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ATALAYA

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viernes, 6 de febrero de 2015

Fascinación por Norteamérica Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

La primera vez que oí la expresión “hoja de ruta” fue en la voz de un corresponsal español en EE.UU. de América, en la época de George W. Bush, en la segunda guerra de Irak. No recuerdo quién era ese corresponsal. Me pareció la transcripción al español, una lengua adulta y rica, de una manera infantil, o, mejor, adolescente, que tienen los americanos de expresar ciertas realidades. Tal vez un psiquiatra, que no necesita ser eximio, explique su candidez en el recuerdo de sus aventuras juveniles, de boy scouts, o puede ser de su época de instrucción militar, con sargentos tiranos rayando en la estupidez psíquica y moral, o en sus escarceos militares. En todas esas actuaciones puede resultar pasable la expresión “hoja de ruta”.
Pero en los planes y programas de políticos, o de ministerios, en la elaboración de una nueva ley por parte del Congreso, de un municipio en la creación de bibliotecas o en su ubicación, etc., etc., la hoja de ruta serviría para indicar a los políticos o trabajadores de la administración el mapa de vericuetos y laberintos, y de trampas, que se pueden encontrar en el intento. Pero no para el núcleo del proyecto. Al relacionarlo con la intención del creador y los ejecutantes del mismo, lo que cae bien y explica del todo lo que queremos decir es hablar del plan, del objetivo, de los medios, de los posibles obstáculos, de las ventajas y ayudas, de los tiempos y los ritmos adecuados. Dejemos la “hoja de ruta” para los esforzados boy scouts, a quienes, incluso, se les puede poner como tarea supletoria interpretar una indicación geográfica misteriosa o complicada.
Me encantó la chispa y la mala idea de una viñeta de Forges en el País, hace ya unos meses. Decía, “hay que poner en valor la expresión “poner en valor”". Aseguran los expertos en Filología que la lenguas tienden a la simplificación. No sé de qué giro norteamericano traducen el que comento, pero nosotros tenemos no tres palabras, sino una, para decir, mucho mejor, lo mismo: valorar. Además, si la gramática, por o menos la nuestra, es un tratado de Lógica, es decir, Filosofía pura, poner en valor es exteriorizar y objetivar el valor, como si estuviera en no sé qué limbo del ente, donde pondríamos cosas, acontecimientos, procedimientos, trabajos, programas, lo que fuese. Mientras que valorar implica una visión más completa de valor, como estudiábamos en la disciplina denominada “Filosofía de los Valores”. En ella, si no llegaba a la unanimidad, sí que conseguía amplia mayoría la idea que preconizaba un sano equilibrio entre la objetividad inmanente al valor, y la subjetividad del que le otorgaba la transcendencia al aplicarlo a un ser sustancial que lo recibiría como accidente. Sí, me he embarcado en una disquisición filosófica, pero dónde pienso que he llegado, y nadie me rebatirá, es que nuestra expresión valorar es inmensamente más exacta, profunda y válida, (¿veis?, ya la he puesto en valor) que “poner en valor”.
Tengo la impresión de que muchos de los tecnócratas, o así se presentan, del PP, tienen muy a gala, “ponen en valor, o valoran”, -mejor lo segundo, que la primero no es ni siquiera expresión española-, el manejarse en inglés. Algo que, además, no es tarea ni habilidad tan difícil ni extraña. Todos que lo estudian, y tienen oportunidad de visitar países angloparlantes, lo consiguen. Y los analfabetos de Gran Bretaña, y de EE.UU., hasta sin estudiar. Pero esta misteriosa fascinación por lo norteamericano nos puede llevar a resultados indeseables. Desde repantingarse en postura poco elegante, más bien burda, con las botas encima de la mesa, por muy presidentes que fueran de los EE.UU. y España George W. Bush, y don José María Alfredo Aznar López, hasta otras implicaciones bien más graves.
Como por ejemplo, y a eso me refería en el título con lo de “… y otras perlas peores”, parece que el mimetismo de lo americano y de Bush ha ido más lejos, hasta proponer el PP, el partido del Gobierno, de modo autoritario, y alejado del más mínimo consenso con alguna de las otras fuerzas políticas del Congrero, la siguiente indignidad: lo que eufemísticamente llaman “prisión permanente revisable”, -porque lo de Cadena perpetua, tan apreciada, como la perna de muerte, por los americanos, suena mal, muy mal, y los españoles no lo tragarían de ninguna manera-. Tienen tanto miedo a perder unos votos por la extrema derecha, que no han medido bien el número de votantes propios que no van a perdonarle a su partido esa vuelta atrás miserable, inhumana, y anticonstitucional, aunque los señores magistrados del egregio tribunal fallen lo contrario. Pienso que no lo harán. Quiero creer que todavía quedan en España personas dignas y honestas, que si tienen en sus manos, como esos magistrados lo tienen, impedir que nos retrotraigan a una discrecionalidad penal vergonzante como la franquista, no lo permitirán. Y si llegase a suceder, espero que la CEE, (Conferencia Episcopal Española), ponga su grito profético en el cielo, nunca mejor dicho, para denunciar tamaño atentado a la calidad democrática de nuestro país, y a nuestra propia dignidad.

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