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lunes, 13 de febrero de 2012

Pensar los problemas de fondo



José M. Castillo, teólogo

Hace más de sesenta años, el gran etnólogo y maestro en los más hondos problemas de la prehistoria que fue André Leroi-Gourhan, quizá fue el primer pensador que planteó la impresionante teoría de la “disociación interior”, que – dicha de la forma más sencilla posible – presentó la crisis que sufrimos en la relación entre la “mano” y el “cerebro”.
Estoy hablando de la “disociación espectacular” que consiste en que, en el preciso momento en que la evolución cerebral “toca techo” y se estanca, la evolución tecnológica, por el contrario, se lanza, de forma que lo utilitario toma la delantera y la técnica se dispone “a vivir como si dijéramos su propia vida” (M. Daraki).
No soy especialista en etnología y prehistoria. Pero cabe pensar que quienes han planteado así la evolución de la especie humana no andan faltos de razón. El hecho es que las tecnologías son hoy más determinantes que el pensamiento. Los descubrimientos y adelantos tecnológicos nos dejan asombrados cada día, al tiempo que el pensamiento se ha estancado.
Esta hipertrofia de las técnicas y esta atrofia de las ideas se palpa hasta en las librerías y en los grandes almacenes. Cada día hay más máquinas y menos libros. Y entre los libros, cada día encontramos más relatos y menos pensamiento.
Y sin embargo, ¡es tan urgente pensar a fondo lo que nos está pasando! Realmente, ¿a dónde vamos con una tecnología desbocada y un pensamiento atrofiado? Por lo pronto, a donde hemos llegado, con este equipamiento tan deforme, es a la oscuridad confusa en que vivimos. Una situación en la que la gran mayoría de los ciudadanos no se ha enterado, a estas alturas, de que las religiones son uno de los factores más potentes de la violencia que nos azota por todas partes.
Una situación en la que el pensamiento, que fomentan y difunden las teologías de las distintas religiones , es el pensamiento que alimenta y justifica la “mentalidad sumisa”. Y una situación, por fin, que defiende, con uñas y dientes, la desigualdad. Desigualdad entre hombres y mujeres, entre el reducido grupo de los que nos manejan y la masa inmensa de quienes somos manejados. Y, además, educados en la convicción de que lo mejor es recuperar el vigor del sistema canalla que nos ha precipitado en este cúmulo de miserias.
He tenido que decir todo esto para que quien lea esta reflexión se pueda hacer idea del valor y la actualidad del último libro que acaba de publicar el profesor Juan José Tamayo, de la Universidad Carlos III, de Madrid. El libro se titula “Otra teología es posible”. Lo que equivale a decir que es posible y urgente pensar a Dios de otra manera, vivir la religión desde otros presupuestos, y alimentar nuestras convicciones más profundas con vistas a otra forma de sociedad y de convivencia.
Da que pensar el hecho de que, precisamente cuando tenemos en nuestras manos las técnicas de comunicación más avanzadas, cuando moviendo un dedo sobre el ratón del ordenador podemos hundir la economía de un país o levantar el futuro de empresas que dan vida a mieles de trabajadores, ahora exactamente utilizamos todo ese poder para perpetuar lo más feo y violento que arrastra la condición humana. ¿Qué nos pasa? Nos falta esa teología que anuncia y enuncia el libro de Tamayo. Una teología que nos presenta los itinerarios de una ética, una espiritualidad y una política en las que haya menos corrupción, más transparencia, más respeto y tolerancia.
Mucha gente tiene la idea de que las religiones y sus teologías se han ido al traste para siempre. Son cosas del pasado que ya no representan nada. Pensar así, es una de las equivocaciones más estúpidas del momento que vivimos.
¿Por qué Zapatero cometió la equivocación de ser el político que más dinero le ha dado a la Iglesia en los últimos tiempos? ¿Por qué las primeras decisiones que ha tomado el gobierno de Rajoy han ido derechamente a responder a las demandas más apremiantes de los obispos? ¿Ocurren esas cosas por casualidad? La teología sigue siendo un saber aparentemente extraño y ausente, pero, en realidad, uno de los saberes más presentes y determinantes en este preciso instante. Los antiguos decían que “en las trincheras no hay ateos”. Y es verdad.
Yo estoy persuadido de que hoy la gente busca a Dios más de lo que se imagina. La economía y la política vigentes ya han dado de sí todo lo que podían dar. Y el resultado ha sido la trinchera, para intentar salvar lo que nos queda. Cuando decimos que “otra teología es posible”, en realidad lo que estamos afirmando es que otra forma de vivir, de convivir y de relacionarnos es, no sólo posible, sino además urgente y necesaria.

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