Comentario al artículo de El papa pastor frente al restauracionismo preconciliar, de Queiruga Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

He leído últimamente dos muy buenos artículos, afirmar que excelentes sería más exacto: El papa pastor frente al restauracionismo preconciliar, de Andrés Torres Queiruga, y Otro restauracionismo prconciliar, de José Mª Castillo. Los dos coinciden en varias cosas: ambos esá escritos por dos grandísimos teólogos, tratan el asunto con seriedad, pero sin halagos ni peloteo, demuestran un conocimiento profesional de todos los aspectos teológicos implicados, y se sitúan con valentía en el lado más favorable de la verdad. Y, ¿cuál era el tema o asunto? Pues la realidad, la lectura e interpretación, y, eventualmente, la defensa del Papa Francisco.

El escrito del teólogo gallego me llenó de alegría, entre otras cosas, porque tiene la valentía de recordar a uno de los popes de la Teología española, y gran, y primero, premio Ratzinger de Teología, de 2011, D. Olegario González de Cardedal, que la Teología no se agota en los modelos académicos, como el del papa Benedicto XVI, sino que alcanza otros derroteros, más lúcidos y evangélicos, como el del Papa Francisco. Y aún le podría haber recordado al teólogo abulense que a muchos de sus admiradores, yo, entre ellos, desde mi época de Salamanca, les gustaría que se implicase más en sus reflexiones, y que fueran más bíblicas que filosóficas. Y éste es un reproche que hago tantos teólogos de gabinete, que han alcanzado mucha información bibliográfica, la han amasado con una jerga filosófica que, en muchos casos ni ellos entienden, y que, como siempre he dicho a un antiguo profesor nuestro, cuyo nombre quiero olvidar, “nunca te he oído decir algo nuevo, que se te haya ocurrido a ti, y que no hayas aprendido en los libros”.

Al papa Francisco no le pasa eso. Hace una Teología viva, nueva, conforme la va amasando para la inminente comida de sus oyentes y fieles. Solo entiendo así la Teología, como la hacía Jesús, ¡qué gran teólogo creativo!, y como el mismo Pablo, quien soltando con elegancia el cepo de la dialéctica rabínica, elaboraba un discurso sobre Dios, y su enviado y ungido Jesús -verdadera y única definición de Teología- para que sus fieles se alimentasen de la Palabra, y ésta iluminara sus vidas. La fuerza y la energía de la Palabra, que tantos, -para mí, pseudo teólogos-, desconocen, o la cultivan como una perla en su fuero interno, no como motor de sus discurso teológico, se hace presente y avasalladora en los verdaderos y grandes teólogos, como Jesús, Pablo, Lucas, Agustín, y más modernamente, Lutero, Dietrich Bonhoeffer, Rahner, Urs Von Baltasar, Urs Von Balthasar, en su primera y lúcida fase, y el gran Karl Barth, según nuestro brillante y agudo profesor, P. Migue Pérez del Valle, ss.cc., el mayor teólogo de la Iglesia, junto con Agustín, Tomás de Aquino, y Lutero. Yo no pondría en esta lista ni a Benedicto XVI, -no sabemos en qué hubiera ido a parar el malogrado joven teólogo Ratzinger-, y mucho menos a Juan Pablo II.

Resumo lo anterior con una afirmación un poco bruta y poco pulida, pero no por eso forzosamente errónea: a la mayorá de los teólogos clásicos católicos les falta La Palabra, y un profundo y esclarecedor conocimiento bíblico.

Pero pretendía hacer una reflexión obre los dos artículos que he citado al principio, pero no me quiero alargar, y tejeré un jugoso comentario al segundo, de Castillo, “Otro restauracionismo preconciliar” en mi entrega de mañana.