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lunes, 13 de julio de 2015

Yves Congar en el recuerdo Gabriel Mª Otalora

El pasado mes de junio se cumplieron veinte años de la muerte de este gran teólogo del Concilio, que entendió como nadie que nuestra Iglesia es un único pueblo de Dios. Y desde esta unicidad, abogaba porque los laicos tuviésemos otro protagonismo en los quehaceres de la iglesia. Congar fue un pionero dentro de un Concilio ya de por sí pionero desde el momento en que revolucionó el siglo XX eclesial buscando asemejarse más a la iglesia de los apóstoles -en la que el servidor era considerado como un profeta- que a la de Constantino. Congar nos recuerda que la autoridad eclesial fue más enérgica que nunca en los textos de los Padres de la Iglesia, contundentes con la causa de la justicia y en favor de los más débiles y necesitados.

Él puso en valor que en la primera liturgia no se concebía un “yo” separado del “nosotros” comunitario destacando que la jerarquía estaba al servicio de lo comunitario; aunque lo que ocurrió luego es que el servicio, solemnemente institucionalizado en la Última Cena, fue volteado cuando las leyes de la Iglesia cristiana se convirtieron en las del Imperio, o cuando un monarca se puso al frente de la Iglesia: Carlomagno primero o el rey Enrique, el inglés, más adelante cuando la ruptura.
Algunos pensarán que traer al recuerdo de un experto del Concilio, por muy importante que fuera su trabajo y la claridad de sus escritos, no sirve de mucho cuando más que revivir el Concilio Vaticano II lo que debiéramos pensar ya es en un Concilio Vaticano III. Pero Congar sigue muy vigente en cuanto a las necesidades de la institución eclesial actual. Por ejemplo, su síntesis del estilo evangélico es como para que reconsideremos no pocas actitudes eclesiales actuales: Comunidad, Servicio y Testimonio. Tres actitudes que el actual Papa está poniendo a la reconsideración general, y ya vemos las resistencias que soporta. Congar propuso en esta línea tridimensional “un programa de presencia cristianas según “esas tres realidades incomparables” cuyas exigencias no fuesen propuestas únicamente a los individuos, sino que afectasen a la Iglesia misma en cuanto tal, precisando “un plan eclesiológico” desde un único pueblo de Dios con diferentes carismas que no categorías de mando y poder.
Él creía y abogaba por una Iglesia en diálogo, pobre y servidora, una Iglesia que tuviese una palabra evangélica para los hombres, que lo expresó así: “¡menos del mundo y más para el mundo!” En este sentido, escribió con toda la claridad que su época le permitía, sobre cómo nuestra Iglesia adquirió un aspecto señorial, principesco, que desgraciadamente aún mantiene vivo, que viene de la edad imperial romana y feudal caracterizado por unas actitudes externas que rechazó el Maestro.
Yves Congar fue recuperado para el Concilio tras un período de “silencio, de exilio, de sospecha y prueba”, en palabras de Martín-Descalzo, ya que lo pasó muy mal en su cautiverio doctrinal durante los años 1947 y 1956, lleno de incomprensiones que él quiso llamar “tiempo de paciencia activa”. Un año antes de morir, Juan Pablo II le nombró cardenal dando el espaldarazo a toda una vida de lucidez ejemplar. Pero Congar sigue actual por el extraordinario empuje que dio a la eclesiología, por su preocupación activa en el papel verdadero de la jerarquía en la Iglesia frente a la pasividad y el servilismo al Vaticano tan poco evangélico. Defendió, por el contrario, un modelo radical de obediencia evangélico, de servicio auténtico, que nada tiene que ver con la jerarquía autoridad-súbdito. Se adelantó a los tiempos, porque a él le hubiese gustado mucho el liderazgo de servicio al referirse a la jerarquía donde los laicos deberíamos haber tenido hace tiempo otra dimensión de responsabilidad; qué no decir de las laicas. 

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