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martes, 26 de mayo de 2015

¿Hasta cuándo puede durar la experiencia cristiana, es decir, el cristianismo? Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

No pregunto de la permanencia de la Iglesia, que, según los exegetas interesados y triunfalistas, tiene la garantía de duración desde el acta de fundación: “Y yo te digo, tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”. (Mt 16,18). Otros, más exactos, sabiendo que en el tiempo de Jesús no se hablaba de Iglesia, y que esa palabra no puede ser jesuana, traducen “comunidad” en vez de Eclessia. De hecho, la Iglesia, tal como la conocemos, o de modo muy parecido, solo comienza a desarrollarse desde los siglos V-VI, pues lo anterior fue, eso sí, una auténtica comunidad cristiana. Y que la Iglesia institución ha durado hasta hoy, es innegable. Otra cosa es que, durante tanto tiempo, haya sido, de verdad, una comunidad que respondiera a la idea del Reino de Dios que Jesús vino a establecer en la tierra. En los siguientes párrafos intentaré explicar por qué me hago, y os las transmito, estas reflexiones, y qué sentido tienen.

En 1º lugar, Jesús da a su incipiente comunidad, una Carta Magna, o Constitución, que es el Sermón de la Montaña, comenzando por la invitación más humana y humanista, original y profunda, diferente y eficaz que nunca se haya pronunciado: las Bienaventuranzas. La proclamación de prioridad en la dicha y en la realización humana, dentro del Reino de Dios, de los pobres, de los anawim, de los pobres de Yavé, es, además de una idea inquietante y original, una verdadera y profunda revolución. En Europa, y, en general, en los países llamados, no sé si bien o mal, si propia o impropiamente, desarrollados, cometemos la terrible equivocación de confundir “pobres”, o todavía peor, “pobres de Yavé”, con miserables. Pero no es lo mismo. El pobre bíblico vive con dignidad, aunque no tenga dinero sobrante para guardar, o, tal vez, por eso mismo.
En 2º lugar, hemos de admitir que la Iglesia primitiva, hasta la primera mitad del siglo IV, vivió el estilo de vida que predico el Maestro, en los referente a los bienes, y en casi todos los aspectos. Sobre todo llama la atención cómo intentaron vivir el maravilloso discurso de Jesús, dentro del Sermón de la Montaña, sobre el dinero, las riquezas, y la pobreza, (en Mt 6, 16-34), con frases como: “Dejaos de amontonar riquezas en la Tierra, …”; “porque donde tengas tu riqueza tendrás tu corazón”; “nadie puede estar al servicio de dos señores , … no podéis servir a Dios y al dinero”; “conque no andéis preocupados pensando qué vais a comer, o que vais a beber, o con qué os vais a vestir. Son los paganos los que ponen su afán en esas cosas”. Los primeros cristianos vivieron así, y por eso admiraron extraordinariamente a los paganos, porque éstos comprobaban que entre ellos no había necesitados, sino que todos vivían en una sana armonía, igualdad, y fraternidad de amor y de servicio.
En 3º lugar, había desvíos y personas desconfiadas en el reparto de la riqueza, y que intentaban, o hacían trampas. Pero constituían una excepción. Lo contrario a lo que hoy ocurre: la inmensa mayoría de los cristianos, tanto católicos, como luteranos, como anglicanos, como calvinistas, vivimos preocupados por el dinero, sirviendo al dinero como a un ídolo, y siendo reacios a una justa distribución de la riqueza.
En 4º lugar, si es verdad lo que afirmo en el final del párrafo anterior, entonces es evidente que no cumplimos el mandato del Señor, “amaos unos a otros como yo os he amado”, y viviendo con esa actitud “todos comprenderán que sois mis discípulos”. Y en el mundo sucede todo lo contrario. Si hacemos el test que nuestro profesor de pastoral de evangelización del Instituto de Pastoral de Salamanca en Madrid, padre Benzo, nos hacía en la pizarra en el curso 1969-70, coloreando los países de manera diferente, y referente a los recursos económicos, pintando de verde a los más ricos, coincidía que eran todos el Hemisferio norte, y todos ce religión cristiana, excepto Japón. Los de rojo, pobres, la mayoría en América latina, y también cristianos, y sudeste asiático, de otras religiones; y los de negro, miserables, en África, animistas, o de cultos africanos diversos. Es decir, los cristianos del norte, adoradores y servidores del Dios dinero, y, ¡cristianos!
Pero lo anterior no debería ser posible. Es muy difícil decir hoy que no se puede ser cristiano, y rico, muy rico, a la vez. Pero si queremos volver a una experiencia cristiana que sea signo, testimonio y llamada a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, muchos de ellos perdidos en vericuetos existenciales, la comunidad cristiana tendrá que estar, en general, libre de las ataduras de lo sobrante para una vida digna. Ya lo afirmó Pablo VI en la Populorum Progressio, tema que avanzaré y profundizaré otro día.

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