En el verano de 2011, el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Antonio María Rouco Varela, posó en una foto con empresarios del Ibex 35 antes de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. Para muchos miembros de la Iglesia Católica, el retrato fue la prueba más evidente de la excesiva cercanía de la jerarquía eclesiástica al poder.
“Fue lamentable”, asegura Javier Oñate, sacerdote y director del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao, para quien la imagen de una Iglesia con excesivos privilegios tiene que ver también “con una cercanía excesiva a los poderes políticos o financieros”. Oñate pertenece a esa parte de la Iglesia que no acapara tantos titulares en la prensa pero que reivindica otra forma de dirigir la institución.
Por eso, se muestra crítico con la cúpula de la Iglesia y lamenta el “miedo” con el que se comporta a menudo la jerarquía, que, en su opinión, se refleja en muchos detalles: “Hay una cierta resistencia a la creatividad, la novedad, el cambio, que se miran con recelo o muy pronto se descartan. En consonancia, se da una querencia por lo antiguo: vuelta a formas litúrgicas olvidadas, un recorte de la pluralidad interna, retorno a fórmulas teológicas repetidas insistentemente aun sin que se pueda entender su contenido…”
PRIVILEGIOS
PRIVILEGIOS
En la misma línea apunta Evaristo Villar, sacerdote y portavoz de Redes Cristianas, una organización que se preocupa más “por las personas, por los sujetos, y por la suerte que está corriendo el mensaje de Jesús que por la institución”. Villar lamenta el “silencio demasiado largo” de los obispos acerca de temas como los desahucios, los recortes o la reforma laboral. “Da la impresión de que la Iglesia no tiene ninguna palabra y es algo que la Iglesia de base denunciamos constantemente. Denunciamos ese silencio, el temor, el miedo a herir a los poderes públicos cuando lo que está sucediendo hiere en realidad a la sociedad y a las clases más desfavorecidas”.
Villar cree que ese miedo se debe al interés de la jerarquía por no perder sus privilegios. “Tienen su voz hipotecada, cuando la Iglesia debería tener una voz limpia y profética, por miedo a perder unos privilegios discriminatorios a su favor frente a otras instituciones privadas y públicas”, subraya, a la vez que señala que “lo más escandaloso” es que esos privilegios los están manteniendo “cuando se está obligando a la sociedad a apretarse el cinturón”. “Da la impresión de que hay una cierta conveniencia entre la jerarquía y el PP”, explica.
De hecho, el Gobierno destina en los Presupuestos Generales del Estado de 2013 la misma cantidad que este año para la financiación de la Iglesia Católica. En concreto, el Estado dará cada mes a la Iglesia más de trece millones de euros. Además, Europa Laica calcula que la Iglesia Católica recibe cada año de todas las administraciones públicas (central, autonómica y local) hasta 11.000 millones de euros, incluyendo el impago del IBI y de otros impuestos municipales.
AL LADO DE LOS PODEROSOS
Villar no es el único dentro de la Iglesia que piensa que las cúpulas no están actuando correctamente frente a la crisis. Jesús López, miembro del Foro de Curas de Madrid, lamenta que la jerarquía esté provocando que las clases populares abandonen la Iglesia o se alejen de sus templos.
“No sienten que ese tipo de católicos, los que mandan, comprenda sus alegrías y sus penas, sus carencias y sus esperanzas, sino que las desconoce y, aunque constantemente les hacen llamadas para que retornen, no les ofrecen nada que consideren útil para hacer más digna, llevadera y feliz su vida”, señala.
El 57,1% de los españoles que se declaran católicos reconoce que “casi nunca” va a misa, un porcentaje que se situaba en el 47% en el año 2005 y que apenas superaba el 40% hace una década. Sólo el 15,9% señala que acude a un oficio religioso casi todos los domingos y festivos, según datos del CIS.
López compara el tiempo que las cúpulas han gastado en “crear mala conciencia en quienes sostienen posturas distintas a las suyas en el terreno de las relaciones afectivas o en el de la transmisión de la vida” con el que están destinando a paliar los efectos de las crisis: “No están empleando ni la décima parte de tiempo en hacer algo semejante con quienes, sin escrúpulo alguno, han desatado la crisis ni con quienes tratan de solucionarla pensando únicamente en salvar los intereses de los grandes prestamistas”.
LOS JÓVENES, CADA VEZ MÁS LEJOS
Según datos del Instituto de la Juventud, solo el 10% de los jóvenes españoles se declara católico practicante, un porcentaje que en el año 2002 alcanzaba el 30%. Ese alejamiento de los jóvenes también preocupa en las bases de la Iglesia católica, aunque muchos de sus miembros se muestran resignados en este aspecto.
López lamenta que “no cabe esperar otra cosa” porque la jerarquía pretende que las nuevas generaciones sigan “creyendo como verdad afirmaciones que se sabe no son ciertas”. “Mientras que la dogmática, la moral y el sistema organizativo de la Iglesia siga siendo el que es, lo raro no es la carencia de jóvenes en sus filas, sino que todavía queden algunos en ellas”, lamenta.
Oñate propone pasar a la acción y “salir al encuentro de los jóvenes, de todos los jóvenes y no solo de algunos ambientes sobre todo para conocerles y escucharles de verdad”. Villar va más allá y reconoce que ciertas posturas de las cúpulas no hacen atractiva la institución a muchas personas: “La voz de la jerarquía se mueve con libertad en cuestiones relativas a la familia, la bioética… y lo hace de una forma reaccionaria que va en contra de la legislación, que tampoco es tan avanzada”. Califica estas posturas de “medievalistas” y asegura que dan la imagen de una Iglesia que no está en la sociedad actual. “Por eso, hay que distinguir el mensaje de Jesús de la institución”, señala.
SER Y DEBER SER
SER Y DEBER SER
Estos grupos críticos lamentan en lo que se ha convertido la jerarquía. “No se ha puesto al frente de la Iglesia para hacerla caminar por delante de la sociedad abriendo caminos hacia un mayor bienestar físico y espiritual de la gente”, explica López, quien lamenta que las cúpulas quieren que la Iglesia “se sitúe en la retaguardia”.
“Se agobian si pierden la seguridad de lo ‘de siempre’. Y sufren la tentación de pensar que solo ellos quieren a la Iglesia, o que solo ellos están apasionados por el evangelio de Jesús. Me atrevería a decir que les cuesta asumir que también los demás ven los problemas, y también los demás tienen inteligencia y sentido cristiano”, apunta Oñate.
Esa afirmación la comparte Villar, quien critica la falta de dinamismo que desprende la jerarquía: “Debería ser un elemento dinamizador, que despertase el entusiasmo, la ilusión por la vida, que animase a todas aquellas acciones que apoyan a los indefensos…” Por ello, asegura que la jerarquía debería “repensar su imagen y ser más humilde, más sencilla”.
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