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viernes, 28 de marzo de 2014

Da para una reflexión Gabriel Mª Otalora


Enviado a la página web de Redes Cristianas
El 8 de marzo desapareció el Boeing 777-200 del vuelo MH3700, que despegó de Kuala Lumpur a las 00.41 hora local (16.41 GMT del viernes) con hora prevista de llegada a Pekín seis horas más tarde, perdió contacto con la torre de control de la capital indonesia a las 02.40 hora local del sábado, según informó la aerolínea. A partir de ese momento, las agencias de noticias y toda la prensa -televisión, radio y periódicos- le han dedicado titulares diarios a esta noticia. En el avión viajaban 227 personas con la tripulación incluida. Y además, al día siguiente de la desaparición, 50 barcos y XX helicópteros se movilizaron para un improbable rescate de personas vivas.
Lo importante en este caso no es si la causa fue una acción terrorista o un accidente de aviación. Lo que me llama la atención poderosamente es que por un accidente de 227 personas se movilizan las grandes cadenas de información y posteriormente varios países con sus satélites y unidades militares navales y aéreas mientras que por la muerte violenta en masa de varios miles de personas a manos de otros seres humanos, o incluso de centenares de miles por hambrunas injustas y pogromos que hacen sonrojar a la especie humana, la información de los medios de comunicación sea tan desproporcionada. De lo segundo, casi nada. Del accidente en cuestión continuamos recibiendo información diaria. No digamos si el incidente del avión hubiese sido en Europa y, más todavía si los pasajeros fuesen de nuestros colores nacionales.
Vaya por delante que entiendo perfectamente la lógica del efecto cercanía en los sucesos aceptando como regla universal que nos impacte más la muerte de una vecina de escalera que una matanza en cualquier país de Africa. Pero la reflexión se impone cuando los medios de comunicación utilizan baremos de medir noticias tan desproporcionalmente exagerados (aunque son las agencias de noticias las que primero seleccionan, a su manera e interés, las noticias que sirven a sus medios). No seré yo quien tenga que decir a un profesional de la información lo que tiene que contar pero sí debo preguntarme y lanzar la pregunta a ellos y a los receptores de noticias -que somos todos- por qué se producen estas diferencias. Porque en el caso de las violencias e injusticias que afligen a millones de personas, en demasiados casos ni nos enteramos.
Pongo un ejemplo que no nos estamos enterando siquiera de su existencia: se estima de que unos cien millones de cristianos sufren persecuciones y varias docenas de miles mueren cada año por causa de su fe en una larga lista de países encabezada por Corea del Norte, Arabia Saudita (sí, los amigos de Juan Carlos I), Afganistán, Iraq, Somalia, Maldivas, Malí, Irán… Cuando en Darfur (Sudán) sufren un genocidio y 2,5 millones engordan la lista de desplazados, la noticia no es informar una vez asépticamente sino el que se mantenga la terrible situación a lo largo del tiempo para tantísimas personas sin que nadie haga nada por remediarlo.
Y por supuesto que no se movilizan recursos equivalentes al despliegue aeronaval que trata de encontrar a supervivientes del avión desaparecido al salir de Malasia.
Esta realidad tan injusta que oculta grandes tragedias multitudinarias a través del silencio informativo se repite a lo largo del tiempo y del Planeta, con muchos millones de personas afectadas. Creo que da para una reflexión y al menos una pregunta: ¿Nos ofrecen los programas e informaciones que realmente quisiéramos o las grandes cadenas de comunicación nos imponen una información degradante, logrando que nos anestesiemos? Yo no contestaría con la rotundidad con la que he respondido en un primer momento. No creo que el mal esté enteramente en una sola parte. La responsabilidad del que ve y escucha no es, no debería ser, tan pasiva. Pero vaya si lo es. Y también con este dato informan las agencias de noticias.

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