Josemaría Sarrionandia, 12-Diciembre-2011 Atrio
Se perdonan las deudas y las ofensas. Ahora bien, ¿qué sucede cuando el deudor o el ofensor no sabe lo que hace? La deuda impagada es una ofensa y la ofensa no reconocida es una deuda. Al pagar la deuda ésta desaparece y, al reconocer la ofensa como ofensa, la misma desaparece.
Condicionar el perdón a la justicia es desconocer el perdón. De hecho, perdonar es justicia ya que el perdonar reconoce el desconocimiento de lo que se está haciendo. Es curioso: si perdonamos, no perdonamos la ofensa que no existe por desconocimiento de la misma. Claro que si el perdonado desconoce la ofensa igualmente desconocerá el perdón y, entonces, no hay ni perdón ni ofensa. Pero si el perdonador conoce la ofensa se incapacita para perdonar, en cuyo caso, si hay ofensa y no hay perdón.
Esta confusión se aclara por la etimología de la palabra «perdonar». (Espero que Oscar esté de acuerdo). El prefijo “per” de per-donar indica continuidad, continuidad en el don. Si el pecado rompe el don, la gracia vuelve a reinstalar el don. El perdón demuestra que es imposible vivir en pecado, porque nadie puede “querer el mal como tal” y necesita disfrazarlo como bien de cualquier manera. Lo cual muestra que cuando pecamos no sabemos lo que hacemos y, por lo mismo, somos acreedores de per-don.
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Se me ocurre, y pido perdón por ello, que Munilla podría perdonar la resilencia de ETA y que podría perdonar las denuncias de Arregi, como Arregi le perdona a él el destierro al que lo enviaba.
Si están en desacuerdo con lo que digo protesten, pero perdonen.
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