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viernes, 8 de marzo de 2013

Mujeres cristianas en las luchas de las trabajadoras Pino Jiménez. Presidenta nacional de la HOAC. Madrid- Francisca Castilla. Responsable de Difusión de la HOAC. Madrid.

Enviado a la página web de Redes Cristianas
“El factor religioso puede contribuir a hacer más plena la vida liberada y liberadora de las mujeres”. Esta afirmación de la teóloga feminista Lucía Ramón, expresada en su libro Queremos el pan y las rosas. Emancipación de las mujeres y cristianismo, viene siendo verificada por la ya larga historia de las mujeres en la HOAC. Y es que la radicalidad evangélica no es ajena a las aspiraciones emancipatorias de las mujeres.
“Las Rosas”
Cuando en el Nuevo Testamento leemos que “no solo de pan vive el hombre” instintivamente nuestro corazón se agita hasta hacernos apartar la vista de las urgencias materiales, del combate por la supervivencia, y otear un horizonte trascendente y lleno de sentido. Las primeras obreras que abrieron el camino a la igualdad y el reconocimiento de los derechos de la mujer no se contentaron con reivindicar la justicia material, expresada en el salario o el límite horario, sino que también pedían “las rosas”, unas relaciones más humanas y justas, una sociedad más amable y decente, un reconocimiento del valor de lo inmaterial. En Queremos el pan y las rosas (Ediciones HOAC, Madrid, 2011), Lucía Ramón explica que “el hambre y la sed de justicia de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret no se agotan en la subsistencia material, sino en las luchas de las trabajadoras que debe ser interpretada también como el hambre de una vida liberada e íntegra, libre de cualquier forma de dominación, liberada para amar, gozar y crear más vida” (pg. 22).
Un movimiento genuinamente cristiano orientado específicamente a la evangelización
del mundo del trabajo, como la HOAC, no podía permanecer por mucho tiempo ajeno a las luchas emancipatorias de las mujeres. El reconocimiento de toda persona como criatura de Dios y de todos los hombres y mujeres como integrantes de la misma gran familia humana se traduce inmediatamente en la defensa de la dignidad intrínseca de todos los seres humanos y en la lucha por el reconocimiento de sus derechos inalienables.
La Iglesia Universal, por boca de Juan Pablo II, de algún modo comparte, igualmente
las aspiraciones liberadoras de la población femenina. En su carta al Congreso
de la Mujer celebrado en Pekín afirmó: “Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada
en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a la esclavitud.
Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales”

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