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ATALAYA

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miércoles, 1 de octubre de 2014

Los sacerdotes casados, signo del Espíritu (XXXIV): La doctrina de la Iglesia y la ley del celibato (4) Rufo González


El celibato en la “Vida Religiosa” (PC 12)
“Es necesario, pues, que los religiosos, procurando conservar fielmente su vocación, crean en las palabras del Señor, y, confiados en el auxilio de Dios, no presuman de sus propias fuerzas, y practiquen la mortificación y la guarda de los sentidos. No omitan tampoco los medios naturales, útiles para la salud del alma y del cuerpo. Con ello conseguirán no dejarse llevar por las falsas doctrinas que presentan la continencia perfecta como imposible o nociva a la plenitud humana, y rechazar como por instinto espiritual cuanto pone en peligro la castidad. Recuerden además, sobre todo los superiores, que la castidad se guarda con más seguridad cuando entre los miembros reina la verdadera caridad fraterna en la vida común” (PC 12, 2).

Vivir moralmente bien no es fácil para nadie
También en este texto se percibe la “apropiación” clerical de lo común cristiano. Toda vocación (celibataria, matrimonial, servicial…) exige ascética. Todos nos sentimos obligados a ser dueños de nuestra sexualidad y vivirla según el estado de soltero o casado. La llamada “continencia perfecta” es propia de todo soltero durante el tiempo de soltería. Los llamados “religiosos” hacen voto de vivirla toda su vida, motivados por el Reino de Dios. Tanto el casado como el célibe están tentados de orgullo y de poder. Necesitan coraje para vivir de acuerdo con su conciencia. Los cristianos miramos a Jesús, a su vida entregada, a su resistencia al poder y al dinero. Ello ayuda a vivir en su amor. “El acoso sexual del clero es abuso de poder e injusticia, no mero incumplimiento de voto o lastre de formación de invernadero: crisis de pubertad reprimidas explotan con retraso en forma de abusos y desviaciones en la integración sexual. Reconocidas sin ocultamiento, habrá que cortarlas y repararlas”, escribía no hace mucho el profesor de Ética, Juan Masiá (mar10 2014; enviado a la página web de Redes Cristianas).
“Instinto espiritual” lo tenemos todos
El texto habla de “cier­to instinto espiritual” (“instintu quodam spiri­tuali”). Viene con motivo de las precauciones que “el religioso” debe tener para conservarse casto. Precauciones de todo cristiano para ser casto: no presumir de sus fuerzas, practicar la mortificación del egoísmo, guardar los sentidos y los medios naturales que favorecen la salud de la mente y el cuerpo. “Así lograrán no dejarse llevar por falsas doctrinas.­.. y rechazar por cierto instinto espiritual todo lo que pone en peligro la castidad”. ¿Qué es este instinto espiritual? Tal vez sea una tendencia subjetiva, propia de la persona convencida de que la castidad es una virtud moral, que cultiva tanto el soltero como el casado. El adjetivo “espiritual” puede entenderse como meramente interior. Pero también como una moción del Espíritu que insta a rechazar lo que pone en peligro la fidelidad a la causa de Jesús. El Espíritu actúa en todos, no sólo en los “religiosos”. Este “instinto espiritual” no “rechaza” sólo, sino ilumina y potencia éticas constructivas. “En vez de ética sexual prohibitiva, una ética constructiva de las relaciones, centrada en el respeto y ayuda al crecimiento mutuo, valdrá para parejas heterosexuales u homosexuales; para relaciones interpersonales en comunidades célibes; o para relaciones de amistad entre personas con diversas opciones de vida”, es una recomendación del citado profesor de Ética, Juan Masiá.
Otra exigencia común: “madurez psicológica y afectiva”
“Como la observancia de la continencia perfecta está íntimamente relacionada con las inclinaciones más hondas de la naturaleza humana, los candidatos no pretendan ni se admitirán a la profesión de la castidad sino después de una prueba verdaderamente suficiente y con la debida madurez psicológica y afectiva. No sólo hay que avisarles sobre los peligros que acechan a la castidad, sino que han de instruirlos de forma que acepten el celibato consagrado a Dios, incluso como un bien para la integridad de la persona” (PC 12, 3).
Una de tantas contradicciones de la Iglesia
Invita a la “madurez psicológica y afectiva”. Sin embargo, su estructura normativa actual dificulta dicha madurez. Diócesis y parroquias son comunidades infantilizadas. Sus órganos participativos, muy restringidos y nada responsables en deliberación y decisión. No todas tienen Consejo Pastoral. Y las que lo tienen, son consejos meramente consultivos. No pueden legalmente decidir nada. Si se atreven a proponer cambios, exigir responsabilidades, intervenir en nombramientos…, la autoridad los disuelve e invalida sin contemplaciones. Lo mismo, pero con más deterioro, cabe decir de los Consejos de Economía. Imperados por el Código de Derecho Canónico, no existen en muchas parroquias, y, en la mayoría, en las que existen, son meramente nominales. Clero y dinero riman.
El celibato marca una Pastoral Vocacional no evangélica
Por mantener la ley celibataria, la Pastoral Vocacional se centra más en la vocación al celibato que al ministerio. Se reclutan personas en edad infantil, orientando su desarrollo de forma interesada. Encuentros de monaguillos (recreados por la “nueva” evangelización), campamentos infantiles, colegios vocacionales… son caladeros fijos. Se parte de un supuesto evangélico falso: “servir como sacerdote” a la comunidad es incompatible con tener esposa e hijos. Se propone este “servicio” elevado a la más alta consideración: presidir, ocupar los primeros puestos, controlar las conciencias, vigilar la fe… Todo ornado con atractivas distinciones: “besamanos” de primera misa, ropa singular preciosa, aureola del poder sacramental (¡“otro Cristo”!), títulos rimbombantes según el escalafón clerical, papel social, sustento y vivienda de por vida, funerales brillantes… Infantilismo puro (¡todo resuelto por la institución!) y fomento de la erótica del poder y el brillo (“¡otro Cristo!”).
Más injusticias al servicio de la ley: amarres en positivo y en negativo
Por si no bastan las distinciones, el clericalismo apremia la conciencia hasta límites inhumanos, provocando temor angustioso de rechazo eterno de Dios por no cumplir el voto celibatario. No se ha tenido reparo en aplicar al celibato la misma absolutez que a la opción por el Reino y por Jesucristo. El texto evangélico, “el que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios” (Lc 9,62), se ha utilizado para urgir el celibato, como si el celibato fuera un valor decisivo, permanente, obligatorio, del Reino para el sacerdote.
Esta mentalidad no evangélica, clerical, inculcada en psicologías infantiles, se ha profundizado con otros “amarres” más antievangélicos, pero muy eficaces para encerrar en un callejón sin salida a mucha gente. Son amarres en negativo: mira lo que te espera si decides no seguir en celibato. Los que han descubierto que la voluntad de Dios en su vida no era el celibato, y han decidido libremente no seguir en él, han sido desprestigiados, despreciados, reducidos a un estado inferior al laicado, sin nombre, injuriados de traidores (¡vaya respeto a la conciencia personal!), vetados para hablar en locales de la Iglesia, enseñar el mensaje cristiano, etc.
El celibato impide tener comunidades adultas
Obispos, vicarios generales y territoriales, dirigentes de curia, párrocos… presiden en diversos grados las comunidades sin control ninguno por el Pueblo de Dios. Todos elegidos a dedo, debiendo el cargo al superior, se van manteniendo por años sin término. No se respetan ni promocionan los carismas de los hermanos ni los propios de forma clara y verificable. Es el honor y la deuda debida al celibato obligatorio. ¿Qué luz pueden tener para la sociedad democrática, respetuosa de los derechos humanos, esta organización clerical?
Poner como base a comunidades adultas, nos haría más conscientes y responsables y llevaría a reconocer la igual dignidad cristiana. La vida “adulta en Cristo” ayuda a lograr lo que el texto conciliar atribuye a la “castidad”: “purifica nuestro corazón, lo inflama con la caridad”, anticipa “los bienes celestiales”, “nos dedica decididamente al servicio divino y a las obras del apostolado”, “recuerda a todos… aquel maravilloso matrimonio establecido por Dios, y que ha de revelarse totalmente en la vida futura, por el que la Iglesia tiene a Cristo por esposo único” (PC 12, 1). “La Iglesia”, no sólo el clero y asimilados. 

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