La reelección de Benjamín Netanyahu en Israel y su alianza con los grupos radicales de ultra derecha presagia una radicalización del conflicto palestino-israelí y una mayor agresividad del movimiento yihadista. Netanyahu acaba de manifestar que no va a reconocer al Estado Palestino y que va a continuar con su política de mano dura y de construcción de asentamientos judíos en los territorios ocupados. Netanyahu es un hombre guerrerista, se niega al diálogo y al cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas y de la Corte Internacional de Justicia que exigen derribar el muro de la vergüenza y poner alto a los asentamientos judíos. Su programa político puede agudizar el incendio en Oriente Medio, que está causando millones de víctimas inocentes, cuyas llamas alcanzaría también a Occidente. Todos estamos bajo la amenaza terrorista. La violencia engendra violencia.
¿Cómo es posible que la mayoría de los israelíes no sean conscientes de que al elegir a los partidos más radicales, están propiciando una confrontación bélica de incalculables consecuencias? De alguna manera nos recuerda al pueblo alemán cuando, aun visualizando lo que estaba haciendo Hitler, aprobaron sus políticas racistas, de exterminio y expansionistas. Las consecuencias las vimos después.
Los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, en sus respectivas visitas a Tierra Santa, proclamaron que la paz no se logra con las armas, ni con violencia, ni construyendo muros y ocupando territorios sino levantando puentes y abriendo puertas al diálogo y a la negociación. Hoy por hoy, tal como se presenta el futuro, pareciera imposible la paz en Tierra Santa, pero no podemos renunciar a la esperanza. Con Max Weber decimos que “Toda experiencia histórica confirma la verdad de que el hombre no hubiera obtenido lo posible si no hubiera luchado una y otra vez por alcanzar lo imposible”. Seguimos soñando, contra toda esperanza, en una Tierra Santa de paz para cristianos, judíos y musulmanes.
Fernando Bermúdez
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