? ¿Los que se oponen al papa?
Una vez más (y en un asunto muy serio), ha quedado patente que quien manda en la Iglesia no es san Pedro y sus sucesores, sino san Pablo y su teología. Sabemos que, en los evangelios, no se dice ni palabra contra la homosexualidad. Por lo visto, a Jesús no le preocupó este asunto. Pablo, por el contrario, fue tajante. En Rom 1, 26 afirma que la homosexualidad es “contra la naturaleza”. Pero, en realidad, ¿a qué se refería Pablo cuando consideraba “natural” o “anti-natural” un acto humano? Esta pregunta tiene su razón de ser en el hecho de que el mismo Pablo considera “antinatural” que los hombres se dejaran en cabello largo y las mujeres se lo cortaran (1 Cor 11, 14-15). Lo mismo para la homosexualidad que para el corte de pelo, Pablo utiliza el sustantivo “physis”, que está tomado de la filosofía estoica (H. Paulsen, Ph. Vielhauer).
Que aceptemos lo que Dios nos ha revelado, de acuerdo. Pero, ¿quién manda o prohíbe que no podamos indagar el origen de ciertas expresiones, que pueden tener (y la tienen) su razón de ser en ideas y expresiones que tienen su origen en Pitágoras o vaya Vd a saber si en los chamanes del Norte de Europa, como vienen diciendo quienes han estudiado a fondo (E. R. Dodds) los orígenes del “puritanismo” occidental?
Todo esto da pie para pensar que, aunque es cierto que Jesús fundó la Iglesia, quien ha tenido – y sigue teniendo – más presencia determinante en ella es el Apóstol Pablo y su teología. ¿No es urgente ya afrontar en serio este asunto capital?
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