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Enviado a la página web de Redes Cristianas
Artículo del Blog “El Areópago”.
Nunca había leído nada, ni siquiera había visto este nombre escrito en ningún lugar. De pronto, en “Redes Cristianas”, un portal cristiano en español, en el que publico con frecuencia los artículos que elijo para ello, he visto un artículo firmado por este autor, y me ha llamado la atención. El artículo se titula ¿Por qué un Papa Suramericano canoniza a un Papa anticomunista?…, y el autor al que me refiero es Ollantay Itzamná, nombre en el que se esconde un grupo, una corriente de pensamiento fundada, justamente, sobre el drama inca, o neo-español, o inca-neo-español, que todas esas hipótesis se barajan, de Ollantay . en mi ignorancia supuse, en un primer momento, que se trataba de un autor fuertemente crítico, pero es mucho más. Es todo un movimiento del altiplano, con referencias claras y diáfanas en Bolivia, y otros países del centro de Sudamérica. Y el artículo en cuestión me ha impactado.
Procuraré resumirlo brevemente. Se trata de la defensa de una idea francamente corriente entre los adeptos de la Teología de la Liberación. Aunque sin citarlo, se aprovechan de la tesis del gran historiador inglés Arnold Toynbee, quien afirma que a toda civilización universal, (él solo encuentra 21, ni una más ni una menos, en la Historia de la humanidad), corresponde un imperio universal, y una religión universal. En el caso del Imperio Romano está meridianamente claro: civilización universal,-el pensamiento griego-; imperio universal, -el imperio romano-; religión universal, -el cristianismo-. Y eso sucede así porque, además, las civilizaciones tienen un período de formación, otro de crecimiento, y otro de “ocaso” o decadencia, hasta que, por fin, desaparece.
El artículo que comento trae un ejemplo muy inteligentemente propuesto: el imperio universal romano da un golpe de timón, con Constantino, para poder perpetuarse durante muchos más años con el escudo del cristianismo. Y, efectivamente, fue así. Con la bromita de que en Roma no cabían dos soles, Constantino consiguió, llevando la capitalidad del Imperio a oriente, a la ciudad que él mismo creó, Constantinopla, que Roma, y su corte celestial, parara los envites de los bárbaros, -la imagen de Atila besando el pie de León Magno es significativa-, y aunque su fin, del imperio de Occidente, sucedió en 476 con Odoacro, la caída del Imperio Romano oriental, o bizantino, aguantó hasta el año 1454, casi mil años más.
Pues mira por dónde, este grupo crítico sudamericano, que podemos traducir por “rebelión”, porque ellos mismos lo insinúan, ven en la canonización del domingo pasado, de los dos papas, una estrategia parecida a la de Constantino: igual que éste se alió, y fusionó, con el Cristianismo para formar el tándem civilización universal-imperio universal, el capitalismo liberal se ha aliado, hace ya tiempo, pero lo va refrendando con gestos como el del otro día, para que quede bien claro cuál es la alianza más significativa de poder, en el mundo occidental. Al pobre Juan XIII ya lo beatificaron con Pío ÎX, el papa más retrógrado y menos respetuoso de los derecho humanos de que se tiene constancia; es decir, lo aprovecharon como una especie de telonero de lujo y de peso, pues nadie iba a dudar del papa bueno. Y ahora lo han canonizado con un papa visceralmente anticomunista, aliado, sin ninguna duda, con el capitalismo internacional. No hay más que escuchar la frase del entonces Presidente de los EEUU., Ronald Reagan (en una guerra abierta contra el comunismo), que se refirió al Papa Juan Pablo II: “Él es mi mejor amigo. Uds. saben que yo soy protestante y él es católico, pero es mi mejor amigo”. Como parece que otros de los mejores fueron Augusto Pinochet, o Marcial Maciel, y una larga lista.
Hace tiempo que dudo entre ser fiel a mis impulsos por decir y expresar lo que creo que es la verdad, o tratar con discreción y suavidad las actuaciones de nuestros prelados más eximios, incluso papas, movido por esa educación super respetuosa con la que nos relacionaron con el sentimiento del papado, como garante de la seguridad y la lealtad de la Iglesia a las enseñanzas de Jesús. Pero esta idea se me ha caído como un castillo de naipes, frágiles e infantilmente coloristas. Es del todo cierto, y comprobado hasta la evidencia, que durante siglos la actuación de la mayoría de los papas no ha respondido a criterios evangélicos, sino a parámetros de poder, tanto religioso, como político, como social y económico. Es decir, algo frontalmente antievangélico. No solo alejado de él, como algunos dulcemente excusan, sino, como he dicho “frontalmente opuesto a su mensaje y a la Buena Nueva del Reino”.
Sé, y me consta, ¡nos consta!, que Francisco es un papa que quiere ser evangélico, aliado con los pobres de este mundo, clamando contra la injusticia rampante y escandalosa que mata a miles de niños de hambre todos los días, etc, etc. Pero esta tarea, gigantesca, no la podrá ni siquiera abordar de inicio, si antes no cambia, radicalmente, la estructura no ya de la Curia Vaticana, o del IOR, o de las congregaciones romanas, o de los nuncios, sino del Papado en sí mismo. Y, para eso, habrá que decir, valientemente, que no es, ni puede ser , ni lo fue, una institución querida y creada por Jesús. Mientras no se dé esta corrección fundamental, los papas, por mucha y mejor intención que tengan, no conseguirán sacar a la Iglesia del marasmo al que se ve abocada.
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