Me lo hacéis a mí
Todo parece indicar que cada vez es mayor el número de personas que sufren crisis depresivas y luchan por recuperar de nuevo el gusto por la vida
Sin duda, es muy importante la sicológica y la terapia de apoyo que les pueden prestar los expertos. Pero, en definitiva, es la misma persona la que tiene que dar pasos acertados.
Por lo general, quien padece una depresión se siente arrastrado a cavilar, una y otra vez, sobre sus angustias, sus miedos e impotencia.
Pero mientras sigue girando alrededor de sí mismo sin acabar nunca en sus reflexiones, el cerco se estrecha cada vez más y la persona se va hundiendo en una especie de remolino sin salida.
Mientras uno sólo piensa en sus problemas y se atormenta a sí mismo preguntándose: "¿dónde encontraré yo mi paz?, "¿dónde encontraré yo quien me comprenda?", no está abriendo la puerta que le puede llevar a la paz y la salud.
Un prestigioso doctor llega a decir que "el estar plenamente a disposición del prójimo es el único medicamento eficaz para la neurosis y la depresión".
Jesús invita a todo el que quiera encaminarse.Con frecuencia, no nos damos cuenta hasta qué punto somos nosotros mismos quienes ahogamos en nosotros la vida y generamos nuestras crisis depresivas dedicándonos exclusivamente a nuestras cosas y olvidando totalmente a los demás. hacia la vida verdadera a vivir siempre abierto a todo hombre que encontremos en nuestro camino y pueda necesitar nuestra ayuda.
Si le ofrecemos nuestro apoyo somos nosotros mismos quienes más recibiremos. Porque al encontrarnos con esas personas hambrientas, enfermas, desnudas, encarceladas o desvalidas, nos ponemos en contacto con Aquel que es el fundamento, la fuente y la meta de la vida.
Esta es la promesa de Jesús: "Os aseguro que lo que hagáis a uno de estos hermanos míos pequeños, me lo hacéis a mí". Quien está con el hermano necesitado está en contacto con Aquel que es la Vida.
Esta promesa no es algo lejano e inverificable, sino una experiencia real para quien sabe acercarse con fe a los que sufren.
El que libera a los demás de problemas y preocupaciones se ve liberado de los suyos. El que ayuda a otros a vivir se ayuda a sí mismo. El que da amistad y apoyo recibe fuerza y aliento para vivir.
No es la misericordia uno de esos «valores progresistas» que hayamos de cultivar para estar al día. Basta con defender la democracia, el ejercicio de las libertades y la racionalidad ética.
Lo deplorable es que, detrás de palabras tan hermosas, se esconde con frecuencia un hombre cargado de cinismo, avidez y mediocridad, incapaz de reaccionar ante el sufrimiento ajeno.
Lo importante es situarse lo mejor posible dentro del «estado de bienestar», de espaldas a ese otro «estado de malestar» y al que vamos marginando a los más débiles y desgraciados.
Hay que luchar, competir y ganar siempre más. Eso es todo. ¿Quién tiene tiempo para pensar en «las víctimas»? ¿Quién puede tener el mal gusto de recordar la misericordia en una sociedad inmisericorde y despiadada?
Sin embargo, es precisamente la misericordia lo que, según Jesús, define radicalmente al hombre. Sin misericordia, la persona queda viciada de raíz y deja de ser humana.
Por eso, en la parábola (LEER PARÁBOLA) del «juicio de las naciones» se nos dice que la suerte de toda persona se decide en virtud de su capacidad de reaccionar con misericordia ante los que sufren hambre, sed, desamparo, enfermedad o cárcel.
Pero hay que entender esto bien. Vivir «con entrañas de misericordia» no es tener un corazón sensiblero ni tampoco practicar, de vez en cuando, alguna «obra de misericordia» que aquiete nuestra conciencia y nos permita seguir tranquilos nuestro camino egoísta de siempre.
Para evitar malentendidos, sería mejor hablar del «Principio-Misericordia», es decir, de un principio interno, siempre presente y activo en la persona, que da una determinada dirección y estilo a toda su conducta.
Quien vive movido por el «Principio-Misericordia», reacciona ante el sufrimiento ajeno interiorizándolo, dejándolo entrar en sus entrañas y en su corazón, con todas sus consecuencias. Y es precisamente el sufrimiento de los demás, captado cordialmente, el que se convierte en principio conductor de toda su actuación.
Es esta misericordia la que da «categoría humana» a la persona. No hay escapatoria posible. Podemos triunfar profesionalmente, ocupar cargos relevantes, movernos con éxito en las relaciones sociales. Si no sé reaccionar con misericordia ante el sufrimiento de los demás, no soy humano.
Resulta fácil, por ello, conocer mi calidad humana. Basta responder a estas preguntas:
¿Sé ver el sufrimiento de las gentes?
¿Cómo reacciono ante ese sufrimiento?
¿Qué hago por erradicarlo?
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