ECLESALIA, 24/04/15.- Estos días los cristianos celebran la Pascua de Resurrección. ¿Qué puede significar realmente este concepto? ¿Cómo podemos comprender este pensamiento que es la esencia del cristianismo?
Con demasiada frecuencia tendemos a invalidar lo que nosotros no hemos experimentado. Los prejuicios forman parte de nuestra vida habitual, por más abiertos o razonables que nos creamos.
Las palabras que trascribo a continuación son del psiquiatra C. G. Jung: “La experiencia religiosa es absoluta. No se presta a discusiones. Lo único que se puede decir es que nunca se ha tenido tal experiencia; la otra persona dirá: ‘Lo siento pero ya sí la tuve’. Y con esto terminará la discusión. No importa lo que el mundo piense sobre la experiencia religiosa; quien la ha hecho posee el gran tesoro de algo que para él se convirtió en fuente de vida, sentido y belleza, dando un esplendor nuevo al mundo y a la humanidad”.
En mi práctica profesional observo que dichas experiencias espirituales facilitan una orientación en el desorden interior, reintegran partes separadas de la consciencia y abren a una potencia que está en el centro de la persona. No es una comprensión intelectual, es la emergencia de algo latente que puede manifestarse de muy diferentes maneras. El denominador común es la apertura del corazón. (Nombro la palabra corazón para expresar ese lugar todavía no objetivado, que es la sede del amor).
Tenemos múltiples capas. Existen necesidades físicas, emociones, intelectuales y espirituales. Estas últimas no tienen otro objeto que trascender el ego. En algunas personas no se han despertado las necesidades superiores, aunque es cierto que el entorno puede estimular o anular dichas necesidades. Lo espiritual es un salto a una nueva consciencia. Podríamos decir que “lo divino” está dentro de nosotros y las imágenes en las que se manifiesta pueden tener tanta fuerza que logran transformar una vida.
Para entender la Pascua hay que vivirla. Y vivirla es tener capacidad para el silencio y la contemplación. Es ir más allá de la pereza y la indiferencia y no cerrar los ojos al dolor y a la oscuridad de la vida.
La resurrección para los cristianos es la experiencia de Aquél que sigue vivo. Es la vivencia, que no creencia, de que esta vida no lo es todo y que en nuestro ser más hondo, más allá de nuestro cuerpo y de nuestra historia, somos vida eterna que no muere, sólo se transforma. Esta confianza no es un acto de ingenuidad, en realidad, si nos paramos a pensar, todo es continuamente un proceso de trasformación.
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