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miércoles, 10 de febrero de 2016

Misericordia (I) Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Pienso escribir bastante sobre este tema, pero sin plan preconcebido. Lo pienso hacer según me vayan viniendo los asuntos, y, después, los matices. Este artículo de hoy se debe a que ayer, 3 de febrero, tuvimos reunión de arciprestazgo, donde hablamos largo y tendido sobre este tema, planteado, como es lógico, desde una perspectiva pastoral, es decir, viniendo de los que venía, con una impronta indudable de profesionalidad, o de carácter administrativo. Se trataba, sobre todo, de organizar los encuentros, los turnos de confesores, y los diferentes medios para animar, informar, y realizar este año del jubileo de la Misericordia.

Mi primera observación es que no es éste el mejor camino para implantar en la Iglesia una práctica “oficial” de la Misericordia, cuando venimos de unos usos y una praxis más bien de signo y de dirección contrarios: jurisdiccionales, canónicos, más moralistas que morales y éticos, y una dirección autoritaria, distante y poco evangélica. Por todo ello, poco misericordiosa, aunque sea quedándonos en la corteza y en la casca de esa actitud tan propia de Dios y de su poder creador, y recreador.
A favor tenemos que sumar, sobre todo y principalmente, el cambio copernicano que la Iglesia ha dado en su cúpula, es decir, en su máximo y primer jerarca: el Papa. Desgraciadamente, como escribió un teólogo que cité en uno de mis artículos de esta blog, “el problema no es el papa, sino el Papado”. Es decir, la solución no vendrá por la voluntad, el empeño, el empuje y la energía desprendidos en la tarea por un papa, sino cuando podamos decir que esas nuevas actitudes y esa voluntad esperanzadora ha cuajado, y se ha solidificado en el Papado, después de haber resuelto, y sobrepasado satisfactoriamente, la inercia, y hasta la positiva disposición de enfrentamiento y obstaculización, de las instancias inmediatamente más cercanas, pero por debajo del papa, cuya máxima concreción es la Curia Vaticana, y el colegio de cardenales. Y ni una ni otro dan especiales signos misericordiosos.
En el mismo concepto de misericordia se encuentra también el germen de debilitamiento del mismo, sobre todo si se considera como una especie de compasión sensiblera, una mirada tierna y benévola sobre el necesitado de esa especial consideración, por su estado transitorio o permanente de pobreza y necesidad. El diccionario de la RAE la define así: 1.Inclinación a sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda. Y en una segunda acepción, 2. Cualidad de Dios, en cuanto ser perfecto, por la cual perdona los pecados de las personas. El término hebreo está estrechamente relacionado con la raíz de la palabra “matriz”, útero, y en este sentido se emparenta con las “entrañas”, las cuales se ven afectadas cuando se siente de manera afectuosa y tierna la compasión o piedad , como cuando se afirma tantas veces en la Biblia que “Dios tiene entrañas de misericordia”. Este sentido se ve corroborado en dos textos proféticos emblemáticos: Is 63, 15-16; Jer 31, 20).
Son pocas las veces que, en la Biblia, se invoca o se cita este sentimiento del hombre hacia Dios, solo tres veces. En la dirección contraria, de Dios hacia los hombres, son innumerables los textos que la resaltan e invocan. De ahí que en ciertos comentarios del Talmud, que es una sabrosa colección de comentarios a la ley, elaborados en la Historia por célebres rabinos, se aproveche este parentesco filológico de “Misericordia” con matriz o útero para explicar que, aplicado a la inclinación misericordiosa de Dios hacia los hombres, significa que ÉL tiene poder de recriar, de volver a poner a un ser en su seno, y “hacerle nacer de nuevo”, en el sentido que usa Jesús en el diálogo con Nicodemo, en el bello texto de Jo 3, 3-10. En un cierto momento, dice Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. … Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?» Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?
Muy probablemente, la alusión del Maestro a nacer de nuevo era un recuerdo del sentido bíblico más profundo de Misericordia, por el que Dios puede volver a poner alguien en el seno y hacerle nacer de nuevo. Por eso la extrañeza de Jesús, Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?

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