Es este el tercer artículo que dedico al movimiento de los Indignados, uno de los fenómenos más originales y creativos de oposición al modelo político y económico neoliberal de las últimas décadas. No recuerdo un movimiento tan vivo, activo y subversivo desde las luchas antifranquistas.
Entonces luchábamos contra la dictadura del general Franco, los Indignados luchan hoy contra una nueva dictadura, la de los mercados. Se trata de un movimiento global que no se sitúa en las zonas templadas del reformismo político y económico, sino que tiene carácter revolucionario, es profundamente democrático, radicalmente anticapitalista, y está poniendo en jaque a los políticos en el poder o en la oposición.
Entonces luchábamos contra la dictadura del general Franco, los Indignados luchan hoy contra una nueva dictadura, la de los mercados. Se trata de un movimiento global que no se sitúa en las zonas templadas del reformismo político y económico, sino que tiene carácter revolucionario, es profundamente democrático, radicalmente anticapitalista, y está poniendo en jaque a los políticos en el poder o en la oposición.
La mejor y más irrefutable prueba de su carácter global fueron las manifestaciones del 15-O en más de novecientas cincuenta ciudades del mundo entero: Madrid, Barcelona, Tokio, Sidney, Auckland, Kuala Lumpur. Buenos Aires, Santiago, Los Ángeles, Sâo Paulo, Berlín, París, Roma, Oslo, Roma, Lisboa, Bruselas, Atenas, etc., con varios millones de ciudadanos y ciudadanas ocupando las calles y las plazas, convertidas en parlamentos y asambleas populares. Los Indignados estábamos demostrando que otra democracia es posible y que se hacía realidad. Madrid y Barcelona sumaron casi un millón de manifestantes. Al día siguiente EL PAÍS abría con este titular:”Sol ilumina el mundo”. Esto sucedía cuando se creía que el movimiento perdía fuerzas, más aún, se había apagado.
La globalización neoliberal ha dado lugar al malestar global, a la globalización de la Indignación. Eduardo Galeano, Noam Chomsky, Naomi Klein y otros intelectuales firmaron una declaración de apoyo al 15-O, en la que pedían un cambio global, una democracia global, un gobierno global del pueblo y para el pueblo, y un cambio de régimen global, que consiste, según Vandana Shiva en reemplazar el G8 por el G-7.000.00.000. Un cambio igualmente en las instituciones internacionales no democráticas para que actúen con el consentimiento del pueblo y, en caso de incumplimiento, sean derrocadas. Reclamaban la recuperación del derecho a dirigir nuestras vidas: salud, vivienda, trabajo, ocio, educación, que ahora son determinadas y controladas por el mercado. El documento terminaba con una llamada a “globalizar la plaza de Tahrir y la Puerta del Sol”.
El video que invitaba a participar en las manifestaciones del 15-0 comenzaba de esta guisa: “Disculpes las molestias. Esto es una revolución”. Era su carta de presentación a la ciudadanía para que no se creyera se trataba de una ocupación festiva de la calle sin más. Una de las expresiones más repetidas en las marchas, como recordaba en el artículo de junio, es “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”. Efectivamente, ya no es solo que los gobiernos estén postrados de hinojos ante los mercados y los poderes financieros y económicos, sino que, como afirma lúcidamente José Luis Sampedro, “vivimos en una sociedad de mercado donde todo tiene su precio sin considerar su valor. Y ahí radica la necedad: en confundir valor y precio, como recordara Antonio Machado.
El sistema capitalista convierte todo en mercancía, dijo Marx y dijo bien, incluso a las personas. Un ejemplo: la corrupción, que no es una excepción, sino que está generalizada en la vida política y económica. Porque, ¿qué es la corrupción sino un acto de compraventa de -y entre- personas: unos seres humanos aceptan ser vendidos por otro seres humanos, prestos a comprarlos por unos favores económicos?
El carácter anticapitalista de los Indignados queda patente en los propios gestos cargadas de profundo significado desestabilizador del sistema. Tres ejemplo. Los manifestantes del 15-0 de Madrid, cerca de medio millón, prorrumpieron en una sonada pitada polifónica a su paso por la sede del Banco de España y pidieron la dimisión del Gobernador. Más de cinco mil Indignados se concentraron ese mismo día y a la misma hora frente al edificio del Banco Central Europeo en Frankfurt. En tono a mil personas fueron en dirección a la Bolsa de Londres.
El movimiento de los Indignados es democrático precisamente por anticapitalista, desde la convicción de que no es posible la democracia si gobiernan los mercados. Donde hay tiranía de los mercados, no puede haber democracia. Ambos sistemas son incompatibles. Los mercados destruyen el tejido social, el tejido de la vida y los cauces democráticos.
Termino con dos citas de dos personalidades relevantes en el terreno de la política, separadas ambas por veintitrés siglos de distancia. La primera es de un politólogo griego del siglo IV antes de la era común, Aristóteles. El tamaño de una polis ideal, dice en su Política, se extiende hasta donde llega el pregón de su heraldo y la voz humana está directamente relacionada con el orden cívico. Una ciudadanía saludable en una urbe auténtica, seguía su razonamiento, necesita la conversación cara a cara. Los Indignados hacen realidad la conversación cara a cara como ejercicio democrático y hacen de pregoneros en las calles, plazas y parques, más allá de los parlamentos y de los consejos de ministros.
La segunda cita corresponde a la presidenta de Brasil Dilma Rousseff: “Es preciso tener grandes sueños. Soñar y perseguir los sueños es precisamente romper los límites de lo posible”. Los indignados apuntan a eso precisamente: a romper los límites de lo posible, impuestos por el mercado, y a caminar hacia lo que parecía imposible: ¡Otra democracia es posible!
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