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miércoles, 21 de agosto de 2013

Misas de domingo, comulgar con ruedas de molino Cadarso

Recordemos que Juan Luis Herrero del Pozo empezó su nueva etapa de teología madura a partir de una reflexión realista sobre cómo se celebra hoy la cena del Señor.
La sencilla reflexión de Honorio tiene mucha metralla dentro.

Pido perdón por este desahogo, pero me parece oportuno contaros mis vivencias en torno a las misas dominicales a las que asisto regularmente, más que nada porque me siento parte del pueblo de Dios, y porque pienso que las personas nos tenemos que salvar como comunidad y actuar y vivir en la misma comunión en que vivieron y actuaron los israelitas cuando salieron de Egipto y en los cuarenta años de errar por el desierto.
Y voy por el escenario y los personajes. El cura viste a lo medieval o renacentista, no sé. Le asisten como “fámulas” o “sirvientas” dos o tres mujeres que le suplen en los trabajos de trabajar: servir vinajeras, encender las velas, leer comentarios, dirigir cantares, leer los avisos. Vestidas de calle, normales, de esta época…
Y va el cura y habla, suelta su discurso mientras los de abajo oímos, o dormitamos, o cuchicheamos. Y hace su lectura de evangelios y otros libros santos el 90% de los casos, con una interpretación de lo leído en clave de salvación individual, en clave de que caminamos hacia lo que nos espera más allá de la muerte, nada de reflexiones sobre los quehaceres de construcción del Reino de Dios aquí y ahora; de nuestra alma, nada del cuerpo; de caridad y limosna (ah! ese Día del Amor fraterna que se ha rebajado hasta hacerlo Día de Cáritas, de esa Cáritas de la que habla Dri en otro lugar…).
Y van las oraciones que marca la liturgia del domingo y se mantienen inalterables en la misma clave: salvación individual, salvación del alma, el más allá de la muerte como esperanza y objetivo y destino absoluto, El Pueblo de Dios como ausente de honor, eterno ausente de honor, mero espectador, rebaño en silencio, incapaz hasta de balar…Y luego pedimos por el Papa, los obispos, el clero, los y las religiosas…y por los gobernantes, por esos gobernantes que han alcanzado el poder mediante un sistema electoral viciado, y gobiernan al dictado de los mercados…
En estas estamos. El casi cien por cien de los creyentes se alimenta exclusivamente de ese encuentro con Jesús y con la comunidad de creyentes que se produce cada domingo, y contempla casi inmutable y en clave de cine mudo los mismos gestos, se le da la misma teología-filosofía de la vida y del evangelio, la misma versión del rol de la mujer, la misma obsesión del más allá y el pasar olímpicamente del más acá…
Digo mal, ha habido pequeños retoques desde el Vaticano II: otros textos con otra música, sustitución del latín por lenguas actuales.
Debo reconocer también que se nos exhorta a practicar las virtudes cristianas: caridad, ayuda mutua, castidad, todos los diez mandamientos. Y doctrina social de la iglesia un poco con cuentagotas. Pero desde luego de moral cívica, de respeto y defensa de la convivencia ciudadana, de participación en la vida política, sindical, en todo lo comunitario, casi cero. Al parecer eso no forma parte del decálogo de la Iglesia católica actualmente en vigor, o es totalmente accesorio y aleatorio.
Y luego como telón de fondo altares-retablos cargados de oro de la época de los conquistadores, los Pizarro, Hernán Cortés y demás…iba a decir carroñeros. Todo el oro de racimos, angelotes, columnas barrocas y demás adornos iluminada con potentes focos, para que todos nos demos cuenta de que “dios” se merece eso y mucho más.
Y por supuesto el lenguaje del predicador de lo más “fisno”, selecto y literario que uno podría echarse a la cara.
Bueno, hay sus matices y variantes. Si voy a la parroquia, el párroco se expresa en unos términos más o menos a tono con el lenguaje del Vaticano II, nos nutre con músicas y textos musicales de los salmos y modernos, nos sirve algunas frases intercaladas en euskera y casi todo en castellano, habida cuenta de que unos somos castellano-parlantes y otros euskaldunes. Pero si voy a la misa de un convento de frailes, es como retroceder dos siglos atrás: música de antes de Franco, todo en euskera, o casi todo, órgano con organista profesional, vozarrones de aldeanos atronadores, teología preconciliar y…
Y yo voy aquí y allá cantando para mis adentros: Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal… A lo mejor va a resultar que el verdadero sacerdote de estas misas es el pueblo, y que el cura que se arroga el poder de presidir, hablar y hacer, ha usurpado el papel sacerdotal del pueblo silencioso.
Las mujeres harían bien en replantearse si vale la pena reivindicar el acceso a “este” sacerdocio que disfrutamos o padecemos en estos momentos.
Y que Dios me perdone las posibles herejías de este texto.
Y luego, para remate, cuando vuelvo a casa y me encuentro con mi compañera que no practica, matemática, la misma pregunta-indirecta- sorna: “¿Qué ya vienes santo del todo?”

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