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ATALAYA

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lunes, 26 de enero de 2015

Pasarse de la raya Jaime Richart, Antropólogo y jurista


Es un principio, nada arraigado en la sociedad occidental por­cierto, que si se quiere tener razón no se debe razonar en ca­liente…
Razonar en caliente es razonar con pasión y a propósito de un hecho luctuoso por definición. Y hacerlo así y de manera trans­versal las voces predominantes de una sociedad significa que, en frío, ya habían asentado previamente su superioridad mate­rial y moral incues­tionable sobre la otra parte cuando dos están en conflicto o son ellas mismas las que han puesto, antes o al tiempo, en conflicto a la otra por difusos intereses de todo or­den y, como siempre en la historia, principalmente de orden económico que arrastran consigo las reacciones emocionales. Y no sólo actúan así esas voces, también señalan con el dedo acu­sador a todo aquél o aquella que examina lo sucedido desde otros puntos de vista que no coinciden con los suyos. Por ejem­plo algunos que estén leyendo esto respecto al autor…

Es horrible lo sucedido en Paris hace un par de semanas. Pero no tanto en los términos manejados por todos los opinadores como por lo que hay detrás del suceso. No tanto en los térmi­nos manejados porque, si hablamos de muertos, son millones de ellos y en condiciones horripilantes los habidos en la otra parte. Quedémonos de momento sólo en los que se cuentan en Afganistán e Irak en ocupaciones que el invasor, los invasores, no pueden explicar más que a través del deseo de domi­nio, de esa voluntad de poder como califica Nietzsche la vo­luntad del demonio. Y esto no es razonar. Por lo que se ve, esto, razonar y hacerlo bien, incumbe principalmente a periodistas, políticos y población civil. Lo cual significa simplemente que aceptemos que quien dispone de la máxima fuerza militar necesita descar­garla sin que deba mediar proporción alguna entre la suya y la del ene­migo (en este caso la de los países invadidos), para apro­piarse de su riqueza o por razones estratégicas para prose­guir la con­quista, y a los que por consiguiente han provocado. Y en rela­ción a esto hay un dato concluyente. La ocupación por la fuerza de países que gravitan en torno a culturas y religión di­ferentes, las matanzas, genocidios y exterminios, corren de cuenta del oc­cidental. Por consiguiente, todo lo demás, todo lo que pretenda razonar lo que provenga de individuos de la otra parte que co­metan actos criminales se explica por sí solo en vir­tud del princi­pio físico acción-reacción. Este es el único punto de partida para discernir correctamente sobre lo justo y lo injusto, sobre la culpa y la res­ponsabilidad, sobre el bien y el mal. Ahora bien, si lo que se di­vulga urbi et orbe es para asen­tar otro principio: el de aquí las co­sas son como yo digo, no hay más que hablar. Pero eso es otro cantar…
Por eso, por lo que se refiere a la libertad de expresión sin lími­tes que periodistas y políticos occidentales defienden con de­nuedo cuando es la suya la que reclaman, rechazando al tiempo la de los extraños a su cultura y a sus intereses, hay mu­cho que decir si bien bastan dos palabras porque la razón nunca es prolija: sean honestos.
Sean honestos y reconozcan que, o han sido pagados para pro­vocar esta catástrofe preparatoria de otra mil veces mayor que se avecina en más territorios asiáticos que rodean ya a los paí­ses invadidos, o sabían perfectamente a lo que se exponían y a lo que “nos exponían” y pese a todo han tenido el pésimo gusto antropológico de hacer risa fácil a base de no respetar temeraria­mente sensibilidades muy alejadas de las miopes su­yas. ¿Imaginan qué ocurriría si alguien se atreviese a hacer mofa de la virgen del pilar española, por ejemplo, independien­temente de la multa venial prevista en el código penal para quie­nes hicieren escarnio de una religión? Y no ya qué ocu­rriría, sino cómo reaccionarían, que es lo que quiero destacar ahora… Detectamos contradicciones, engaños e imposturas constantes en los gobernantes y también en los periodistas; en esos que son los principales lla­mados a dar ejemplo y en su caso a orientarnos hacia modos justos de razonar, y sin em­bargo no ven que el suyo es a menudo un modo disparatado de juzgar los hechos…
En suma, es lamentable que no sólo los periodistas del semana­rio francés actúen así y en general todos sus colegas, sino también que pe­riodistas, gobernantes y políticos de otros países, incluido España, respondan precisamente sin razonar como lo vienen haciendo. Y más lamentable que tengan la des­vergüenza de unirse a la libertad de expresión sin límites ni ba­rreras cuando, por críticas y actitudes que no concuerdan con las suyas condenan a unos e incluso las cloacas de sus Estados cometen crímenes no sólo fuera (en esas invasio­nes y otras de menor repercusión en África), sino tam­bién dentro del respec­tivo país por los consabidos intereses y esa voluntad de poder a que antes me refiero.
En estos tiempos cun­den la tentativa de engaño, de estafa, de manipulación, aunque ya el truco de las prácticas conductistas y mentalistas aconsejadas por los laboratorios de ideas a los go­biernos para que se impongan a la población afloran a la vista de la mayoría. Pero deben saber que nunca hasta ahora la gente ha es­tado más despierta y en mejores condiciones de juzgar a vi­vos y a muertos…

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