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lunes, 21 de diciembre de 2015

Jubileo de la Misericordia y ley del celibato (1) Rufo González


Papa y obispos: “miren con ojos sinceros al hermano” sacerdote que pide ser liberado del celibato, pero no del ministerio
Buena ocasión para revisar la discutida ley del celibato
La “Misericordiae Vultus”, Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, debe tener también incidencia en los problemas que provoca la ley del celibato y en el trato que la Iglesia da a obispos y sacerdotes, que no han podido con esta ley. El inicio de la bula tiene la clave:
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre: con su palabra, con sus gestos y con toda su persona (Dei Verbum, 4) revela la misericordia de Dios” (n. 1).


Mirar a Jesús es más urgente que mirar la ley eclesiástica. Inspirarse en el respeto de Jesús sobre este delicado asunto, en su libertad para llamar y elegir apóstoles sin este requisito, en la valoración de lo humano como digno y querido por Dios… tendría que ser el criterio básico para revisar esta ley tan discutida históricamente. Sabemos que el control eclesiástico sobre la sexualidad es uno de los abusos más fuertes y agrios habidos en la Iglesia a través de su larga historia. El celibato clerical obligatorio para el ministerio ha contribuido a centrar la moral obsesivamente en el sexo. Gracias a Dios, nos vamos liberando progresivamente. Ya reconocemos parvedad de materia, y, por tanto, que no todo desorden sexual es pecado grave, ya decidimos responsablemente los hijos, se avanza en el respeto a la orientación sexual personal, la anticoncepción puede ser buena éticamente, etc…
¿Es misericordioso liberar del celibato y prohibir el ministerio?
No hay comunión eclesial entre pastores, teólogos y fieles sobre la conveniencia de tal ley. Ni sobre el poder de la autoridad eclesial para coartar un derecho fundamental humano. Pero la existencia de esta ley en la Iglesia católica occidental está vigente. Nadie puede negar el hecho de que miles de clérigos han pedido, tras un tiempo variable de observancia, ser liberados de la carga. La inmensa mayoría pide ser eximidos sólo del celibato. La Iglesia, junto con la liberación del celibato, les impone la prohibición de ejercer el ministerio para el que están consagrados por el Espíritu. ¿Es conforme con la misericordia divina, manifestada en Jesús, esa prohibición? ¿Así se “retiene todo lo bueno” (1Tes 5,22) que ellos tienen en su conciencia y avalan muchas comunidades cristianas?
Los casos concretos despiertan increpación y rebeldía
No ha sido la obediencia a la ley celibataria la que ha inspirado el “servicio” pastoral de dirección y presidencia de la comunidad a presbíteros y obispos. Se han visto obligados por la ley, no por la fe, a dejar su ministerio. De aquí ha surgido la rebeldía de muchos contra la ley. Ha sido el Espíritu de Dios quien les ha sostenido “la fe que se traduce en amor” (Gál 5, 6) a la comunidad. Ahí están los numerosos testimonios de sacerdotes ejemplares, infieles a la ley –por considerarla dañina a su humanidad-, pero fieles a la fe. Así lo formula Daniel Orozco:
“En esos dos años de ministerio lo tenía todo: una parroquia estupenda, veía frutos en mi labor, con mis compañeros de curso y demás sacerdotes había buena relación; pero seguía sintiendo el vacío de fondo, ese eco que me repetía desde lo hondo que no era del todo feliz, que renunciaba a una vida conyugal y familiar, esa desazón que nada ni nadie parecía llenar. Intensificaba la oración, cuidaba la fraternidad presbiteral, veía a los amigos … Nada… Sí, transmitir el evangelio, ayudar a vivirlo en mí y en quienes me rodeaban me encantaba pero vivir célibe me dejaba vacío, cada día un poco más … Esto no se pasaba, ya no eran crisis, era una constante. Mi corazón me estaba hablando otra cosa desde hacía mucho tiempo y no estaba haciendo caso. Dios mismo me hacía darme cuenta de que no podía seguir engañándome y engañándole a él y a todos; por muchos grupos, catequesis y homilías que pronunciase; aunque la gente me quisiese y alabase mis palabras o mis acciones; aunque Dios me diese muestras de su amor y fuese a veces instrumento suyo y testigo de su bondad con las personas…
Gracias a este encuentro (con el Movimiento pro Celibato Opcional), he comprobado que el camino que Dios me ha mostrado no es una locura mía. Mi vocación había sido siempre ser cura casado; y yo no me había dado cuenta. Por eso esa lucha interior, por eso esa vivencia ambivalente. Sí, ya sé que eso no existe hoy en la Iglesia Católica Romana, pero en su momento tampoco existieron los monjes, los eremitas o los laicos consagrados. Es la vocación que Dios quiere de mí. Y para eso me ha dado a conocer no sólo a MOCEOP sino, sobre todo, a una persona con la que compartir esta misión, esta ilusión y estilo de vida… A día de hoy, nos sentimos con la manos vacías, alzadas, puestas a disposición de lo que Él quiera. Estamos a la escucha, a la espera de conocer cómo y dónde quiere que hagamos realidad su sueño, su Reino. “Aquí estamos, Señor, envíanos” (“Curas casados. Historias de fe y ternura” Moceop. Albacete 2010, p. 70-71.76).
Así recuerda José María Lorenzo, presidente de la Asociación de sacerdotes casados españoles (ASCE), al secretario de su asociación:
“Hemos trabajado durante estos años para conseguir una reintegración en el ministerio por considerarlo de estricta justicia teologal. Nada hemos conseguido al respecto. Seguiremos adelante trabajando, convencidos que lo importante no es haber conseguido nuestro objetivo primero de la reintegración, sino haber colaborado eficazmente en el Reino de Dios. El 18 de junio de 1998 moría nuestro amigo Francisco Mantecón Ramírez, con 79 años de edad… Su paso de este mundo fue como lo que él era: como el de un hombre enamorado de Dios. Su esposa, Sole, nos dice que hasta el momento de su tránsito estuvo repitiendo jaculatorias con gran paz. Ha sido ejemplo en su vida y en su muerte. Vivió su sacerdocio todos los días de su existencia terrena. Rezaba el oficio divino, celebraba en ocasiones la Eucaristía de forma privada, practicaba a diario la lectura espiritual y la oración mental, era hospitalario, amable con todos, deseaba siempre hacer un favor a cualquiera. Era desde 1982 secretario de nuestra Asociación, y uno de lo socios fundadores en 1977”.
El Espíritu Santo nos sitúa en el amor y en la libertad
El Espíritu Santo actúa también en los “ministros” eclesiales casados, de rito oriental y occidental, católicos y anglicanos… El Espíritu nos sitúa en el “amor” y en la “libertad”: “donde hay Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Cor 3,17). Jesús vivió el amor de Dios saltándose leyes humanas, cuando las creía dañinas para la vida física o social (curar, coger espigas en sábado, tocar enfermos, trato con mujeres…). A Jesús le juzgaron y condenaron “según la ley” (Jn 19,7). Con buena intención, la autoridad eclesial, apegada a la ley, sigue condenando a quien sigue la libertad de Jesús frente a la ley humana. No son capaces de volver a la libertad de uso matrimonial, anulada en el siglo IV, y de matrimonio en el s. XII. Clericalismo sin base evangélica birlando protagonismo a la comunidad: “todos sois hermanos… Entre vosotros nada de dominio, imposición, hacerse llamar bienhechores” (Mt 20, 25-28; Mc 10, 42-45; Lc 22, 24-27).
Los sacerdotes casados han necesitado mucha fortaleza del Espíritu para dejar el ministerio, para superar presiones personales y sociales. La Iglesia, sus dirigentes, se ha limitado a encajarles en la ley. Cuando se resisten, no reconocen al Espíritu Santo que actúa en ellos. Obedecen a la Ley, no al Espíritu. Cuando la ley se vuelve carga insoportable, desequilibra la personalidad, obliga a violentar sentimientos limpios y derechos claros como cuidar los hijos habidos o respetar a la mujer… entonces hay que acudir al Cristo de la Misericordia y preguntarle qué hacer. El Espíritu quiere y bendice la libertad. Y sin castigo añadido. Jesús no impide ejercer el don del Espíritu, otorgado en la sagrada ordenación sacerdotal, a quien no puede con el celibato.
Dirigentes de la Iglesia, ¡convertíos!
“Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida” (Misericordiae vultus” n. 2).
Pidamos al Espíritu Santo que el papa y los obispos “miren con ojos sinceros al hermano” sacerdote que pide ser liberado del celibato, pero no del ministerio, don de Dios a la Iglesia.

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