Este ha sido siempre, en realidad, el propósito de la teología de la liberación. Primero viene la liberación concreta del hambre, de la miseria y la degradación moral y de la ruptura con Dios. Esta realidad pertenece a los bienes del Reino de Dios y estaba en los propósitos de Jesús. Después, viene en segundo lugar la reflexión sobre el hecho real: en qué medida se realiza ahí anticipadamente el Reino de Dios y en qué medida el cristianismo, con el capital espiritual heredado de Jesús, puede colaborar, junto con otros grupos humanitarios, en esta liberación necesaria.
Esta reflexión posterior, llamada teología, puede existir o no existir. Lo decisivo es que ocurra de verdad la liberación. Siempre habrá espíritus atentos al grito de los oprimidos y de la Tierra devastada que se preguntarán: con lo que hemos aprendido de Jesús, de los Apóstoles y de la doctrina cristiana de tantos siglos, ¿cómo podemos aportar nuestra contribución al proceso de liberación? Fue lo que realizó toda una generación de teólogos y teólogas, de laicas y laicos comprometidos, de religiosos y religiosas, de obispos y sacerdotes de los años 60 del siglo pasado, y que continúa hasta nuestros días, porque los pobres no cesan de aumentar y su grito es ya un clamor.
Pues bien, el Papa Francisco hizo esta opción por los pobres, vivió y vive pobremente en solidaridad con ellos y dijo claramente en una de sus primeras intervenciones: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. En este sentido, el Papa Francisco está llevando a cabo la intuición primordial de la Teología de la Liberación y secundando su marca registrada: la opción preferencial por los pobres, contra la pobreza y a favor de la vida y la justicia.
Esta opción no es para él solamente un discurso, sino una opción de vida y de espiritualidad. A causa de los pobres ha caído en desgracia ante la presidenta Cristina Kirchner, pues pidió a su gobierno un mayor compromiso político para superar los problemas sociales -analíticamente se llaman desigualdades-, que éticamente representan injusticias y teológicamente son un pecado social que afecta directamente al Dios vivo, que bíblicamente ha mostrado estar siempre del lado de los que tienen menos vida y son los pobres y los que sufren injusticia.
En 1990 Argentina tenía un 4% de personas pobres. Hoy en día, debido a la voracidad del capital nacional e internacional, ascienden a un 30%. Estos no son sólo números. Para una persona sensible y espiritual como el Papa Francisco representa un viacrucis de sufrimiento, lágrimas de niños hambrientos y desesperación de padres sin trabajo. Esto me recuerda una frase que Dostoievski escribió una vez: «Todo el progreso del mundo no vale el llanto de un niño hambriento».
Esta pobreza, ha insistido con firmeza Papa Francisco, no se supera mediante el asistencialismo, sino a través de políticas públicas de los gobiernos que devuelvan dignidad a los oprimidos y los hagan ciudadanos autónomos y participativos.
No es importante que el Papa Francisco no use el término «teología de la liberación». Lo importante es que hable y actúe de manera liberadora.
Es hasta bueno que el Papa no se afilie a un cierto tipo de teología, como la de la liberación o cualquier otra. Lo mismo hicieron sus dos predecesores con las teologías que estaban en sus cabezas y se presentaban como expresiones del magisterio papal.
Saben los teólogos e historiadores que la categoría “magisterio” atribuida a los Papas es una creación reciente. Comenzó a ser empleada por los Papas Gregorio XVI (1765-1846) y Pío X (1835-1914) y se volvió común con Pío XII (1876-1958). Antes el “magisterio” estaba formado por doctores en teología y no por los obispos y el Papa. Estos son maestros de la fe. Los teólogos son maestros de la comprensión de la fe. Por lo tanto, a los obispos y los papas no les toca hacer teología sino testimoniar oficialmente y cuidar la fe cristiana con celo. A los teólogos y teólogas cabe profundizar este testimonio con las herramientas intelectuales que ofrece la cultura presente. Cuando un Papa empieza a hacer teología, como ha sucedido recientemente, se crea una gran confusión en la Iglesia, se pierde la libertad de investigación y se corta el diálogo con otros saberes del mundo.
Gracias a Dios que el Papa Francisco se presenta explícitamente como pastor y no como doctor y teólogo, aunque fuera de la liberación. Así es más libre para hablar a partir del evangelio, de su inteligencia emocional y espiritual, con el corazón abierto y sensible, en sintonía con el mundo de hoy globalizado. Papa Francisco, ponga la teología en tono menor para que en tono mayor resuene la liberación: consuelo para los oprimidos y llamamiento a la conciencia de los poderosos. Por tanto, menos teología y más libertad.
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