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martes, 15 de diciembre de 2015

Recrear el papado: ¿evolución o revolución? Pepe Mallo


¿Existe un arquetipo paradigmático de Papa?
Muchos son los Sumos Pontífices “elevados al honor de los altares” o, como se decía antaño, “encumbrados a la gloria de Bernini”. Sospecho que estas altisonantes expresiones sugieren una interpretación ambigua de la “santidad”. Cuando se declara santa a una persona, no se trata de encumbrarla honoríficamente (en teoría; hay casos en los que, a todas luces, sí lo es), sino de proclamarla como modelo de vida cristiana (o ambas cosas a la vez). Dicho lo cual, me pregunto: ¿Fueron todos estos “santos padres” glorificados por prerrogativa honorífica o más bien como ejemplares modelos a imitar? Si modelos, ¿para quién? Evidentemente para otros papas. Pero es tal la disparidad en el proceder de cada uno en el gobierno de la Iglesia, que es arriesgado aventurar que existan dos papas gemelos. Ejemplos cercanos: san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Luego es lícito preguntarse: ¿Es el papado una institución ontológicamente estática, inalterable?


El nombre elegido, Francisco, ya encierra todo un programa
Esta digresión me surge al tratar de perfilar la singularidad del papado de Francisco. El nombre elegido, Francisco, encierra todo un programa. Si observamos quién es su ideal referente, vemos que no se trata de nadie del gremio, por muy santos que los haya, sino el sencillo y pobre Francisco de Asís, que ni siquiera ambicionó ordenarse sacerdote. Como ha dicho el Padre General de la Compañía de Jesús, “el nombre de Francisco evoca su espíritu evangélico de cercanía a los pobres, su identificación con el pueblo sencillo y su compromiso con la renovación de la Iglesia”. Lo afirmó el propio Papa en su entronización. Eligió el nombre de Francisco, inspirado en el santo de Asís, porque desea “una Iglesia pobre y para los pobres”. El de Asís percibió una voz que le apremiaba: “Francisco, ve y repara mi iglesia”. El mandato (lo entendió más tarde) no era restaurar un edificio, sino reformar la institución Iglesia. Parece que el papa Francisco ha sentido también ese apremio.
Francisco preconiza claramente un cambio de ciclo
La llegada de Francisco ha marcado un periodo relevante en la Iglesia. Sus gestos, escritos, homilías y alocuciones desde el comienzo de su pontificado lo demuestran. Francisco ha dejado bien clara su actitud en el gobierno de la Iglesia en esta situación trascendente para recuperar la credibilidad de la Institución. Y ya ha emprendido acciones (¿reformas?) significativas. Ha comenzado por recuperar el proyecto evangélico: “una Iglesia pobre y para los pobres”. Ha reprobado la corrupción y la visión “vaticanopapista” de la curia. Ha ratificado la “horizontalidad” de la Iglesia. Ha afrontado con valentía el arriesgado viaje al corazón de Africa. Ha fustigado los abusos sexuales de miembros del clero. Ha propiciado la acogida, comprensión y tolerancia a los homosexuales y la benevolencia y misericordia ante el drama espiritual que supone para muchos fieles el divorcio y el aborto. Ha patrocinado la posibilidad de que la mujer acceda a puestos de responsabilidad en la Iglesia…
Rasgo fundamental del nuevo pontificado
La necesidad de reforma es un tema siempre presente en la historia eclesial. El mismo Papa era consciente cuando formuló que “La iglesia siempre se tiene que reformar; si no, se queda atrás. Hay cosas que servían para el siglo pasado u otras épocas y ahora no sirven más, entonces hay que reformarlas”. Normalmente se entiende como una vuelta a los orígenes, un redescubrir las fuentes, un retorno al Evangelio. Hay quien asegura que este proceso se está quedando en titulares, en gestos que no cuajan en decisiones. Sin embargo, analizando someramente la historia, comprobamos que Juan Pablo II se dedicó a evangelizar el mundo (las multitudes le magnetizaban) por no soportar la burocracia ni la élite endogámica de Roma, una Iglesia “romana” en sentido restrictivo. Ratzinger se definió a sí mismo como un “pastor rodeado de lobos”, y decidió abdicar porque se reconoció incapaz de reformar los acomodados hábitos y manejos arteros e incorregibles de eminencias y monseñores. La gran fuerza de Francisco es su propio carisma, su humanidad. Desde que llegó al pontificado, la Iglesia está ofreciendo un rostro distinto. Es consciente de que está instalado en un verdadero avispero. Sabe que liderar la renovación eclesial le va a costar (nunca mejor dicho) Dios y ayuda. Es el compromiso conscientemente asumido y aceptado al ser nombrado obispo de Roma.
“Es evidente que a algunos no les gusta este Papa”
El famoso vaticinio de san Malaquías sobre el papado designa al actual papa Francisco como “112: Petrus Romanus (Pedro el Romano)”. Resulta casi labor titánica intentar acoplar los cabalísticos símbolos proféticos a cada uno de los papas, y más en el caso de Francisco. Pero si concedemos una mínima credibilidad a la arcana predicción asignada al actual pontífice, quizá percibamos que la profecía no es tan artificiosa como parece. Dice así:
“En persecución extrema, en la Santa Romana Iglesia reinará Pedro el Romano quien pacerá a su rebaño entre muchas tribulaciones.”
Es un hecho. A Francisco le crecen los enanos. ¡Menudo guirigay se armó en poco tiempo alrededor del Papa! Ocurrió a raíz del Sínodo sobre la Familia. Este Sínodo ha confirmado la fractura que siempre ha existido y sigue prevaleciendo entre una buena parte de la jerarquía y ciertos sectores de la Iglesia frente al Obispo de Roma. En el Sínodo ha ocurrido algo similar a lo que sucedió durante el Vaticano II. Montini logró mantener la unidad de la más grande asamblea de obispos. Su sucesor Francisco consiguió alcanzar un acuerdo unánime en casi todo el documento sinodal. En este caso, los adversarios articularon una hostil campaña encauzada a desprestigiar y deslegitimar su labor pastoral. Se destapó la caja de Pandora. Se organizó una oposición radical y firme a la reforma en sí y, sibilinamente, a la persona de Francisco. Documentos, seminarios, recogida de casi un millón de firmas, filtraciones, dudas sobre su salud. Según el infundio, el papa Francisco, al padecer un tumor cerebral, estaría impartiendo un magisterio nefasto y tomando decisiones extravagantes. Una maquiavélica y burda patraña que buscaba desacreditar y, con ello, incapacitar al sucesor de Pedro y que provocó un desmentido rotundo e inmediato. La hostil amenaza se vinculó al riesgo de la división eclesial, traducida en la posibilidad de un cisma. El momento elegido revela el intento manipulador de la polvareda levantada. “Es evidente que a algunos no les gusta este Papa”, concluye el cardenal Kasper (especialmente a algunos curiales, añadiría yo).
Los lobos que destruyeron el pontificado de Ratzinger siguen gozando de buena salud
Sabemos quiénes no quieren entender el espíritu de la reforma. Instituciones fundamentalistas y una casta político-cardenalicia aferrada a sus privilegios principescos como si fueran un derecho natural. Cóctel de credulidad, ignorancia, deshonestidad, codicia, sin escrúpulos. Apegados a la ley en su interpretación estricta. Lo evidencia Francisco: “Los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas sino el hombre.” Así el Papa ha advertido que “la actitud de escribas y fariseos es la misma, excluye, porque decían: ‘somos perfectos, seguimos la ley. Estos son pecadores, son publicanos”. Pretenden detener o ralentizar el proceso reformista de Francisco. Cualquier tema: el concepto actual de la familia, la comunión a los divorciados vueltos a casarse, el celibato opcional… no les importa. Solo quieren que todo quede igual, que no se altere un milímetro su “status”. Los lobos que destruyeron el pontificado de Ratzinger siguen gozando de buena salud. ¿Cómo pueden existir cerebros con tan aviesas intenciones? Algunos tienen el cerebro tan pequeño, que “no les cabe la menor duda”. Se trata del “pensamiento reductor”: se evoluciona de creyente a tradicionalista; de tradicionalista a integrista; de integrista a fanático y sectario.
El proceso de renovación de la Iglesia es ya imparable
Francisco no admite el flemático conformismo que, de hecho, hace que permanezcamos inmóviles: El Papa anima a evaluar los tiempos y cambiar con ellos, permaneciendo firmes en el Evangelio:
“Los tiempos cambian y nosotros los cristianos debemos cambiar continuamente. Debemos cambiar firmes en la fe en Jesucristo, firmes en la verdad del Evangelio, pero nuestra actitud debe moverse continuamente según los signos de los tiempos. Somos libres. Somos libres por el don de la libertad que nos ha dado Jesucristo.”
Vivimos momentos de efervescencia. Sospecho que algo muere y algo nace a nuestro alrededor. Cuando menos, estamos ante un presente y un futuro apasionante que va a depararnos muchas sorpresas. No es posible que determinadas personas en la Iglesia pretendan mantener privilegios y distinciones claramente antievangélicas. Hay muchos sectores conservadores que, carentes de sabiduría, están henchidos e hinchados de ideología y se consideran garantes de la fe. Intentarán torpedear cuanto puedan el proceso. Las sociedades cambian; se dan progresiones y regresiones. Pero pienso que el proceso de renovación de la Iglesia es ya imparable, pese a quien pese ¿Evolución, revolución? Francisco está contribuyendo a despertar una conciencia sanamente crítica. ¿Tendrá el apoyo y el tiempo preciso para ello? Se hace necesario que el Espíritu Santo, o alguien en su nombre, recree el papado.

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