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viernes, 28 de junio de 2013

JOSE ANTONIO PAGOLA 30 JUNIO 2013


INVIERNO EN LA IGLESIA

Tú vete a anunciar el Reino de Dios Lc 9, 51-62

 

En los últimos años de su vida, el célebre teólogo K. Rahner decía que en Europa la fe se halla en «tiempo invernal». Luego han sido varios los teólogos europeos que han usado la misma metáfora para describir el momento actual de la Iglesia. Se trata, sin duda, de una expresión dura, pero que viene sugerida por algunos indicios graves. Sólo señalaré los que se apunta con más fuerza.
Bastantes cristianos se sienten sacudidos en su misma identidad. No están seguros de ser creyentes. Tampoco aciertan a comunicarse con Dios. La teólogo I.F. Gorres hablaba hace unos años de la «secreta increencia» que crece en el interior mismo de la Iglesia. Por otra parte, no parece que las Iglesias estén consiguiendo transmitir la fe a las nuevas generaciones.
Otro dato importante es la pérdida de credibilidad del cristianismo. La Iglesia ya no despierta la confianza de hace unos años. Su palabra, muchas veces autoritaria y exigente, no tiene el peso moral de otros tiempos. La autoridad religiosa viene cuestionada hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia. Al cristianismo se le piden hechos y no discursos.
Además, «lo cristiano» parece cada vez más irrelevante socialmente. El teólogo de Tubinga, N. Greinacher acaba de afirmar que «la Iglesia se está convirtiendo cada vez más en un fenómeno marginal de nuestra sociedad». En algunos ambientes, su actuación ni siquiera es considerada digna de discusión o de crítica.
La imagen de K Rahner encerraba, sin embargo, un sentido más hondo que el de la «rigidez hibernal». En cada invierno se anuncia ya la primavera y, bajo los campos helados, la vida se prepara para un nuevo renacer. Pero, nada importante nace de forma fácil. El mismo Rahner pedía, en primer lugar, radicalidad, retorno a las raíces espirituales. «Es difícil saber de qué modo y con qué medios hacerlo, pero si el cristianismo estuviera marcado por la radicalidad, surgiría la primavera en la Iglesia.» Hoy no tenemos santos entre nosotros o, tal vez, ni somos capaces de reconocerlos. Este es nuestro primer problema.
Además, la Iglesia ha de acercarse al dolor del ser humano actual, a su vacío interior, a su impotencia para encontrarse con Dios. Para nadie es fácil creer. Y la Iglesia tiene que desprenderse de falsas seguridades para acompañar a los hombres y mujeres de hoy en la búsqueda de sentido y esperanza. El «restauracionismo» sólo conduce a peligrosos atascos de endurecimiento y crispación. Lo que necesitamos es conversión personal y colectiva al Dios vivo de Jesucristo.
Tal vez ha llegado el momento en que la Iglesia, olvidando cuestiones secundarias, ha de escuchar la llamada de Jesús:«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.»


¿HACIA DÓNDE? 
Es muy difícil que una persona haga el recorrido de su vida sin preguntarse nunca por el sentido de su existencia. Por muy monótona y rutinaria que sea su vida, tarde o temprano terminará por escuchar las preguntas que lleva en el fondo de su ser:«¿de dónde vengo?», «¿a dónde voy?», «¿qué me espera?», «¿qué sentido tiene todo?»
Estas preguntas pueden brotar en momentos de crisis y desgracia o en las horas de gozo más intenso. Le pueden sorprender durante el silencio de la noche o en el bullicio de una fiesta. Se las plantea el esposo feliz rodeado de su esposa e hijos, y el vagabundo que camina solitario por las calles. La mujer que sufre en la cama de un hospital y la que se broncea al sol en una playa de moda.
Es inútil que algunos filósofos nos digan que «no tiene sentido buscar sentido a la vida» (J. Sádaba). El ser humano quiere saber de dónde viene y a dónde va. En este milenio se seguirán haciendo las mismas preguntas que en milenios anteriores, pues la cuestión del sentido de la vida no es un entretenimiento para personas desocupadas, sino un asunto en el que «nos va la vida».
Por eso es tan grave que el hombre moderno se vaya quedando sin Dios y sin nada que pueda dar coherencia y sentido, fundamento y finalidad a la vida. Ya no se aceptan verdades ni metas absolutas. Hay que aprender -se dice- a vivir sin un sentido último. Según el filósofo de Turín, Gianni Váttimo, la tarea actual de la filosofía ha de ser «enseñar a vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte».
Pero, ¿cómo vivir sin dirigirse a ninguna parte?, ¿qué le espera al ser humano si ya no sabe cuándo progresa y cuándo retrocede, cuándo construye y cuándo se destruye? El ser humano de hoy no parece sentir necesidad de una «salvación religiosa» del pecado y de la muerte, pero necesita ser salvado del nihilismo y el sinsentido que parece invadirlo todo. (evangelio)
Tarde o temprano, el verdadero creyente se sitúa ante Cristo con este tipo de preguntas: ¿qué es para Jesús vivir?, ¿cómo entiende la vida?, ¿dónde está el secreto de su estilo de vivir? No lo hace para encontrar recetas con las que resolver problemas concretos de su vida, sino para orientar y dar sentido a su existencia entera. Es más tarde cuando, atraído por la vida de Jesús, dice convencido: «Te seguiré a donde vayas.»

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