miércoles, 21 de octubre de 2015
Juan Pablo II: vuelve el acoso del celibato (7) Rufo González
Proceso de “dispensa” y Evangelio no proceden del mismo Espíritu
Esta es la impresión que se tiene tras leer los tres documentos que la Congregación para la Doctrina de la Fe envió en octubre de 1980 a los obispos y superiores de Órdenes de clérigos. Ya los comenté en anteriores artículos. Hoy quiero revisarlos a la luz del Evangelio y de la teología del Ministerio.
Confrontando estos documentos con el Evangelio (Mt 20, 25-28; Mc 10, 42-45; Lc 22,24-27), se ve claro que no proceden del mismo Espíritu. El proceder de Jesús y de los suyos es contrario al de “los que figuran como jefes de las naciones, las dominan y las imponen su autoridad, y se hacen llamar bienhechores”. Claramente Jesús nos dice a toda su Iglesia: “No será así entre vosotros; vosotros, nada de eso. Al contrario: el que quiera ser grande, sea servirdor vuestro… Yo estoy entre vosotros como el que sirve”.
“La dispensa” incluye una imposición autoritaria
Las “Orientaciones…” y las “Normas procesales…” dicen ser “para la dispensa del celibato”. Los “Documentos necesarios” dejan claro que son “para dispensa de las obligaciones contraídas con la ordenación sacerdotal”. Sería una buena noticia, “evangelio”, la “dispensa del celibato” para quien “no puede contenerse”. Iría en línea paulina: “si no pueden contenerse, que se casen; más vale casarse que quemarse” (1Cor 7, 9). ¡Hay tantos sacerdotes quemados por causa del celibato! Pero este proceso no es sólo para liberar de una opresión. Es también para impedir “las obligaciones contraídas con la ordenación sacerdotal”. Es decir, te liberan de la promesa que un día hiciste de no casarte, permiten que te cases -un derecho humano, que ningún adulto necesita permiso de nadie para ejercitarlo-, pero te obligan a dejar de servir a la comunidad cristiana “en persona de Cristo”. A eso llaman “dispensa” de las obligaciones pastorales anejas al ministerio sacerdotal. Esta “dispensa” es una imposición. La inmensa mayoría de obispos y presbíteros, que quieren vivir en pareja, no quieren ser dispensados del ministerio. Éste para ellos no es carga, sino una gracia, un don, “una capacidad que viene de Dios, que nos capacitó como ministros de una nueva alianza, no de letra, sino de Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu hace vivir” (2Cor 3, 5-6). Más aún, tienen conciencia de que han sido configurados por el Espíritu de Jesús, de forma indeleble, para servir a la Iglesia “en persona de Cristo”. Quieren seguir a Jesús que les llamó y les ungió con su Espíritu para esa misión. La autoridad eclesial lo impide por imposición tiránica. Y encima, “se hacen llamar bienhechores”, quieren que les den las gracias. Como si les hubieran hecho un bien a ellos y a la Iglesia, prohibiéndoles el ministerio. En realidad les han herido profundamente.
Jesús dejó a los Apóstoles en libertad de casarse o quedarse solteros
Jesús quería que su Evangelio fuera anunciado, que su gracia llegara a todos, que su amor servicial unificara la comunidad. Pero aquellos que tienen prohibido “figurar como jefes, dominar e imponer su autoridad, y hacerse llamar bienhechores”, han impuesto la ley del celibato obligatorio para ejercer el ministerio sacerdotal. Tras un proceso laborioso, te permiten casarte, si demuestras que tu “ordenación” fue inválida por no tener libertad o conciencia de lo que recibías, o que has perdido el norte moral, has degenerado tanto que no tienes arreglo para ser célibe. No importa tu carisma para el servicio eclesial. Eres “el peticionario”, debes ser humilde y pedirlo humildemente a los señores, y someterte a todos sus interrogatorios, presentar testigos que demuestren que eres irrecuperable para el celibato, o que nunca supiste lo que hacías, que eras un irresponsable, etc.
Para nada cuenta que tengas amor pastoral, cualidades y formación teológica
Si no vuelves a la observacia celibataria… olvídate de tu vocación sacerdotal. Te dirán que no tienes vocación, porque son ellos los que vocacionan (llaman) y, en esta parte latina de la Iglesia, sólo vocacionan a los célibes. Dicen que ellos no imponen, ni dominan… Ellos respetan, se atienen a la ley, te obligan acumplir la promesa que un día, lleno de amor a Jesús, hiciste a Dios y a la Iglesia. Este es el círculo fariseo, sin salida: el ser humano sometido a la ley, aunque la ley le destroce a él y a la propia Iglesia. Es el círculo que denunció y rompió Jesús. Acusó a los letrados y fariseos: “lían fardos pesados y los cargan en las espaldas de los hombres, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo… Cerráis a los hombres el reino de Dios. Vosotros no entráis, y a los que están entrando no los dejáis… “Recorren mar y tierra para ganar un prosélito y, cuando lo consiguen, lo hacen digno del fuego el doble que ellos” (Mt 23, 4. 13.15).
Unir por ley celibato y ministerio es una “imposición” ajena al Evangelio
Dicen “imponer el ejemplo de Jesús y actuar en consonancia con su propia doctrina y tradición apostólicas”. Aunque así fuera, que no lo es, el Evangelio impide “imponer”, incluso el Evangelio. Cuánto más un estado de vida -vivir en soltería- que Jesús expresamente propuso como opcional a cualquiera de sus seguidores. Jesús quería claramente que celebráramos su “memoria”, la eucaristía. Con la ley celibataria, esa voluntad divina queda impedida en muchas comunidades. Con toda razón a la autoridad eclesial pueden adjudicárseles aquellas palabras de Jesús: “dejáis el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres… ¡Qué bien echáis de lado el mandamiento de Dios para implantar vuestra tradición!… Y de estas hacéis muchas (Mc 7, 8-13).
El ministerio, fuente de santidad para sacerdotes casados y solteros
Hoy, domingo 27º TO, inmediatamente antes de ponerme a escribir, en el Oficio de Lectura, de la Liturgia de las Horas, he leído el nº 12 del Decreto del Concilio Vaticano II “sobre ministerio y vida de los presbíteros” (PO): “Vocación de los presbíteros a la perfección”. Se supone de todos los presbíteros: casados y solteros, occidentales y orientales:
“Por el sacramento del Orden, los presbíteros se configuran con Cristo Sacerdote, como ministros de la Cabeza, para formar y edificar todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del Orden episcopal… Consagrados a Dios de modo nuevo en la recepción del Orden, se constituyen en instrumentos vivos de Cristo, Sacerdote eterno… Todo sacerdote, a su modo, lleva la persona del mismo Cristo… Los presbíteros, consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo, mortifican en sí mismos las tendencias de la carne [todo lo que es contrario al Espíritu de Jesús] y se entregan totalmente al servicio de los hombres, y de esta forma pueden caminar hacia el varón perfecto (Ef 4, 13) en la santidad con que han sido enriquecidos en Cristo. Así pues, ejerciendo el ministerio del Espíritu y de la justicia (2Cor 3, 8-9), se fortalecen en la vida del Espíritu, con tal que sean dóciles al Espíritu de Cristo que los vivifica y conduce…” (PO 12).
Todo esto, voluntad y realidad de la gracia de Jesús, es despreciado, marginado, impedido… por la ley actual del celibato en nuestra Iglesia latina. La ley disciplinar hace imposible que miles de sacerdotes puedan vivir en plenitud su sacerdocio ministerial. Dan ganas de gritar: “¿Quién os ha embrujado, estúpidos gálatas?… ¿Recibistéis el Espíritu por haber observado la ley o por haber escuchado con fe?… ¿Empezasteis por el Espíritu para terminar ahora en la materia? ¡Tan magníficas esperiencias en vano!, suponiendo que hayan sido en vano. Vamos a ver: cuando Dios os comunica el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque escucháis con fe?” (Gál 3, 1-5).
La autoridad eclesial se ha enrocado en esta ley
“No escucha” el hecho de los sacerdotes casados: sus asociaciones, congresos, escritos y revistas, su ministerio vivido más o menos clandestinamente. Si lo “escuchara con fe”, “no apagarían el Espíritu…, examinarían, retendrían lo que haya de bueno…” (1Tes 5, 19-22). Ahora tienen una buena ocasión: participar en el Congreso Internacional de Curas Casados. Organiza la Federación Europea de Curas Católicos Casados y MOCEOP. En Guadarrama (Madrid), últimos días de este octubre. El lema es “Curas en unas comunidades adultas”. Historia de los sacerdotes casados, habitada por el Espíritu de Jesús. Su experiencia de “gracia”. Hay que acercarse a ella con respeto, con fe, con amor. ¡Cuánto siento no poder asistir presencialmente. Lo impiden razones familiares: está antes cuidar a un enfermo que asistir al templo. Pero estaré presente en Espíritu, orando con mis mejores deseos para que este signo del Espíritu sea escuchado y atendido.
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