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viernes, 5 de septiembre de 2014

Una hermosa y urgente tarea para nuestros obispos Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

En la Biblia hay tres colectivos que aparecen como los más desprotegidos, de tal modo que en muchas ocasiones Dios mismo se reserva su defensa. Son los extranjeros, los huérfanos y las viudas. ¡Ay de quién se meta con ellos!, se las verá con la cólera de Dios. En nuestro país, y en casi todos, esos tres colectivos se resumen en uno: los pobres. Todavía diremos mejor, los miserables, aquellos a quienes la opulenta sociedad de consumo usa como fundamento del sistema del mantenimiento de lo que llamamos “calidad de vida”. Uno de sus pilares, como diría el gran Karl Marx, y no por eso deja de ser verdad, es la explotación del trabajo por el capital, de tal modo que el producto final, un determinado, y cada vez más alto, estilo de vida, resulte tan barato que el sistema lo pueda sostener sin quebranto. A este resultado van dirigidas las políticas económicas denominadas liberales, que lo serán exacta, y solamente, para sus reales beneficiarios: las clases altas y una clase media entregada y sumisa porque su participación en el banquete de la riqueza le garantiza unas migajas que, en ciertos casos, pueden ser muy interesantes y, sobre todo, darán la impresión de que está también subida al buen sentido de la fortuna.
Pero de ahí para abajo, nada. Cada vez más oscuridad, más vacío, más silencio, más incertidumbre, más desprotección. Este es el panorama de los seis millones de parados entre nuestros conciudadanos. Su futuro es tan incierto, y solución socio-económica de su porvenir tan improbable, que aboca a millones de españoles a una situación que puede llegar a ser, si es que ya no lo es, desesperante. Una de las principales tareas del Estado, que provoca y hace necesario el pacto social, es la justicia distributiva, es decir, el reparto de bienes, lo más equitativo, ajustado y universal que sea posible, de tal modo que las riquezas, producidas entre todos, con la colaboración estrecha y fecunda entre la iniciativa del capital empresarial, y el trabajo de los asalariados, alcancen, de manera efectiva, a todas las clases implicadas en ese proceso.
Todos los indicadores socio económicos, a nivel mundial, y en el ámbito interno de nuestro país, señalan, sin ninguna duda, que el reparto de la riqueza, en vez de mejorar y alcanzar cada vez a más beneficiarios, ha ido reduciendo, no la tarta a repartir, sino los pedazos que tocan a cada uno. Es decir, ese reparto se ha deteriorado, de tal manera que la distancia entre los más pobres y los más ricos se acrecienta de manera alarmante, obscena e indignante. El viejo señuelo de la teoría capitalista liberal de que la riqueza crecería cada vez más, y llegaría a ser universal, se ha quedado obsoleto, como una meta utópica. Porque ese reparto implicaría una rebaja de la dichosa calidad de vida de los poderosos.
Después de esta introducción socio-económico-filosófica me gustaría insinuar una tarea noble, necesaria, y como he dicho al principio, urgente a nuestros obispos. Se entiende muy fácilmente. Consiste en que se erijan en defensores de estos tres colectivos: los trabajadores, los inmigrantes, y los huelguistas. No es la primera vez que obispos bien mentalizados, sobre todo en América Latina, o en España en la época franquista, han levantado sus autorizadas voces en su defensa.
1) La mal llamada reforma laboral ha dejado en una gran indefensión a los asalariados, facilitando el despido, y propiciando contratos temporales, es decir, atentando contra la seguridad y la dignidad de los trabajadores. Cuando se produjo el gran atentado, con el rollo de la mayoría parlamentaria del PP haciendo oídos sordos a todas las sugerencias y críticas de todos los demás partidos de la oposición, excepto el CIU, cuyo gran referente estaba en esos momentos cocinando una fortuna, a la que de ninguna manera afectaba ni esa, ni ninguna reforma laboral, cuando todo eso pasaba, ¿alguien oyó el grito de los obispos, de algún obispo, en auxilio de tantos de sus fieles, fulminados con esa medida? Y para mayor inri, sí que hubo un informe crítico y certero de Caritas, que fue silenciado por los jefes, y denomino así a los obispos para que se contraste la flagrante contradicción de sus comportamientos autoritarios con la palabra de Jesús en el Evangelio.
2) Los inmigrantes: no voy a decir nada de los que llegan desesperados a nuestra valla, y son recibidos a palos, y, contra toda la normativa internacional, desviados “en caliente” hacia Marruecos. No. Me voy a referir a los que ya están asentados en nuestro país, y que, poco a poco, están asegurando la propia existencia del culto católico, pues en las parroquias de barrios, como en el que trabajo pastoralmente, Vallecas, cada vez los bancos de nuestros templos se ven ocupados por los latinos, como son llamados por los que les tienen un poco de respeto, que si no, los “sudacas”. Pues bien, organizaciones de médicos, y ONGs de todo tipo e ideología, están clamando contra la norma que decretó este nefasto Gobierno para los asuntos sociales: la negación de asistencia sanitaria para los inmigrantes sin papeles. Además, nos hemos ido enterando de que si atendidos en urgencias, que en teoría tienen obligación de hacerlo, deben firmar un papel con el compromiso de que, después, pagarán un tanto establecido, y no siempre se trata de una cifra de poca monta.
3) Los que he llamado huelguistas, para simplificar, pero me refiero a todos los muchísimos descontentos e indignados que un día podrán ser alcanzados por el proyecto de ley de “Seguridad ciudadana” (como si los que protestan no fueran ciudadanos, y esa categoría se reservara solo para los que no necesitan salir a la calle para gritar sus derechos, ya muy bien protegidos y defendidos por un Gobierno compadrado con las clases altas y los empresarios más poderosos de nuestro país), que casi nos retrotrae a épocas franquistas, colocando de una tacada inicua a una buena parte de la ciudadanía, crítica e incómoda, pero que paga sus impuestos y colabora en la Seguridad Social, a punto de ser amenazados con el Derecho Penal, por comportamientos que deberían ser no solo protegidos por la autoridad, sino fomentados, para ir consiguiendo una ciudadanía madura democráticamente. Pero, ¿les interesa, de verdad, la Democracia a nuestros gobernantes?
Estos tres colectivos, entre los que se encuentran muchos fieles, ovejas del rebaño de los pastores de la Iglesia, están seriamente amenazados no ya en su dignidad, pisoteada y conculcada por un Estado insensible al dolor y la tragedia de su pueblo, preocupado solo por sacar buena nota en el Aula Magna de los mercados, en la prima de riesgo, y en los indicadores de la Bolsa; sino también amenazados en su integridad física, en su salud, todavía más que en su bienestar, al que tienen tanto derecho como los ciudadanos de primera. ¿O no amenaza al integridad física el hambre, la desnutrición de la infancia, el abandono de los dependientes, el copago sanitario que provoca la desatención médica y farmacéutica de tantos pacientes?
Para todos ellos pido, desde este humilde blog, auxilio, preocupación y responsabilidad a los obispos. Pues el Señor Jesús no solo se preocupó de las almas, esas realidades fantasmales, carentes de sentido y existencia sin su acomodo en un cuerpo. Y así vemos en el evangelio de hoy, miércoles de la 22ª semana del tiempo ordinario, como Jesús se preocupa de la gente; “Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando… Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: “También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. (Mt 4, 40.42-43) Para Jesús, en el anuncio del Reino también entraba la preocupación por la salud, la dignidad y el bienestar de sus seguidores.

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