La filosofía empieza en el momento en que el hombre (o la mujer) toma distancia del objeto que observa y repara en que el objeto no es él, que es distinto de él. La antropología es, por su parte, una ciencia integradora que estudia al hombre en el marco de la sociedad y cultura a las que pertenece, y al mismo tiempo como un producto de ésta. La antropología filosófica nos da una concepción más completa del ser humano en tanto que “ente que siente, que ama y que forja su destino”, como dice el antropólogo Daniel Calva.
Pues bien, el hombre y la sociedad pueden ser definidos de muchas maneras, pero tras recorrer recovecos y rodeos en la antropología filosófica en la que me gradué, me quedo con esta conclusión: el hombre no tiene importancia a la luz de las estrellas; ni siquiera es zoon politikón, animal político, como lo definió Aristóteles (vive también al margen de la política y mejor sin política). El hombre, y por supuesto la mujer, es un animal parlante y además presuntuoso, y la sociedad humana colmena atrincherada en una jungla que en la paz pasa por zoo.
En este zoo, más allá de ser amante, sintiente y forjador de su destino (esto muy relativamente pues el azar es sobre todo lo que decide) el hombre a lo largo de la historia viene a ser el resultado de la tensión entre depredadores, por un lado, y de la respuesta a la depredación de la filantropía, del humanismo, de la solidaridad y de la compasión; los cuatro canalizados por las religiones, por la culturización y por un impulso moral espontáneo presente también en otras especies vivientes superiores.
Pues bien, los momentos que vive la sociedad española se prestan a discurrir por este conducto. Porque las crisis declaradas después de épocas de bonanza o de estabilidad en las que todo el mundo vive ajeno e indiferente a los fenómenos que soterradamente se están gestando y desarrollando, hacen aflorar la auténtica dimensión de la condición humana en la paz tensada (excluido lo horrendo de la misma en guerras, conquistas e invasiones), presente ahora especialmente en España.
En estos momentos, dada la circunstancia que atraviesan millones de personas en este país, pugnan dos fuerzas más allá de los iconos de las formaciones políticas. Una fuerza trata de reforzar la abundancia y el desahogo de las élites a despecho de los desheredados de la Tierra, y la otra intenta salvar a la parte de la humanidad presente en territorio español. No hay más tras esa barahúnda de sañudas persecuciones de momento sólo verbales que cruzan el éter con el zumbido de proyectiles que a veces parecen precursores de una nueva guerra en campo abierto. De que en la confrontación gane la una o la otra depende no ya un pasar o un bienestar, sino la esperanza y la vida tanto material como moral, de millones de humanos y también de las generaciones que las sigan.
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