Uno de los colectivos humanos por los que, según los evangelios, más se preocupó y se interesó Jesús fue el de los discapacitados. Cojos, ciegos, paralíticos, mancos, lisiados, etc, aparecen con sorprendente frecuencia en los relatos evangélicos. Lo que pone en evidencia la atención especial que Jesús dedicó a esta clase de personas.
Los sumarios de los sinópticos, en los que se resume cómo predicaba Jesús el Reino de Dios, repiten el mismo elenco de enfermos crónicos, que, de una forma o de otra, son siempre lo que ahora llamamos “discapacitados”, a los que hoy, 3 de diciembre, la sociedad tiene en cuenta y nos los recuerda: epilépticos, paralíticos, endemoniados, sordos (Mt 4, 24; Lc 6, 17-19), ciegos, cojos, leprosos, lisiados (Mt 11, 4-5; Lc 7, 18; Jn 5, 1-9; 9, 1-41). Como es bien sabido, los evangelios nos recuerdan a estas personas, no sólo porque a ellas dedicó Jesús su atención, sino sobre todo porque la tarea, en la que el mismo Jesús centró su actividad, fue precisamente en remediar los males, desgracias y sufrimientos de estas personas. Hasta el extremo de que, cuando envía a sus apóstoles a evangelizar, les dice que lo tienen que hacer “curando a los enfermos” (Mt 10, 8 par). Se puede, por tanto, resumir la actividad de Jesús diciendo que dedicó su interés y sus preocupaciones a resolver la situación de los discapacitados.
Pero hay algo más, que es lo que me impresiona en este asunto. Se trata de que Jesús realizó esta actividad “desobedeciendo” las normas establecidas, en aquella sociedad y en aquella religión, para la curación de este tipo de enfermedades o limitaciones humanas. Tal como relatan estos hechos los evangelios, Jesús curaba a estos discapacitados, con bastante frecuencia, precisamente cuando estaba prohibido. Cosa que hacía a ciencia y conciencia. Lo que provocó la decisión de los fariseos de “acabar con él”, sencillamente matarlo (Mc 3, 6).
Por decisión del papa, este año celebramos los cristianos “el año de la fe”. Pero, en esta España en que vivimos, tal como está gestionada y gobernada, un país en el que los enfermos, los discapacitados, las personas limitadas, tienen cada día menos ayudas, menos esperanzas de recibir las atenciones que necesitan, ¿en qué creemos? ¿en el Evangelio o en el dinero? Nos dicen los políticos que no hay más remedio que recortar los presupuestos del Estado. De acuerdo. Será verdad, si así lo dicen quienes saben lo que dice. Pero la pregunta, que nos deben contestar es muy sencilla y despiadada. Recortar, sí. Pero, ¿a quién se le recorta? ¿Precisamente a quienes menos tienen y a quienes más lo necesitan? Estamos viendo que, efectivamente, es eso lo que se está haciendo.
Yo invoco, yo reclamo, yo pido a gritos: ¡Tomemos en serio el principio de la desobediencia activa! Y se lo pido, sobre todo, a quienes trabajan en la administración, en los bancos de inversiones financieras, en todos los que directamente se relacionan con la aplicación de unas medidas de gobierno que están dejando sin medios de vida – y de vida digna – a quienes más lo necesitan. Gandhi liberó a la India poniendo en práctica este principio. Martin Luther King hizo otro tanto en Estados Unidos con los negros. ¿Por qué no le echamos valor a este asunto capital y nos ponemos manos a la obra? Tal como se han puesto las cosas, no veo otra solución en este momento.
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