FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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viernes, 17 de mayo de 2013

JOSÉ ANTONIO PAGOLA 19 MAYO 2013



Vivimos en una sociedad donde quizás lo más significativo sea su carácter paradójico y hasta contradictorio.
Hemos aprendido a prolongar la vida con toda clase de técnicas, pero no acertamos luego a darle un contenido y un sentido satisfactorio.
Hemos logrado elevar el nivel de bienestar pero son cada día más los que experimentan una sensación difusa de vacío y malestar.
Se han multiplicado nuestras relaciones y contactos a través de toda clase de medios de comunicación y, sin embargo, crece la experiencia de aislamiento y soledad de muchas personas.
Nuestra sociedad está cada vez más poblada de gentes solitarias que buscan desesperadamente amarse, sin conseguirlo.
Hemos aplicado la racionalidad y la técnica a todos los sectores de la vida, pero crece en el mundo lo irracional, la explotación absurda, la violencia y la destrucción.
Movidos por el ansia de tener, acumulamos cosas y «poseemos» personas, pero experimentamos que no es el camino acertado para alcanzar la plenitud.
El hombre contemporáneo está pidiendo a gritos una vida nueva. La humanidad actual tiene «una cabeza demasiado grande para su alma». Necesitamos un aliento nuevo para humanizar nuestro progreso. Un alma nueva capaz de vivificar nuestra existencia.
Y no se trata de pensar en una revolución socio-política ni de derechas ni de izquierdas. Lo que necesitamos es una transformación radical de actitud.
«Una de las condiciones preliminares de la revolución es un cambio radical de la conciencia. El problema central para mí es el saber cómo se puede obtener este cambio radical de los hombres antes del cambio revolucionario de las instituciones de base social y política».
Los creyentes no nos sentimos huérfanos ante tal empresa. Creemos en el Espíritu como proximidad personal de Dios a los hombres y como fuerza, energía, luz y poder de gracia para orientar nuestra historia hacia adelante, hacia su consumación final.
Lo que necesitamos es acrecentar nuestra sensibilidad ante el Espíritu y acoger responsablemente la acción de Dios que, desde el fondo de la vida y lo mejor de nuestro ser, nos llama a caminar desde la hostilidad a la hospitalidad, desde el aislamiento egoísta hacia la fraternidad, del acumular para tener a la plenitud de ser.(LEER EVANGELIO)
Como dijo Juan Pablo II en Hiroshima, la vida de este planeta depende de «un único factor: la humanidad debe hacer una verdadera revolución moral».
Pero esta revolución no se hará si no escuchamos con cuidado y amor la acción profunda del Espíritu de Dios en Nosotros. «Lo que sucede en la profundidad de nuestro ser es digno de todo nuestro amor».

                 

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