La fotografía del cuerpecito de un niño ahogado removió las tripas y las conciencias de todos. Se le busca un significado y un sentido a esa muerte en medio de un revoltijo de imágenes de personas viviendo el drama de un exilio entre penalidades. Esa muerte no debería haber ocurrido, ese exilio no debería estar teniendo lugar. Como la causa no es un desastre natural, ¿a quién culpamos? ¿A Alemania, a la Unión Europea, a Austria, Grecia, Hungría, nosotros mismos…?
No tenemos culpa, aunque tengamos obligaciones con esas personas a las que hay que acoger. Pero sí hay culpa y es de EE.UU., aunque no exclusivamente, pues cuando la super potencia imperial decidió atacar Siria tuvo el entusiasta apoyo de los gobiernos francés y británico. Siria fue invadida primero por tropas islamistas organizadas y entrenadas en Jordania por EE.UU., cuando el régimen de Bashar al Asad se enfrentó a la invasión nuestros amos lo acusaron de usar armas químicas, cosa bien probable aunque nunca sabremos en medio de las mentiras de la propaganda si eso ocurrió, y contra la opinión de China y Rusia aumentaron el apoyo a los islamistas y los bombardeos.
Exactamente igual que habían hecho con Afganistán y con Irak. Primero acusaciones contra un régimen antidemocrático, un dictador cruel… Propaganda para legitimar la invasión, acusaciones parecidas a las que se podrían hacer a los países a los que apoya EE.UU. en la región, Arabia Saudí, el Egipto de los generales golpistas, emiratos, Jordania, Israel… El ataque responde únicamente a los intereses estratégicos norteamericanos y a su oposición a Irán y Siria, que pueden permitir una entente con Rusia.
Los medios de comunicación juegan con nuestras emociones, nos arrancan las lágrimas para confundirnos y para que olvidemos quién es el causante de la desgracia. Pues ese niño pónganlo en la cuenta de los EE.UU. y de los gobiernos lacayos europeos; Obama, Cameron y Hollande decretaron su muerte. Sin embargo es Europa la que afronta el problema humanitario, incluso la que se mancha con sus dudas y reticencias, mientras EE.UU., que debiera acoger absolutamente a todas esas personas y pagar los daños que ha creado directamente y han creado sus tropas islamistas, contempla todo con distancia. Probablemente nos dará lecciones a los europeos de tolerancia.
Pónganle voz grave e importante a las declaraciones de John Kerry, secretario de Estado, el 30 de agosto de 2013: “Nuestra comunidad de inteligencia ha revisado y vuelto a revisar con cuidado la información sobre este ataque. Y os diré que esto se ha hecho con la experiencia de Irak en mente. No repetiremos ese momento”.
Desde entonces, han creado y alimentado un monstruo que se les va de las manos en un juego sucio oculto en el que a veces los intereses norteamericanos coinciden con los de los sauditas e israelíes y otras veces chocan entre ellos. EE.UU. ve ahora que ese monstruo ha cobrado demasiada autonomía y se plantea poner límites, en vez de derribar a Bashar al Asad dejar debilitados a los chiítas pero no engordar demasiado a los sunitas.
Bien, pues ahora tenemos que oír al ministro Margallo del gobierno del señor Rajoy, quien apoyó con entusiasmo el ataque a Siria, decir que “ha llegado el momento de establecer una negociación con el régimen de Bashar al Assad si no queremos que esta guerra siga generando un vacío que será aprovechado por el Daesh y que seguirá provocando tragedias humanas”.
No dejemos de cumplir con nuestras obligaciones humanitarias, pero tampoco con nuestras obligaciones democráticas: sentir asco por los hipócritas crueles, por los imperialistas y sus lacayos.
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