Tantas y tantas cuaresmas en nuestro haber vividas como una obligación inexplicada e incomprendida: no comer carne o, simplemente, no comer, mortificación, sacrificio, privación. Visto así, no era una perspectiva que nos exaltase ni el cuerpo ni el alma. Y dejemos de lado aquellas indulgencias que, mediante pago, permitían aligerar esa carga impuesta al fiel. Y, sin embargo, el mensaje de la cuaresma es muy profundo y, por favor, no seamos críticos con una Iglesia, hija de su historia, que, en su momento, no ha sabido trasmitirlo en toda su pureza y su belleza interior. Pero ha intentado, e intenta, transmitirlo. La cuaresma es la preparación a vivir los misterios esenciales de la Pascua, la Pasión y la Resurrección. Es esa preparación interior, que se puede manifestar exteriormente de maneras muy diversas., pero eso no es lo esencial.
La cuaresma es, en la vida de cada día, ir, humildemente, tratando de vivir esos misterios de la pasión y de la resurrección : ¿qué acontecimiento, pequeño, puede cada uno transformar yendo un poquito más allá de sí mismo, muriendo un poco al ego y resucitar en ese mundo pascual del DON, de la sana relación consigo mismo y con el otro, sin nada esperar a cambio? Nada de hazañas, sino esa misericordia cotidiana en lo más ordinario de la vida. Si con Él morimos, viviremos con Él.
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