FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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domingo, 28 de abril de 2013

Carta abierta al Papa Francisco Ramón Alario.

Querido hermano mayor en la fe.
Me ha producido una alegría profunda la valentía de tus primeras intervenciones como obispo de Roma. Han contrastado esperanzadoramente con ese mundo rancio, antiguo, folclórico, que rodea los cónclaves. Tus gestos -normales, pero chocantes- sonaban a otra forma de entender la vida y la fe: vestimenta más sencilla, cruz menos ostentosa, pagar tus gastos, rehuir las frías dependencias papales. También, las noticias sobre tu forma de vida en Argentina, tu austeridad, tu afición al metro y al colectivo.
Gracias de corazón por esos inicios. Es verdad que se trata sólo de unos gestos. Pero te los agradecemos. Son una puerta a la esperanza, en una iglesia tan saturada de miedos, condenas y prohibiciones, tan poco sorpresiva. Son como un aliento de vida.
Ahora empieza lo más duro. Y te va a costar actuar con esa libertad y sencillez. Ánimo: es mucho lo que queda por hacer; y profunda y rancia, la situación de crisis de nuestra iglesia. No va a ser fácil continuar con otras decisiones del mismo estilo cuando abordes temas de mayor calado. Pero vas a contar con un ambiente deseoso de cambios: tal vez más favorable entre la gente de la calle que en el seno de círculos eclesiásticos. Muchas personas de buena voluntad, están pendientes de ello y desean que no te falte el coraje para profundizar en la senda abierta. Nos has contagiado esperanza.
Desde la fe en Jesús que compartimos y dada la responsabilidad que has tenido la valentía de asumir, me atrevo a plantearte ciertas inquietudes y deseos. Con diferentes formulaciones, podrían ser suscritos por mucha gente. Tómalos como lo que son: el desahogo de un creyente, una especie de plegaria al Padre; la expresión de unos deseos de reencuentro con lo que siento como vetas fundamentales del Evangelio.
- Avanza en la línea que has apuntado: el Espíritu habita en todos los seres humanos y en todos los creyentes. No ejerzas tu ministerio desde la conciencia de un poder absoluto sacralizado y personalizado: no tiene base teológica ni cabida en un mundo como el que vivimos. No acometas tú solo los cambios o giros de timón necesarios; trata de implicarnos a todos en el descubrimiento y respuesta a los signos de los tiempos; e ilusiónate en las sendas que otros creyentes van abriendo. Lucha con todas tus fuerzas contra la creación de un nuevo mito en torno a tu persona: no más papolatrías ni cultos a la personalidad… Y, por supuesto, no dejes que tu pontificado sea instrumentalizado para que unos u otros grupos de la iglesia sigan ejerciendo su hegemonía o pretendan cobrarse de situaciones anteriores desfavorables: no es tiempo de venganzas ni de ajuste de cuentas; sino de construcción fraterna y adulta de una unidad abierta a todos.
- Ayúdanos a redescubrir lo fundamental de nuestra fe, más allá de códigos, ortodoxias, leyes y tradiciones piadosas: el espíritu de Jesús, su pasión por el ser humano, su compromiso e ilusión por la justicia y la paz, su cercanía y misericordia con los más necesitados. Éste es nuestro distintivo. Cada persona, cada comunidad podrá tener sus carismas o peculiaridades propias; sólo esa pasión por el Jesús del Evangelio nos define como seguidores de su mensaje. Por tanto, fuera toda exclusión, toda descalificación de quienes no piensan como nosotros. En la casa del Padre hay muchas moradas y el Espíritu de Dios sopla de las formas más insospechadas e incontrolables. Sólo el servicio a los que más sufren, a los desheredados, a los que subsisten en las cunetas de nuestra sociedad -la opción preferencial por los pobres y a su lado- dará legitimidad a nuestras vidas y a las de nuestras comunidades. El resto es secundario. Y tendríamos que comenzar por dar la bienvenida fraterna a todos aquellos a los que hemos hecho tan difícil sentirse a gusto dentro de nuestras comunidades…
- Como obispo de Roma llegado de los confines, de las afueras, eres consciente de la urgencia por restar importancia a Roma, al Vaticano, a la curia, a la cúpula organizativa de nuestra iglesia; es más, de la necesidad de relativizar nuestra misma iglesia. La comunidad de creyentes es mucho más que los obispos, que el clero, que el Vaticano; el Reino de Dios no se circunscribe a la iglesia; el Pueblo de Dios no se acaba en los registros de bautizados; las iglesias locales no son franquicias de una multinacional religiosa… Estas convicciones convertidas en ejes de actuación son el camino hacia la legítima mayoría de edad de los hijos e hijas de Dios, todos ellos corresponsables de la unidad profunda de la fe.
Son estas tres características cambios de rumbo para recobrar entre todos el proyecto de Jesús, para superar esta situación de crisis y de pérdida de sentido por la que atraviesa nuestra iglesia. Son sendas por las que ya transitan muchos creyentes y pastores: sólo falta que también quienes asumís la tarea de animar y coordinar desde la unidad al Pueblo de Dios en búsqueda, hagáis de estos principios vuestra apuesta.
Desde ese nuevo compromiso liderado por el obispo de Roma y compartido por las diversas iglesias locales, podríamos ir avanzando en importantes retos pendientes, para que la iglesia de Jesús pueda ser sal y luz en nuestro mundo y actuar como fermento, como sacramento en nuestra sociedad; y, así, no quedar convertida en un vestigio del pasado, poco o nada significativo para los hombres y mujeres de hoy.
- Cómo ubicarnos en el mundo moderno, recuperando una credibilidad profundamente dañada. Para ello, sería preciso evitar y renunciar a antiguas situaciones de privilegio, suscribir y cumplir todos los acuerdos de derechos humanos, sumarse a las iniciativas a favor de la paz y la justicia y contra el deterioro del medio ambiente. Sin pretensiones de liderar, pero con el compromiso de colaborar con todas las iniciativas a favor de la Tierra y del ser humano, sea quien sea el que las promueva.
- Cómo sumarnos y promover desde la convicción profunda el diálogo interreligioso e intercultural. Para ello, necesitamos ahondar en un auténtico espíritu ecuménico y de respeto a toda creencia e increencia; buscar y difundir una espiritualidad nueva, compatible y capaz de ser compartida con otras formas de entender la vida y la fe; suscribir pactos de búsqueda y reflexión respetuosa e igualitaria; promover iniciativas de encuentro; compartir templos…
- Cómo reconvertir en profundidad la vida de nuestras comunidades de forma que podamos ser un ejemplo de convivencia, respeto, igualdad y compromiso para otros grupos sociales. Para ello, habrá que recobrar muchas de las intuiciones del Vaticano II y hacerlas progresar hacia las exigencias de hoy: sínodos locales y generales desde la libertad y la corresponsabilidad, consejos de pastoral desde la participación igualitaria; restablecer la confianza en y valorar la eclesialidad de la investigación teológica, dar mayor peso y entidad a las iglesias locales, reconsiderar la exigencia del trato igualitario a todos los niveles de la mujer dentro de la iglesia y de todos los colectivos orillados con excesiva frecuencia por un código rígido e inmisericorde…
Descomunal es el reto. Pero nos has contagiado un rayo de esperanza: podemos luchar por una iglesia más evangélica o, por lo menos, más buscadora del rostro de Jesús de Nazaret. Es verdad que muchos creyentes ya lo están haciendo por todos los rincones del mundo. Pero es necesario y urgente que quienes asumís la difícil tarea de ser signos eficaces de unidad, marquéis inequívocamente el rumbo del Evangelio y del Vaticano II. Lo necesitamos. Está en ello nuestra autenticidad y nuestra credibilidad.
Gracias de nuevo. Y perdona mi atrevimiento.

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