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martes, 11 de noviembre de 2014

Sócrates para el siglo XXI Gabriel Mª Otalora

La obra de Sócrates nos ha llegado por su discípulo Platón. Miembro de una familia acomodada de Atenas, se casó con Jantipa. Ella era bastante más joven que él y al parecer con un carácter insoportable que Sócrates aprovechaba para medir su propia templanza. Apreciaba mucho la vida gracias a su agudo sentido del humor desprovisto de amargura o cinismo. ¿Qué puede aportarnos Sócrates, en medio de una concepción materialista de la existencia y un culto al ego tan desmesurado?
En primer lugar, su actitud personal. Él debía ser bajito y feo hasta el punto que su figura inspiraba burlas, lo cual no era óbice para sentirse muy seguro de sí mismo. Su aspecto llegó a compararse con el de los seguidores de Dioniso que recordaban al dios Sileno, representado como un sátiro viejo, gordo, calvo, barrigudo y narizotas. A Sócrates no le condicionaba su aspecto exterior como le pasa a nuestra sociedad de las apariencias. Es más, puso de moda la ironía: haciéndose el ignorante, obligaba a la gente con la que conversaba a utilizar su sentido común. Qué personalidad tendría para que acabara siendo considerado por los griegos como el arquetipo del decoro filosófico, a pesar de su aspecto exterior. Ellos, que vivían en el convencimiento de que un cuerpo bello era el reflejo de un alma bella. Gracias a Sócrates, comenzaron a admitir que un cuerpo que recordase a Sileno, puede contener una persona hermosa. Nosotros, en cambio, con tanta psicoestética de la imagen no podemos ocultar carencias humanas básicas muy profundas.
En segundo lugar, trabajó por lograr una conciencia social, aunque fuese juzgado de forma superficial por quienes no percibían las sutilezas de su poderoso discurso intelectual y su honestidad, que fueron sus principales herramientas de vida. Se le acusó de despreciar a los dioses y corromper a la juventud con sus ideas, lo que le costó la condena a muerte ¿Qué había en el fondo de esas acusaciones? La actitud filosófica de Sócrates era someter a crítica las cuestiones de índole social o moral, sin excepción. Esa sobredosis de honestidad debió fastidiar a muchos. Además, se esforzaba en instruir a una futura clase política para que gobernase con sabiduría y justicia, con la suficiente formación específica para resolver los problemas que se presenten y la necesaria virtud moral sin la cual no es posible desarrollar bien la tarea gobernante. Ayudarles a conseguirlo, era parte de su vocación. Qué cosas.
Es fácil imaginar lo peligroso de su actividad por la envidia que despertaba su rectitud y la independencia de criterio. Él mismo decía que su labor era comparable a la del tábano que mantiene despierto al caballo de raza. Detrás de este pensador se halla la rebelión del individuo superior en valores. Lo triste es que ha sido igualmente desterrado de los planes de enseñanza, como el resto de la cultura clásica, por algo mucho más superficial que su mensaje ético: no hay cabida para las humanidades porque no tienen interés mercantil.
Para Sócrates, el valor de la persona es fundamental. Todo su mensaje era de liberación interior desde una gran honestidad, casi siempre a contracorriente. La filosofía de Sócrates es la búsqueda de la verdad como norma de su conducta. La bondad, pues, consiste en la sabiduría de saber obrar; el sabio como sinónimo de bueno. Una búsqueda de la verdad, tan a pecho descubierto, que para sí quisiéramos entre nosotros.
En tercer lugar, la educación. Sócrates consideraba que su misión no era impartir doctrina, sino lograr que sus alumnos descubrieran su propio espíritu para cuidarlo y cultivarlo. De ahí la expresión célebre que Platón pone en sus labios: “Conócete a ti mismo”, desde la búsqueda de la verdad sin tratar de engañar ni engañarse. Que por algo es considerado el fundador de la filosofía moral. Aceptaba con humildad no saber suficiente y los propios límites y en consecuencia estuvo abierto al cambio, porque sabía que la búsqueda es avance siempre aunque nunca se llegue al conocimiento pleno.
Desechar las humanidades del currículo educativo ha sido apostar solamente por la capacitación laboral mientras tenemos a generaciones de gran calidad utilitarista viviendo en el paro o en la precariedad laboral más absoluta. El Sistema no funciona, cada vez con menos competencias educativas humanistas que deberían iluminar al resto de materias. Tampoco existe espacio educativo suficiente para cultivar la capacidad de reflexión y el pensamiento crítico que contrarreste la actual sordidez económica como un fin en sí mismo. No sé si la afirmación de la filósofa Martha C. Nussbaum de que la mayoría de nosotros no elegiría vivir en un país próspero que hubiera dejado de ser democrático, tiene mucha validez viendo como la codicia ha roto barreras hasta ahora infranqueables.
Al menos, los Diálogos escritos por Platón (casi todos de Sócrates), debieran ser rescatados de la tala educativa por lo que tienen de verdaderos modelos de de pensamiento. Su utilización pedagógica ayudaría a asimilar lo aprendido mediante diálogos, a formar los propios criterios, a reforzar modelos de pensamiento crítico y estimular la creatividad en el debate. Enseñarían a asumir las propias ideas, valorarlas en sí mismas frente al pensamiento borrego que nos acogota. A fomentar alumnos inquisitivos y activos, capaces de desplegar la empatía. A eliminar la pasividad en el aprendizaje y ser capaces de participar en la sociedad con otra actitud y curiosidad por la vida, más respetuosa con la vida en todas sus formas. A buscar, en definitiva, la mejor posibilidad de uno mismo como persona, sin vivir reducido a un mero elemento de consumo.
Gracias a su actitud, a su conciencia social y a su visión educativa, Sócrates puso la justicia siempre por delante de sus intereses personales hasta convertirse en una de las personas más influyentes de la historia, que no pasó a la posteridad por su erudición sino por su actitud. Vamos, que sigue siendo un referente necesario.

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