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domingo, 9 de marzo de 2014

Carta abierta a un presidente saliente: cardenal Rouco

Enviado a la página web de Redes Cristianas
Esta carta abierta dirigida al cardenal Rouco Varela, aunque en realidad busca destinatarios también en los que piensan y sienten como él. Su objetivo es suscitar una reflexión crítica entre quienes ocupan el pensamiento de la Iglesia institución que nos ha gobernado muchos años leyendo el evangelio de manera sui generis. No pretende ser una carta acusatoria porque bastante escasos estamos todos de misericordia; pero sí un recordatorio de que el rumbo que este presidente cardenal ha impuesto a la iglesia, a mi entender no es un modelo evangélico. Por motivos de espacio, me centraré en tres asuntos sintomáticos que no hay que repetir cuando se actúa como pastor de Cristo.
A – Crisis económica. Ha sido frecuente escucharle, cardenal, que la Iglesia no debe meterse en política. Sin embargo, es evidente la contradicción que veo cuando la CEE episcopal se ha referido a los temas de familia y sexualidad, sin dudar en manifestarse hasta en la calle; y comparo con su actitud ante la grave crisis financiera que padecemos. Ni rastro aquí de la denuncia profética. Al contrario; usted nos llegó a someter a la prueba del desconcierto máximo cuando se presentó públicamente presidiendo la Fundación “Madrid Vivo” para “contribuir a que la capital de España sea la ciudad de los valores, más allá del materialismo economicista”, pero en compañía de los presidentes de la CEOE, Banco Santander, BBVA, La Caixa, Abengoa, la COPE; Radio Intereconomía, etc., cuando sabe perfectamente que estas instituciones representan y mantienen unos “dogmas” económicos y unas prácticas financieras que están en el origen de la crisis además de que no tienen en cuenta -todo lo contrario- las orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia.
Si viviera Hélder Cámara, le recordaría lo que decía sobre sus perseguidores: si ayudo a los pobres me llaman santo, pero si denuncio su indigencia me llaman comunista.
B – Temas sexuales. Escuchándole a usted y a los suyos en estos temas, me recuerdan a quienes llevaron a la mujer adúltera ante el Maestro. Creo que no hemos sido llamados a ser acusadores sino testigos de una buena noticia, la mejor de todas: Dios es amor para todos, misericordia transformadora sin exclusión y sin licencia para atacar a todo lo que nos disgusta; de lo contrario, espantamos a las ovejas mientras nuestra imagen y la de lo que representamos se asemeja a la de los lobos.
Lo mismo podemos señalar sobre el derecho a la vida. Usted es particularmente rotundo calificando al aborto de asesinato; no ha contemplado el derecho a la vida desde el impulso de la relación entre fe y ciencia. Defendamos la vida en su totalidad: no solo la vida del feto, sino también y con la misma rotundidad la de los recién nacidos que mueren de hambre por la injusticia estructural, las guerras y las pandemias. Y repudiemos la pena de muerte. Si denunciamos, hagámoslo frente a cualquier iniquidad contra toda vida, incluido el pecado causante de muchas más muertes que el aborto; contra el derecho a matar al feto y contra las muertes insoportables de tantísimos recién nacidos; contra los que cosifican al ser humano por intereses económicos. Y hagámoslo con amor. De lo contrario, cardenal, es lógico que la imagen que demos sea más de condenación que de salvación; porque entonces desaparece todo el referente a una buena noticia.
C – Memoria histórica. La Iglesia católica española oficial sigue teniendo como asignatura pendiente el aggiornamiento de su participación entusiasta y activa en la dictadura del general Franco. Se llegó hasta amenazar con la excomunión a quienes no secundasen el infausto Alzamiento armado, ilegítimo e ilegal. Es otra variante de la Iglesia de Cristo entrando en política, de la peor forma posible.
Ni una condena, ni un gesto de perdón por haber mantenido un régimen dictatorial amparado a través del nacional catolicismo. Nada de revisiones sobre el papel tan activo de la iglesia con el franquismo. Sin embargo, la postura de la Conferencia Episcopal que usted ha presidido como un príncipe de la Iglesia, no ha dejado pasar la ocasión de manifestarse como firme defensora de la nación española como un elemento clave de evangelización mezclando la moral cristiana con este sentimiento tan legítimo pero tan político. Y ha ensalzado a mártires de “solo un lado”.
Concluyo, monseñor. Esta Conferencia Episcopal necesita de mucha autocrítica y dar ejemplo: los “malos” no se han confabulado contra la Iglesia, porque les va muy bien, y a la vista está. Alguna responsabilidad tendrá la cobardía enmascarada tras tantas falsas prudencias y condenas inmisericordes.
Aunque lo que más me preocupa, y de ahí esta carta, es que la jerarquía que usted ha presidido no se ha distinguido por irradiar amor. No ha sido amor lo que ha transmitido, por ejemplo, su fiel secretario general Martínez Camino como portavoz de todos sus miembros, tan alejado él (sus conductas) de aquellos primeros discípulos imbuidos por el Espíritu Santo que irradiaban amor y alegría a raudales. Todo, las escrituras y la tradición, estaban al servicio de la Buena Noticia: Dios Amor ente nosotros.
Larga vida le deseo, cardenal, pero aprovéchela en actitud de conversión. Que tantos años ejercitando el poder puro y duro, le habrá secado la fuente de la que mana toda actitud de servicio. Afortunadamente con Francisco, otro rumbo parece posible. Laus Deo.

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