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martes, 10 de febrero de 2015

España antropológica Jaime Richart, Antropólogo y jurista

La filosofía empieza en el momento en que el hombre (o la mu­jer) toma distancia del objeto que observa y repara en que el ob­jeto no es él, que es distinto de él. La antropología es, por su parte, una ciencia integradora que estudia al hombre en el marco de la sociedad y cultura a las que pertenece, y al mismo tiempo como un producto de ésta. La antropología filosófica nos da una concepción más completa del ser humano en tanto que “ente que siente, que ama y que forja su destino”, como dice el antropólogo Daniel Calva.
Pues bien, el hombre y la sociedad pueden ser definidos de mu­chas maneras, pero tras re­correr recovecos y rodeos en la antro­pología filosófica en la que me gradué, me quedo con esta con­clusión: el hombre no tiene importancia a la luz de las estrellas; ni siquiera es zoon politikón, animal político, como lo definió Aristóteles (vive también al margen de la política y mejor sin polí­tica). El hombre, y por supuesto la mujer, es un animal par­lante y además presun­tuoso, y la sociedad humana colmena atrincherada en una jungla que en la paz pasa por zoo.
En este zoo, más allá de ser amante, sintiente y forjador de su destino (esto muy relativamente pues el azar es sobre todo lo que decide) el hombre a lo largo de la historia viene a ser el re­sultado de la tensión entre depredadores, por un lado, y de la res­puesta a la depredación de la filantropía, del humanismo, de la solidaridad y de la compasión; los cua­tro canalizados por las religiones, por la culturización y por un impulso moral espontá­neo presente también en otras especies vivientes superiores.
Pues bien, los momentos que vive la sociedad española se pre­stan a discurrir por este conducto. Porque las crisis declaradas después de épocas de bonanza o de estabilidad en las que todo el mundo vive ajeno e indiferente a los fenómenos que soterrada­mente se están gestando y desarrollando, hacen aflorar la autén­tica dimensión de la condición humana en la paz ten­sada (excluido lo horrendo de la misma en guerras, conquistas e inva­siones), presente ahora especialmente en España.
En estos momentos, dada la circunstancia que atraviesan millo­nes de personas en este país, pugnan dos fuerzas más allá de los iconos de las formaciones políti­cas. Una fuerza trata de reforzar la abundancia y el desahogo de las élites a despecho de los desheredados de la Tierra, y la otra intenta salvar a la parte de la humanidad presente en territorio español. No hay más tras esa barahúnda de sañudas persecu­ciones de momento sólo ver­bales que cruzan el éter con el zumbido de proyectiles que a ve­ces parecen precursores de una nueva guerra en campo abierto. De que en la confrontación gane la una o la otra de­pende no ya un pasar o un bienestar, sino la esperanza y la vida tanto material como moral, de millones de humanos y también de las generaciones que las sigan.

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