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martes, 16 de febrero de 2016

Entre Santa Marta y el Palacio Apostólico Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


Palacios y Nunciaturas `”¡Apostólicos!”
A muchos nos gustó mucho, por lo menos a los fieles de a pie, y no sé si también a los curas, y todavía menos a los obispos, que el Papa se quedara a vivir en Santa Marta, y que lo parecía al principio una prueba, se haya convertido en una decisión definitiva. Un vicario episcopal de Madrid de la época de Rouco Varela, y no sé si por fidelidad a su arzobispo, nos insinuó en una reunión, que esa idea del Papa no era muy oportuna, porque por motivos de seguridad, esa práctica la saldría al Vaticano bastante más cara que si viviera y residiera en los Palacios Apostólicos. (Alguien dijo después, en petit comité, que también resultaría mucho más difícil envenenar la comida que comen muchos, que la de un solo comensal. Y que los propios residentes en Santa Marta formarían un escudo protector, tal vez más eficiente que el de la Guardia Suiza).


Eso de Palacio Apostólico, como lo de Nunciatura Apostólica, o cualquier grandeza física, institucional, diplomática, política, o protocolaria, no debería poderse adjetivar con la palabra “apostólico/a”. Y esto por una sencilla, pero poderosa, la más fuerte y decisiva, razón: porque Jesús, al hablar de los usos del Mundo y de sus Gobernantes, “que viven en palacios”, “que tiranizan a sus subordinados”, etc., etc., afirmó: “Entre vosotros, que no sea así”. Y cuando ha sido así durante siglos, lo único que se puede hacer, por parte de quien pueda y sea una autoridad (¡de servicio!), es acabar con esas prácticas, que nunca debería haberse instalado en la Iglesia, porque son absoluta y flagrantemente, anti evangélicas).
Y es eso, exactamente, lo que ha hecho, y está haciendo el papa Francisco, no solo viviendo en Santa Marta, sino en multitud de otros signos y gestos. Algunos han usado, en contra, un argumento del todo inaceptable: que de esa forma dejaba en evidencia, y de alguna manera afeaba, la manera de proceder, de los papas anteriores. Se trata de un argumento de infantil, si hablamos de hombres hechos y derechos, y muchos más, de creyentes seguidores de Jesús. El que haya habido papas que han abusado de su autoridad, o que han tratado con mucho tacto y pulcritud, casi mimo, a los poderosos de este mundo, y los ha habido en demasía, no prohíbe a sus sucesores actuar en sentido exactamente contrario, es decir, preocupándose del pobre y del desvalido, que es, exactamente, la propuesta continua e indudable de Jesús.
Cada papa tiene que actuar según su estilo, pero, sobre todo, tiene que acoplar su estilo y manera de ser a las enseñanzas del Maestro. Éste es un requisito indefectible para cualquier creyente, y mucho más de los que “son los primeros” en la jerarquía de la comunidad, que, por serlo, deben de ser los últimos, los servidores de todos, y los primeros en el seguimiento escrupuloso del Señor. Esta es una de las lecciones del papa Francisco, que tardará mucho en olvidar la Iglesia, si es que alguna vez lo hace.
La misma existencia de las Nunciaturas se puso en cuestión en los años del Concilio. Recuerdo que una declaraciones del cardenal Suenens a un periódico francés, en ese sentido, fue motivo de un fuerte disgusto del gran Pablo VI, justamente por venir de uno de sus mejores amigos, y de los jerarcas mejor valorados en ambientes eclesiásticos, también por el propio papa. Pero si se me deja ser bien sincero, se trata de otra bofetada al espíritu evangélico que debe impregnar las obras de la Iglesia, y atravesar todo su cuerpo organizativo, si es que quiere cumplir la aseveración del Maestro de Nazaret, en el Sermón de la Montaña, de que sus seguidores son “la sal, … el fermento, … y la luz de la tierra”. Mal está que desobedezcamos de esa manera a nuestro Señor y Maestro, para que encima intentemos camuflar bajo el nombre del apóstol las embajadas que el minúsculo Estado Vaticano tiene repartidas por el mundo. Y si, a pesar de todo las tenemos, llamémoslas como sería lógico, “Nunciaturas (o mejor, Embajadas) del Vaticano”, pero no Apostólicas.

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